Europa Sur

“El flamenco te tiene que hacer vibrar en el asiento”

● La artista sevillana, que ha recibido numerosos galardones como el Premio Nacional de Danza o la Medalla de Andalucía, llega mañana a la Bienal con el estreno de ‘Manuela’

- Rosalía Gómez

Mañana miércoles día 28, el Maestranza acogerá el estreno absoluto de el último espectácul­o de Manuela Carrasco. Ella, figura central del Cartel de esta Bienal, es la única representa­nte de una generación y de una manera de entender el baile que, desgraciad­amente, está desapareci­endo a pasos agigantado­s de los escenarios.

Auténtico icono del flamenco por su baile racial y casi atávico, la que con apenas 18 años fuera bautizada como además de Hija Predilecta de Sevilla, posee, entre otros muchos, el Premio Nacional de Danza, la Medalla de Andalucía y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Este mismo año, ha recibido, junto al cantaor David Lagos, el Premio Andaluz del Flamenco, otorgado por primera vez por el Grupo Joly –al que pertenece este periódico– con la colaboraci­ón de Turismo Andaluz.

–¿Le queda algún reconocimi­ento por recibir?

–Pues mira, ya puestos, me falta el Princesa de Asturias y la Medalla al Mérito en el Trabajo.

–Desde muy joven, usted ha sido un modelo para muchísimas bailaoras, como Eva Yerbabuena o Pastora Galván. Bailaoras que hoy, según usted, se están alejando de la esencia del flamenco. ¿Qué está pasando con el baile?

–Hoy todo está muy raro. Y esto ha cogido un rumbo que ya no hay quien lo pare; la juventud habla de f lamenco, pero luego hace otras cosas. Hay gente que baila maravillos­amente y con una técnica asombrosa, pero no saben pararse. El f lamenco te tiene que hacer vibrar en el asiento. Y no me tires de la lengua que luego me dicen que hablo mal de la gente.

–En el cante y en la guitarra parece que las cosas son diferentes.

Usted, que le ha bailado a Camarón, a Chocolate, a Lebrijano y a tantos otros grandísimo­s cantaores, ¿Cómo se encuentra ahora con los jóvenes?

–Yo para bailar necesito motivarme, sentir que el cante me llega al corazón, por eso trato de rodearme de los mejores, sean viejos o jóvenes. En cuento con las voces maravillos­as de Jesús Méndez, Antonio Reyes, Ezequiel Montoya y El Extremeño, mi cantaor de toda la vida.

–Dice Israel Galván que cada cierto tiempo se aburre de sí mismo y cambia su manera de bailar. ¿Ha cambiado el baile de Manuela Carrasco con los años?

–Para nada. Si tú naces de una manera es imposible ir contra tu naturaleza. Yo desde niña tengo un baile de raíz y es lo que sigo haciendo. Por suerte, a mis 64 años me encuentro todavía con fuerzas para hacerlo. Cuando vea que me fallan, me iré, pero no voy a cambiar nunca mi esencia.

–En los camerinos de numerosas bailaoras, junto a estampas religiosas y otros objetos se ven a menudo fotos de Carmen Amaya… y de Manuela Carrasco. ¿Qué suele poner usted en sus camerinos?

–Nada. Yo no soy de vírgenes y a Dios lo llevo en mi corazón. Bueno, no es cierto, hay una falda negra que siempre me llevo, aunque no me la ponga. Es de una actuación que hice en Nueva York en 2001. Yo llevaba trece años sin ir y pensé que nadie se acordaría ya de mí pero, nada más abrirse el telón, el público, de pie, me dedicó una ovación de más de diez minutos que me puso los pelos de punta.

–A pesar de sus continuos viajes ha creado una gran familia: dos hijas (una cantaora y otra bailaora), varias nietas y dos biznietas. ¿Es difícil compatibil­izar el trabajo de una bailaora con la maternidad?

–Yo he tenido la suerte inmensa de tener conmigo a mi madre, con la que podía dejar a mis niñas ya que mi marido Joaquín (Amador) siempre me acompañaba con su guitarra. Pero me ha costado muchos llantos… y un pastón en teléfono.

–Usted dice que se hizo a sí misma en los tablaos: en el de Mariquilla de Torremolin­os, en La Cochera de Sevilla o en Los Canasteros de Madrid. ¿Qué le ha aportado el tablao?

–Para mí los tablaos han sido importantí­simos porque allí es donde una se curte, donde aprendes a estar en escena y a tener al público enfrente. Y luego aprendes viendo a los compañeros, porque yo he coincidido con los más grandes, sobre todo en los años setenta.

–De todos los espectácul­os que ha hecho, ¿recuerda alguno en especial?

–Yo siempre salgo a darlo todo. Pero recuerdo, por ejemplo, uno que hice en 1974 con Camarón, Jarrito, Pansequito, Rancapino, Tomatito… Se llamaba y para mí, que era muy jovencita, fue una experienci­a extraordin­aria, aunque no ganamos un duro.

–Su buque insignia ha sido siempre la soleá. ¿Es el palo que más le gusta?

–Sí, lo mío es la soleá, pero también me encuentro a gusto con el taranto. En voy a bailar también una caña, que hace mucho tiempo que no la bailo. –Y la alegría tampoco se la hemos visto en los últimos espectácul­os–. Es verdad. La última vez que la bailé fue en el Festival de Jerez hace ya trece años. Pero formé un taco tan grande que no he querido repetir. Me quedo con ese recuerdo.

–¿En su casa escucha también flamenco?

–En mi casa siempre hay flamenco porque mi marido anda a todas horas con su guitarra y mi hija Samara cantando. Pero también oigo otras músicas como el jazz. No las he utilizado nunca en mis obras, pero me abren la mente.

–Mañana 28 estrena .La dirección de escena es del jerezano Antonio el Pipa y, además de los cantaores citados, irá acompañada de las guitarras de Joaquín y Ramón Amador, la percusión de José Carrasco, el violonchel­o de María Lomas y el violín de Samuel Cortés. ¿Qué le diría a los espectador­es que van a ir a verla?

–Les diría que van a ver a la Manuela de siempre con unos artistas de primera categoría. Yo no soy persona de hacer cosas raras porque no lo siento. Pero estoy segura de que van a disfrutar un montón.

Manuela

En mi casa siempre hay flamenco porque mi marido anda a todas horas con su guitarra y mi hija cantando”

La Macanita ofreció un recital íntimo en el ciclo Gratia plena, concebido por los responsabl­es de la Bienal como una exquisitez “cerrada para muchos”, ya que fueron más los que se quedaron con las ganas que los que entramos, debido a lo reducido del aforo. No se trata solo del espacio, íntimo, muy limitado, también de las condicione­s en las que se ofrece el recital,

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ANTONIO PIZARRO La bailaora Manuela Carrasco.
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