Europa Sur

Las sandalias del pescador

- Antonio L. Muñoz Galán (Cádiz)

La sandalias del pescador fue una de las pelis de aquella primera luventud reivindica­tiva, ilusionada y soñadora en la que pretendíam­os cambiar el mundo. Protagoniz­ada por un magnífico Anthony Quinn como Kiril Lakota, contó con un reparto excepciona­l: Leo Mckern y Vittorio de Sica, como consejeros del nuevo Papa; Oscar Werner como el padre Telemond, en quien se ha querido personaliz­ar la teoría evolucioni­sta teológica de Teilhard de Chardin; David Janssen como el periodista con problemas maritales con su esposa, Bárbara Jefford; Lauren Olivier, a la sazón primer ministro de la Unión Soviética, quien advierte al mundo de la inminencia de una guerra atómica, debido a la hambruna declarada en China por el embargo comercial de Estados Unidos. Una película memorable con un final glorioso: el día de su proclamaci­ón en la Plaza de San Pedro, Kiril I se quita la tiara pontificia en señal de humildad y ofrece los bienes de la Iglesia con el fin de mitigar la falta de alimentos y el hambre sufrida por la población china. Una actitud modesta, desinteres­ada y generosa que evitó una conflagrac­ión nuclear entre la Unión Soviética, China y Estados Unidos; y con ello, la desaparici­ón del planeta Tierra. Basada en la novela homónima de Morris West y dirigida por Michael An5derson, se trata de una de las películas más significat­ivas de la Guerra Fría.

Desesperan­zadamente, parece que el mundo vuelve a sufrir los efectos de una guerra cruel. Se bombardea a la población civil en hospitales y escuelas, al igual que a centrales nucleares; aparecen fosas comunes con cientos de cadáveres entre los que se encuentran ancianos, niños y mujeres, muchos de ellos mutilados; se hace sordina de los derechos humanos en ciudades ocupadas… y, sobre todo, se desafía a menudo con apretar el botón nuclear. Sin duda, los efectos serían mil veces más destructiv­os que los de Hiroshima y Nagasaki ¿Han visto el documental Mordaza atómica?

En estos momentos de desencuent­ro entre Ucrania, Rusia y las potencias occidental­es, viene bien la autoridad moral de alguien que sepa mediar entre intereses contrapues­tos, es decir, que sepa negociar con mayúsculas. Al margen de planteamie­ntos ideológico­s o religiosos, creo en la potestad de Francisco, quien ha demostrado en mil ocasiones su deseo de reconcilia­ción y paz entre todos los hombres y mujeres del planeta, como hermanos de un nuevo Cántico de las criaturas.

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