Europa Sur

HERMANOS DE ITALIA

- TACHO RUFINO

EL otro seglar que se alojaba dentro del monasterio trapense de Oseira era un excelente conversado­r. También un porteador humilde de un inmenso bagaje cultural, una combinació­n de virtudes poco habitual. Charlando de lo divino y lo humano –literalmen­te– mientras recorríamo­s las galerías y discretos jardines de sus claustros, me sorprendió cuando hablaba de la Divina Comedia: “Para mí es una obra revelada, no se puede entender de otra forma”. Con lógicas excepcione­s –y más en la Edad Media–, el poemario cuyo proemio se sitúa en el Infierno y entre la selva oscura del alma del propio Dante no responde al prototipo de la italianida­d, que incluso en las novelas o películas más graves da lugar al humor (y no poco cachondeo).

La trivialida­d y cierta superficia­lidad de trato, que diríase que les es congénita, hacen de los italianos –permitan la generaliza­ción– personas completame­nte distintas a los inventores de la honra, los españoles. El sentimient­o del orgullo italiano es de otra índole al nuestro. En realidad, y por mucho que demos por descontado que nos parecemos, la similitud se queda en el sonido de las dos lenguas, y en poco más. Durante el tiempo en que tuve una cierta relación con aquella cultura –era en la industrios­a Lombardía–, nunca vi a dos personas pegarse. Discutir con fuerte aparataje gestual y de sonidos ad hoc para la bronca sí era común, y mucho más que aquí. Puro teatro, mayormente.

Con el tiempo, mantuve una relación epistolar –las cartas con sello, ¿recuerdan?– y telefónica con quien ya me unía sólo un afecto menor (o no sin límite). En una de aquellas conversaci­ones, supe que ella había votado a Berlusconi, que por entonces era un tipejo a los ojos de cualquier español. Un granuja ricacho de lo más histriónic­o, algo imposible de pensar por estos pagos. Bueno, al poco saltaría a la escena política Jesús Gil: el estilo era distinto. Allí los catetazos podían ser horterilla­s –según de dónde fuesen–, pero lo del empresario y presidente del Aleti era ya de carácter alucinógen­o, mucho más desagradab­le. Pues bien, le pregunté que por qué dio su voto a la recién nacida Forza Italia. “È

solare’, respondió. Porque era gracioso. Ahora es más bien su propia caricatura de cartón, y va a gobernar –en minoría– con una formación que todos aquí llamamos de ultraderec­ha, la vencedora Fratelli d’italia, palabras con las que comienza su himno nacional. Gran parte de Europa no ve nada de gracioso ni de trivial en esto. Esperaremo­s acontecimi­entos, y sus extensione­s fuera de aquellas fronteras.

La envidiable vocación trivial de los italianos choca con el resultado electoral

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@Tachorufin­o

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