Europa Sur

Rocío Molina ante el magma del deseo

● La bailaora lleva hoy al Maestranza ‘Carnación’, la obra que estrenó en Venecia cuando le otorgaron el León de Plata de la Danza y la pieza que considera “menos flamenca” de su carrera

- Braulio Ortiz

Las notas de el espectácul­o que Rocío Molina estrenó en julio en la Bienal de Venecia cuando la cita le concedió el León de Plata y que hoy presenta en el Teatro de la Maestranza, hablan de los cuidados, la represión, la ternura, la violencia, las luces y las sombras de la condición humana concentrad­as en unas pinceladas. La bailaora investiga en su nueva creación sobre el deseo, un anhelo que la malagueña toma como sinónimo de ser vulnerable, frágil, en búsqueda. La palabra que en pintura se utiliza para definir el proceso de coloración de la carne, “el paso de lo imaginario a lo visible, de lo que se esconde a lo que se muestra”, es la premisa para el nuevo salto al vacío de una intérprete y coreógrafa que pese a sus muchos reconocimi­entos –el Max o el Nacional de Danza– nunca ha querido conformars­e y siempre ha procurado ir más allá.

Esta vez, la artista asegura moverse en territorio­s ajenos al flamenco. “De la hora y cuarenta que dura el espectácul­o apenas hay seis minutos en esa clave, donde me muevo en lo que la gente va a reconocer de mí”, apunta Molina, antes de ofrecer un símil: “Ha sido como ese puzle que tiene tu abuela colgado en la pared y que se cae y se desarma, y descubres que debajo de eso hay otra composició­n”, compara, consciente del giro que da su carrera. “Todas mis piezas han sido f lamencas, pero ésta se ha hecho desde otro lugar”, afirma. Aunque sus colaborado­res en

Carlos Marquerie y Niño de Elche no opinan lo mismo y abren un debate. “Quizás la obra no tiene una estructura al uso, pero es profundame­nte flamenca. Yo les veo cantar y bailar como pocas veces los he visto, lo que nos lleva a una pregunta: ¿El flamenco es una estructura fija o algo que se mueve?”, se cuestiona Marquerie, que vuelve a aliarse con Molina en el diseño de iluminació­n. Niño de Elche, por su parte, lamenta que en el siglo XXI “se siga entendiend­o al cantaor y a la bailaora desde parámetros conservado­res”, y agradece “el espacio de liberación” que ha dispuesto Molina, “un verdadero regalo”.

La bailaora recordó su experienci­a en Venecia como “un bello paseo. Sabíamos que íbamos a actuar allí, pero intentamos hacer una cosa sin peso. Yo venía de la y no quería más presiones, no quería que me agobiaran las expectativ­as. Se lo decía a Paco [Niño de Elche] pero entonces me anunciaron lo del León de Plata y la cosa cambió un poco”, evoca entre risas, antes de admitir que todas sus piezas poseen un componente autobiográ­fico. “Yo voy bailando lo que voy viviendo”, declara Molina, “intento entenderme a través de la danza. Necesito el baile, que es mi lugar de centrifuga­do para enfrentar mis crisis y mis misterios”. En esta ocasión, relata, “me sentía vulnerable y tenía ganas de que algo naciera desde esa fragilidad. Sabía que la forma de sanar la frustració­n era meterme con mis compañeros y convertir esto en belleza”.

El proceso creativo, revelan los implicados, fue tan complejo como emocionant­e. A Pepe Benítez, encargado de la composició­n musical, le costó poner la banda sonora a “una obra difícil de catalogar, en la que la forma se escurre, ahora es una, luego es otra. Yo iba a los ensayos, repasaba el día, buscaba una paleta de colores, y luego me decía: ‘Ea, ahora hazle la música a esto’. Comprendí que simplement­e tenía que estar al servicio de lo que ocurría”. La violinista Maureen Choi tuvo que aprenderse en dos meses una pieza de Paganini “que se tarda un año en estudiar”, remarca con asombro sobre el “reto físico y emocional” que le ha supuesto “Normalment­e me centro en el violín y ya, pero aquí tengo a Rocío bailando alrededor y mucho ruido”, comenta la intérprete. El director de escena Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola, que abrió la Bienal junto a Eva Yerbabuena, se sumó al equipo con los ensayos ya empezados “y mucha energía generada. Querían hablar del deseo, y lo que nos encontrába­mos era desordenad­o, bien porque no sabíamos ordenarlo o porque la idea necesitaba ese desorden. Fue un proceso muy enriqueced­or ver cómo las cosas iban cristaliza­ndo”.

Para Chema Blanco, director de la Bienal, ref leja “la libertad absoluta” que han tenido los artistas invitados al encuentro. El riesgo que han tomado algunos de los participan­tes en sus propuestas “sirve para abrir otras sendas, lo que no quiere decir que todos los creadores tengan que seguirlas”.

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BIENAL DE FLAMENCO El equipo de ‘Carnación’, con Chema Blanco en el Centro Cerámica Triana.
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SIMONE FRATINI Una imagen de ‘Carnación’, que hoy llega al Teatro Maestranza.
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