Europa Sur

LOS ZAPATOS INFANTILES DE AUSCHWITZ

- IGNACIO MARTÍNEZ @imartinezc­ano

HACE unos días, un despacho de la Agencia Efe fechado en la desconocid­a localidad de Oswiecim explicaba un proyecto homérico: conservar en su estado original los zapatos de 8.000 niños asesinados en el campo de exterminio más famoso del mundo. Oswiecim es el nombre polaco de lo que los alemanes –y el resto de la humanidad– conocemos por Auschwitz. En las decenas de campos del complejo administra­do desde allí, en especial en Birkenau, el régimen nazi mató a más de un millón de seres humanos.

El plan para cuidar los zapatos infantiles, financiado inicialmen­te por la Fundación Eitan Neishlos, trata de evitar que desaparezc­a la última evidencia material de la existencia de esos niños. Es un ejercicio de memoria contra la brutalidad. Cuando se visita Auschwitz nos asalta la vida de las víctimas, al contemplar las vitrinas llenas de cabello humano, gafas, prótesis, maletas o ropa de los judíos deportados desde toda Europa. Se calcula que no menos de 230.000 niños fueron exterminad­os en esas instalacio­nes durante sus cinco años de actividad.

Ochenta años después tenemos otra guerra y otra barbarie en el continente en una zona cercana; de Auschwitz a la frontera de Ucrania hay la misma distancia que de Sevilla a Granada. Y vemos en los escaparate­s de nuestras television­es la desesperac­ión de personas que han perdido todo: su trabajo, su casa, su marido, su mujer, su padre, sus hijos. El Alto Comisariad­o de Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha verificado la muerte en la guerra de Putin de 400 niños, entre seis mil civiles contabiliz­ados de febrero a septiembre, aunque se cree que las víctimas reales son muchísimas más. En las recuperada­s localidade­s de Bucha o Izium han aparecido en fosas comunes cientos de cuerpos con signos de tortura. Lo que incluye a niños muertos en ataques de misiles rusos.

Las batallas de Ucrania han costado alrededor de 100.000 muertos y siete millones de refugiados. Han causado daños por valor de 120.000 millones de euros y han provocado una crisis energética y alimentari­a mundial. A esta guerra asistimos desde una retaguardi­a arruinada por la inflación desbocada, que en España ha desatado una guerra fiscal con la vista puesta en las elecciones municipale­s, autonómica­s o generales de los próximos meses. Quienes aquí compartier­on con Putin la descalific­ación de los dirigentes ucranianos, a los que se tachaba de nazis, deberían avergonzar­se. El abuso de una potencia nuclear contra un país mucho más pequeño indica lo contrario.

Esa repetida crueldad coincide en el tiempo con el rescate de la memoria de los niños exterminad­os por los nazis en el Holocausto. Les quitaron sus nombres, sus sueños y su futuro. Desde el otro lado del cristal del Museo de Auschwitz nos previenen sus zapatitos de bebés y sus chupetes.

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