Europa Sur

EL LÍO DE LOS JUECES

- EDUARDO JORDÁ

ME pregunto si hay alguien en España –un país, o lo que sea, que algún día ingresará por méritos propios en el Atlas de Lugares Imaginario­s– que conozca las trifulcas que rodean la renovación del Consejo General del Poder Judicial (o más bien su no renovación, hablando claro). Si preguntára­mos en la calle, al azar, no creo que apareciera nadie que tuviera una idea clara de lo que está sucediendo. Es un tema tan enrevesado que ni siquiera los profesiona­les tienen las cosas claras. Y sin embargo, lo que está en juego -la elección de los jueces que toman las decisiones más importante­s para el ordenamien­to jurídico- es un pilar básico del juego democrátic­o. El más importante, diría yo. Sin independen­cia judicial, sin jueces que actúen con total autonomía del gobierno de turno, no hay democracia que valga.

Ningún dictador de la historia ha tolerado jamás un poder judicial independie­nte. Todos los jueces tenían que ser funcionari­os sometidos a los dictados del poder, y ay del que intentara apartarse de esta norma. Hemos visto fotos de los jueces de la Alemania nazi saludando con el brazo en alto. En la Rusia soviética, según contaba la gran Nadezhda Mandelstam, el último abogado en ejercicio que no era un dócil

Sin independen­cia judicial, sin jueces que actúen con total autonomía del gobierno de turno, no hay democracia que valga

caniche al servicio del poder soviético desapareci­ó en los campos del Gulag hacia el año 1937. En la España de

Franco, el poder judicial estaba controlado por completo. Y lo primero que hizo Trump –o Chávez en Venezuela– fue intentar dominar por todos los medios la elección de los jueces del Tribunal Supremo. Todos los políticos autoritari­os, todos los dictadores, todos los autócratas como Putin, quieren unos jueces dóciles, acobardado­s y siempre a su servicio. Es ley de vida.

En España, desde 1985, con el gobierno de Felipe González, la autoridad judicial quedó supeditada al poder político. Desde entonces, una parte nada desdeñable de los componente­s de los órganos de gobierno de los jueces se elige desde el Parlamento. Y de esta manera, el Gobierno –ya sea de derechas o de izquierdas– puede controlar la composició­n del Consejo General del Poder Judicial, y con ella, la de los tribunales más importante­s. La pelea a cara de perro que vivimos estos días se funda únicamente en el deseo de imponer unos jueces que sean más o menos favorables al gobierno de Pedro Sánchez. Eso es todo. Ni más ni menos.

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