CRÍTICA Leopoldo de Luis Entre el deseo y la memoria
Somos un recorrido vital que se extiende más allá de los límites temporales del nacimiento y de la muerte
Acabo de recibir una amable invitación para intervenir el próximo jueves día 6 de octubre en La Línea de la Concepción en su Biblioteca Municipal José Riquelme –ese entrañable literato y buena persona al que la ciudad justamente le honra con su recuerdo– en la presentación del espléndido libro de Juan Ignacio Trillo sobre el gran poeta de la convulsa y en parte malograda generación de la guerra y posguerra, como significó Leopoldo de Luis, del que se sigue ignorando su amor a esta tierra campogibraltareña y la profunda huella que en él dejó.
trata de llenar este vacío, así como la posibilidad que en este espacio se me ofrece para reseñarla.
Entre el deseo y la memoria, la vida. Somos un recorrido vital que se extiende más allá de los límites temporales del nacimiento y de la muerte. Antes de haber nacido, una existencia en potencia hasta ese eufemismo del parto que es dar a luz, esto es, ir ‘platónicamente’ a otra luz, a la raíz del ser. Después de la muerte, las aguas del recuerdo –como las de ese mar, quizás recordando la del Estrecho que anheló abrazar Leopoldo de Luis en sus últimas palabras- que bañarán las costas del olvido, harán crecer la luminosidad en el corazón y retrocederán, así, las sombras de la nada. Una biografía es la expresión escrita de una parte de la vida, de una trayectoria que comienza antes del protagonista y que debe narrar la vida más allá de su muerte. Así luce la llevada a cabo por el autor en
editada por la Diputación de Cádiz en el pasado diciembre de pandemia de 2021 y, ricamente, introducida por Juan José Téllez, Jorge Urrutia, (hijo de Leopoldo de Luis y de la jimenata María Gómez, Maruja, cuya primera playa confiesa que
y José Regueira que en este ensayo nos deja su última prosa escrita antes de su fatal pérdida.
¿Cuál es, dónde está, qué significa el Sur, cómo y por qué ese paraíso del título? Un punto cardinal como deíctico espacial y temporal, pero no cualquiera, sino el Sur; más exactamente, el sur del Sur, que tan bien conoce Trillo. Un lugar y un tiempo míticos, una coordenada simbólica. El Sur es Andalucía, hábitat natural de la luz, y es la tierra que ve nacer al poeta cordobés Leopoldo de Luis, al que dará-a-la-luz Vicenta Luis Pérez. Más tarde, el Sur es el destino de su condena al batallón de trabajos forzados. Ahora el Sur se convierte en Infierno. Pero, entonces, ¿por qué nos habla Trillo del paraíso? Hasta en el Hades cabe la redención. Tras la expulsión del Edén, el hombre es condenado a dejar atrás la inocencia, los ideales, la libertad; en la Tierra, con pena y fatiga, tendrá que asumir su condición animal (así llega a Jimena de la Frontera:
decía el poeta), tendrá que ganarse el pan con el sudor de su frente, tendrá que construir, como bestias que arrastran su barriga por el lodo, una cobarde carretera de huida franquista. Y en este punto
pensamiento de su amigo Miguel Hernández que asumió como suyo, retorna la luz del Sur, ahora metamorfoseada en belleza, en mujer, en Maruja, que no le lleva una simple jarra de agua, sino una jarra de vida, de trasparencia, de claridad, capaz de desterrar las sombras, de apagar los fuegos de la miseria para reavivar el fuego más importante de la pasión. Turbia es la lucha sin sed de mañana, escribía Miguel Hernández en el fundamental ‘Eterna sombra’. fue regada con agua de la jimenata fuente del Regüé, capaz de saciar la angustia existencial. Luz, agua y vida: la luz del Sur, el agua del amor y la vida compartida. También en los infiernos hay salvación. Condenado en Jimena, elevado en Jimena. Juan Ignacio Trillo la sitúa
otra herida. Leopoldo de Luis admiraba la poesía de San Juan de la Cruz; posiblemente, también su fervor místico. Pero lo que nos interesa destacar ahora es que, para el místico, la oscuridad de la noche es necesaria para que se produzca la comunión amorosa. De la oscuridad, símbolo de la cueva, del refugio o de la casa, del vientre amoroso nace la luz. Se trata del mismo valor metafórico que subyace en los deluisianos ‘Alba del hijo’ (1946) y ‘Huésped de un tiempo sombrío’ (1948). El primer poemario sintetiza el símbolo ascensional del nacimiento de su hijo, Jorge Urrutia Gómez, mientras que el segundo representa la caída, la asunción del destierro del Hombre a su ineludible condición temporal. El sentido heracliteano del pensamiento poético de Leopoldo de Luis se hace evidente. Trillo destaca la atención que De Luis va concediendo, con el paso de los años, al mar hasta, como se ha apuntado, su instante final, como realidad cambiante, una y distinta, en un eterno retorno.
Trillo nos adelanta, en sus primeras páginas (36), la importancia del Sur para la vida y la obra del poeta biografiado:
Decía Leopoldo de Luis que el poema era la respuesta que el poeta, desde su rincón que ocupa en el mundo, daba a los interrogantes de su existencia. Becquerianamente, se preguntaba a través de la poesía y respondía a través del poema. Pero cada poema era debe ser un nuevo fracaso: el que le impulsaba, movido por la insatisfacción, a seguir escribiendo nuevos versos, otras respuestas. De Luis se instaló desde muy joven en el umbral de la palabra poética, en cuyo pórtico como en el de Delfos podría haber figurado la máxima
de su admirado
Albert Camus.
Y quien hace de la poesía su compañera de vida poco más encuentra fuera de ella. Las amistades de Leopoldo de Luis fueron otros poetas, como los jimenatos Diego Bautista Prieto, José Riquelme o Ángela Reyes, cuyos testimonios, directa o indirectamente, dan fe de la atención y la vocación que el autor de ‘Teatro real’ (1957), esa maravilla lírica, puso siempre a la Poesía.
La herida de Leopoldo de Luis en el paraíso del Sur.