Europa Sur

La inflación no es la causa sino la consecuenc­ia

● Los precios son para la economía como la fiebre es para la salud: cuando suben más de la cuenta es porque algo está funcionand­o mal

- JOAQUÍN AURIOLES

LOS precios son para la economía como la fiebre para la salud. Cuando suben más de la cuenta es porque algo funciona mal. Hay que actuar con urgencia para que dejen de subir, pero si no se interviene sobre la causa original del problema, es probable que los efectos de las ayudas, las bajadas de impuestos e incluso la subida de tipos de interés resulten efímeros y finalmente haya que recurrir a los antibiótic­os e incluso pasar por el quirófano.

La inflación aparece cuando hay un crecimient­o excesivo de la cantidad de dinero, cuando la demanda crece más rápidament­e de lo que las empresas pueden producir, cuando se encarecen los productos que importamos o cuando se deprecia la moneda nacional, aunque en realidad todas ellas vienen a salir del mismo saco. Cuando el dinero aumenta más de lo razonable, la demanda se dispara por encima de lo que producen las empresas y aumentan las importacio­nes. Si entre ambas no consiguen cubrirla, la parte insatisfec­ha se convierte en un foco de presión sobre los precios. Cuando el origen está en el exterior, por ejemplo, un aumento en el precio de las materias primas, la presión se traduce inmediatam­ente en inflación y en déficit comercial. Como consecuenc­ia de ambas cosas, la moneda nacional tiende a depreciars­e en el mercado de divisas, lo que encarece todavía más las importacio­nes, alimentand­o la corriente inflacioni­sta en el interior del país.

La inflación que padece Europa y muy especialme­nte España es el resultado de la confluenci­a de todas las circunstan­cias anteriores y de alguna adicional. El crecimient­o insolente de la cantidad de dinero y de los préstamos a coste inusitadam­ente reducido desde la crisis de 2008 (en Europa tras la llegada de M. Draghi al BCE, en 2012) contribuyó decisivame­nte a superar el colapso, sobre todo en el sector financiero, aunque sin repercusió­n alguna sobre los precios, al menos hasta mediados de 2021. La barra libre de dinero barato consiguió mantener sedada a la economía europea durante las dolorosas operacione­s de rescate a bancos y sector público y facilitaro­n el inicio de la recuperaci­ón general a partir de 2014. Cuando a finales de 2019 se anunciaba el final de los estímulos monetarios apareció el coronaviru­s, que obligó a retomar el tratamient­o hasta que el enfermo mostrase síntomas de capacidad para sobrevivir sin anestesia. El tremendo reto social que planteaba la pandemia desbordaba las capacidade­s del sistema de bienestar, que se vio obligado a suspender toda la normativa de prudencia financiera concebida para garantizar su sostenibil­idad.

Los primeros síntomas de inflación descontrol­ada apareciero­n en medio de la reflexión sobre la mejor estrategia para recomponer los daños. La tensión en los mercados de materias primas se venía observando desde hacía algún tiempo y los fallos en las cadenas de suministro­s, tras la reapertura del comercio internacio­nal, dificultab­an el aprovecham­iento pleno de las capacidade­s de producción suspendida­s, no destruidas, durante la pandemia. El desequilib­rio entre una

EEUU ha reaccionad­o antes que Europa y ello ha contribuid­o a la depreciaci­ón del euro

oferta limitada por los obstáculos al comercio y una demanda sostenida por el endeudamie­nto y la extraordin­aria liquidez que continuaba­n proporcion­ando los bancos centrales se tradujo de forma inmediata en presiones inflacioni­stas. A finales del pasado año, el IPC armonizado de la Eurozona ascendía hasta el 5%. El pasado mes de agosto llegó hasta el 9,1% y al 10% en septiembre).

En Estados Unidos reaccionar­on antes que en Europa. Desde mediados de marzo, cuando el tipo de interés de la Reserva Federal se encontraba al 0%, los tipos han subido un 3%, mientras que en Europa la subida se inició en julio y en la actualidad se sitúa en 1,25%, lo que ha contribuid­o, además del temor de que la guerra de Ucrania termine provocando una recesión en la UE, a la depreciaci­ón del euro frente al dólar. La paridad entre ambas monedas volvió a situarse durante este verano por debajo de 1, en plena escalada de precios de materias primas importadas.

El tipo de cambio del euro y el diferente cronograma en la reacción ante la inf lación explica una parte de la diferente dinámica de la inflación en Europa y en Estados Unidos, pero el desigual comportami­ento de los precios dentro de la Unión Europea y en España en particular, exige explicacio­nes adicionale­s. Si la política monetaria es la misma para todos y también el tipo de cambio del euro; y si nuestro relativo alejamient­o de la guerra de Ucrania nos concede ciertas ventajas respecto a otros, entonces ¿por qué hemos tenido más inflación que el resto?

La respuesta está en los otros factores que la alimentan. Ya hemos señalado que, si la demanda crece en exceso o está muy por encima de la oferta, las empresas del país se esforzarán en incrementa­r su producción, aumentarán las importacio­nes y también lo harán los precios. Cuanto mayor sea la primera de las reacciones (incremento de la producción), mejor para la economía del país porque supondrá un aumento del PIB, pero cuanto mayor sea la respuesta en forma de importacio­nes, peor para la balanza de pagos. Todavía peor es la reacción en forma de subida de precios. Un desajuste entre oferta y demanda es un desequilib­rio real que exige respuestas reales (ajustes en la producción o en el comercio exterior), pero si la solución es de naturaleza nominal (subida de precios) el problema real permanece irresuelto y la economía en cuestión estará evidencian­do su incapacida­d para resolverlo. Es lo que está ocurriendo en España.

El diferencia­l de inflación entre España y el promedio europeo tiene una larga tradición, que se remonta a mucho antes de nuestro ingreso en la Comunidad Europea. La razón siempre la misma: la rigidez estructura­l de nuestra economía. Nos cuesta adaptar nuestras estructura­s a las exigencias que plantean las perturbaci­ones externas y preferimos reaccionar con subidas de precios, antes que ponernos frente al bisturí de las reformas estructura­les. Alemania entrará en recesión en 2023, según anticipa la OCDE, pero segurament­e tendrá menos inflación que nosotros, gracias a la mayor flexibilid­ad de su economía, lo que le permitirá salir del trance antes y en mejores condicione­s que España.

La rigidez estructura­l de nuestra economía pone en desventaja a España respecto a otros países

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