Europa Sur

NUESTRA REINA

- MIKEL LEJARZA

tiempos protectore­s de Hullera Española bajo el muy católico, ultraconse­rvador, filántropo y esclavista legal Claudio López Bru, el II Marqués de Comillas. Más tarde fueron las décadas de esplendor entre guerras hasta los años 50 y 60 por parte de la compañía Durola Felguera, hasta la creación, a partir 1967, del Grupo Hunosa.

Los 5.000 kilómetros de galerías que horadan la entraña asturiana podrían destinarse a nuevos y ecológicos usos: gran almacén Big Data, cultivos de invernader­o experiment­ales I+D, etc. Hunosa, en su giro hacia las renovables, lleva desmantela­ndo sus pozos desde hace años, reconvirti­éndolos algunos de ellos en archivos históricos y de interés para el turismo.

El Pozo Sotón, por ejemplo, invita ahora al turista aventurero a una inmersión de 600 metros bajo tierra para que pueda vivir la experienci­a minera. El industrial entorno ofrece espacios para eventos culturales y cuenta con visitas al Centro de Experienci­as y Memoria de la Minería (CEMM). Por su parte, en el Pozo Fondón en Sama de Langreo, está abierto su Archivo Histórico, donde se encuentran legajos antiguos y curiosidad­es varias, como biblias de las que se repartían entre los mineros en tiempos del inefable marqués de Comillas.

Los clásicos castillete­s presiden el Pozo Fondón. Puede visitarse la planoteca, en la vieja sala de máquinas, con mapas de geólogos y topógrafos y planos del XIX. La casa de aseos de 1920, en remodelaci­ón, muestra su legado como arquitectu­ra industrial. Y en la fragua, donde se trabajaba el hierro para utillaje y equipamien­to, se exponen objetos diversos como cascos, genéfonos de transmisió­n, perchas mineras o lámparas.

El grisú y las chispas de electricid­ad suponían la muerte para un minero. Hubo un tiempo, para escándalo hoy de los animalista­s, en el que se usaron jaulas con canarios para detectar el peligro. En mitad del entorno, el visitante se topará también con un azulejo, hecho en Triana, con la imagen de la patrona Santa Bárbara. En el Pozo Sotón, la añoranza se convierte en una especie de tizne agradable.

DESPUÉS del empacho sufrido a causa de la muerte y funeral de Isabel II, me van a permitir un arrebato patriótico para recordar que nosotros también tenemos Reina. Incluso dos, pero me referiré a la esposa del Rey y no a su madre. Empezaré por una declaració­n que no deje dudas al respecto. Creo que Letizia Ortiz está haciendo un trabajo impecable. Y eso es algo muy meritorio, puesto que tiene la tarea más complicada del país. Veamos. Es evidente que desde el primer momento ha contribuid­o a modernizar la imagen pública de la casa real; ante situacione­s complicada­s ha sabido permanecer neutral incluso en mayor medida que su marido; y ha logrado mantener su vida personal al margen de comportami­entos inadecuado­s. En términos estrictos, está siendo una funcionari­a del Estado ejemplar. Y ello pese a los muchos detractore­s que ha tenido y tiene. Unos por no soportar su origen plebeyo; otros por su altanería y carácter nervioso; los más por ser incompatib­les con la monarquía como fórmula para la jefatura del Estado. A ninguno de ellos les ha ofrecido material para sustentar sus críticas. Siempre ha

En términos estrictos, Letizia está siendo una funcionari­a del Estado ejemplar. Su labor como reina es impecable

hecho lo que había que hacer y sin alardes innecesari­os.

Es verdad que se intuye en ella una fuerte disputa entre los días en los que quiere ser Reina con todas sus obligacion­es inherentes a dicha condición; y aquellos en los que desea ser Letizia Ortiz, una mujer libre de ataduras, protocolos y con ganas de vivir como lo hacía antes de casarse. Letizia no es “una profesiona­l” como su suegra, sino alguien a quien sus debilidade­s la hacen más humana y menos fría y distante que Doña Sofia.

Desconozco si es feliz, deseo que así sea, pero de eso nada se sabe. Pero sí que los actuales monarcas están cumpliendo con el complicadí­simo papel que la Constituci­ón avalada democrátic­amente por una mayoría de españoles, les otorga, y eso es un logro en un país en el que no todas las institucio­nes pueden decir lo mismo. Su difícil trabajo no admite relajo, ni jubilación, y será mirada con lupa hasta el último de sus días. Una tortura para cualquiera, que merece el aplauso cuando se hace bien. A la Reina, como a todos nosotros, las sonrisas le sientan mejor que la seriedad que en ocasiones se ve obligada a mostrar. Algunos la ven entonces como antipática, pero sospecho que se equivocan y confunden la máscara a la que le obligan las circunstan­cias con su auténtico rostro, que no es otro que el de una persona normal viviendo una vida extraordin­aria.

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