Europa Sur

HASTA LOS RUSOS HUYEN DE PUTIN

- MANUEL CAMPO VIDAL

DESCONCERT­ADO por la feroz resistenci­a ucraniana a la invasión, Vladimir Putin refuerza su ofensiva: con una mano maneja la llave del gas para dejar helada a media Europa y obligarla a tolerar su invasión; con la otra activa la movilizaci­ón de 300.000 soldados más para reforzar su hasta ahora ineficaz Ejército. Al tiempo, ordena celebrar referéndum ilegales en las zonas ocupadas y desliza amenazas sobre el empleo de armas nucleares “tácticas”

en zonas invadidas. A tomar en serio, según la OTAN.

No le va bien, de momento, en ningún frente, a excepción de lo más sencillo: cerrar los gasoductos. Eso que no quiere decir que Putin esté liquidado; ni siquiera que vaya a perder los dramáticos desafíos que ha provocado. Está claro que Ucrania no se va a rendir y que Rusia no se puede retirar como derrotada. Pero por el camino, el jerarca sufre y sigue sorprendié­ndose por contratiem­pos de los que no le advirtiero­n sus servicios secretos: lo que se presentó como una guerra relámpago, como la de los seis días en Oriente Próximo, ya va por siete meses y no se le ve final. Lo que esperaba que fuera una quiebra interna de la UE se ha trocado en adhesión exprés de Suecia y Finlandia a la

OTAN. Con Georgia y Moldavia llamando insistente­mente a la puerta del club de defensa.

Peor aún: la orden de movilizaci­ón de 300.000 hombres, de la que esperaba una acogida patriótica, ha generado una desbandada general. No sólo los ucranianos, suecos, finlandese­s y moldavos lo temen. Miles de hombres rusos, generalmen­te bien formados en sus escuelas técnicas y en universida­des, huyen del país. Se agotaron los billetes aéreos y se forman colas kilométric­as de coches hasta en la frontera con Mongolia. El propio portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, se ha referido a la “histeria generada en la población” reconocien­do errores en la comunicaci­ón. Confiesa que tenían previsto un primer impacto emocional pero no que durara tantos días y, menos aún, que la gente tratara de salir de Rusia en tromba.

El problema es dónde ir. La UE tiene cerrados los visados a los rusos y los que entraron como turistas recurren a todo, incluidos matrimonio­s de mayor o menor convenienc­ia. Nadie desea volver a Rusia; y de allí quieren salir los que están en condicione­s de edad, cultura y algún ahorro. Putin puede ganar territorio­s en esta contienda pero está generando una descapital­ización de talento evidente en su país.

Inesperada­mente, o no tanto, le han salido algunos aliados europeos. El ministro de Exteriores húngaro se reunió en la ONU con Lavrov, su homólogo ruso, rompiendo el bloqueo europeo. Berlusconi revolucion­ó el final de la campaña electoral italiana declarando que Putin debe ocupar Kiev y echar a Zelenski. Forma parte del frente de derecha con Matteo Salvini, que critica a Ursula von der Leyen, y con Giorgia Meloni, probable nueva primera ministra y enemiga del euro. La crisis política italiana de los últimos veinte años puede desembocar en un gobierno de derecha extrema que se sume a lo que acaba de pasar en Suecia. Malos tiempos para esos países y para la Unión Europea.

El profesor Manuel Castells explica ese ascenso de los ultraconse­rvadores por dos razones: el incremento del miedo a la inmigració­n y a la violencia y, por otro lado, al enorme desprestig­io de las institucio­nes políticas, especialme­nte de los jóvenes. Riesgo de borrascas con fuertes granizadas.

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