Europa Sur

EL PRECIO DE VIVIR MÁS HAY QUE PAGARLO

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

ESTA semana ha muerto Antonio Alvarado a los 110 años, el español más longevo. Fue alcalde de su pueblo de la provincia de León. Antes tuvimos un compatriot­a, Saturnino de la Fuente, que pereció con 112 años y se quedó al borde de cumplir los 113. Cada vez estamos más tiempo en este mundo. Y en algunos casos en posiciones de poder. Ahí está el ejemplo de la reina Isabel II de Inglaterra. En sus puestos están el presidente de los Estados Unidos, señor Biden, y el papa Francisco. La longevidad está muy bien si se cuenta con verdadera calidad de vida. Precisamos lo de verdadera porque se trata de un concepto muy manido, asociado con mucha frecuencia a la ausencia de sacrificio, esfuerzo y mérito, a trabajar poco y ganar mucho dinero, a hacerse selfies con fondos de palmeras y otras banalidade­s. La calidad de vida real es la que te permite el desarrollo normal de las más elementale­s funciones vitales, trabajar en plenitud, sentirte realizado y gozar de un equilibrio razonable en todos los órdenes. Vamos a tener que estirar la vida laboral irremediab­lemente porque, de lo contrario, el sistema de pensiones será insostenib­le. Todos los que ahora se jactan en las tertulias y en las redes sociales de querer pagar impuestos

Los que hoy se jactan de querer pagar impuestos, ¿están dispuestos a trabajar más años para mantener las pensiones?

para que el Estado pueda garantizar la sanidad y la educación (que dependen de una eficaz gestión presupuest­aria y no de una voracidad recaudator­ia) deberían plantearse si están dispuestos a trabajar hasta pasados los 70 años. ¡Ahí los quiero ver! Los retos de una sociedad como la de hoy si se aspira al verdadero progreso están vinculados con la Tercera Edad: pensiones garantizad­as, el problema de la soledad, una atención personaliz­ada de la banca, unas residencia­s de calidad, una sanidad eficaz y adaptada a un sector de la población cada vez más amplio, etcétera. Todos preocupado­s durante años por la invasión cultural y económica de una China pujante, por un nuevo orden mundial, por las nuevas modalidade­s de guerra, y resulta que la longevidad condiciona cada vez más unas sociedades que –ironías del destino– están más preocupada­s en la cultura de la hamaca, en la instalació­n en la zona de confort y en la sublimació­n del pelotazo. ¿Debemos preparar y diseñar una sociedad enfocada en la... cuarta edad? Hay una absurda y contraprod­ucente obsesión por acortar la infancia de nuestros niños en beneficio de una madurez exprés que está sobrevalor­ada, pero cada vez se obtiene el título de viejo más tarde.

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