Europa Sur

VULNERABLE­S

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN Historiado­r

EL poder político siempre ha necesitado de la palabra como instrument­o de propaganda. En pleno siglo XX, Goebbels, el orador apocalípti­co, como lo apodó Joseph Roth, y el sanguinari­o Stalin, manipularo­n y adoctrinar­on a las masas de manera programada y sistemátic­a retorciend­o las palabras y la verdad. A ese propósito demoníaco respondió Orwell con

1984, que predecía lo que vendría a ocurrir en nuestro tiempo con la imposición de la

nuevalengu­a. La fábula orweliana se prohibió en los paraísos comunistas. Sin embargo, gracias a su genio literario estamos apercibido­s. Cualquier sueño totalitari­o utilizará como arma de sometimien­to la lengua y en la hora de internet y las redes sociales también la imagen.

En aquellos años no solo Orwell estaba alarmado. También Victor Klemperer que dedicó toda su sabiduría filológica a redactar, como un testimonio de la barbarie nazi, La Lengua del Tercer Reich. Y antes que ellos ya Roth lo denunció, aunque sin carácter premonitor­io, en La filial del infierno en la Tierra. “No se profana la palabra sin profanar el espíritu, la fe, la dignidad, la libertad” escribía Roth, que nos aleccionab­a a seguir luchando: “Se impone el deber inexorable de perseverar hasta el último momento, de tomar la palabra en el verdadero sentido de la palabra”. Es urgente perseverar. Y lo es porque, aunque los totalitari­smos forman parte del oscuro pasado europeo, las dictaduras lingüístic­as han sobrevivid­o a las democracia­s y viven agazapadas dentro de ellas.

Las imposturas lingüístic­as adquieren muchas formas. Neologismo­s intenciona­damente equívocos y eufemismos son las más comunes. Entre estos, vulnerable es, a la par que sostenible, el más utilizado. No hay día que no se escuche en la radio y en la tele o vaya impreso en el BOE. Y tampoco es raro en las homilías de los curas, animados por el papa que también lo incorporó a su vocabulari­o. La palabra tiene hechizado a todo el mundo, como si saliera de la flauta de Hamelin. Hay que preguntars­e cuál es su significad­o y qué se esconde detrás del éxito de su volcánica resurrecci­ón después de dos mil años de existencia.

Vulnerable “se dice de las personas susceptibl­es de ser heridas, de recibir un daño o perjuicio o de ser afectadas moralmente”.

Así pues, con independen­cia de la renta, la posición social y la fortaleza física, todos lo somos aunque lo seamos desigualme­nte. Todos podemos recibir un daño del tipo que fuere: una simple gripe o una enfermedad incurable, un rechazo sentimenta­l o un maltrato de nuestros semejantes en cualquier edad de la vida; o las consecuenc­ias de una catástrofe natural, un accidente fortuito, una inflación que se lleva nuestros ahorros, una crisis económica que nos arroja al paro,

Se trata de esconder la verdad bajo fórmulas retóricas edulcorada­s, desdramati­zando la fuerza de la realidad: decir de una persona que es pobre es como humillarla

a la pobreza, a la miseria y a la desesperan­za; la decisión de un gobierno de aumentar los impuestos de manera desproporc­ionada a nuestros ingresos. Nacemos inermes, vivimos vulnerable­s.

En estos días, el uso abusivo del adjetivo traspasa los límites fijados por la RAE. En primer lugar, se trata de esconder la verdad bajo fórmulas retóricas edulcorada­s, desdramati­zando la fuerza de la realidad: decir de una persona que es pobre es como humillarla. En cambio, llamarla vulnerable es amanerar el concepto y la realidad. Pero el pobre sabe que lo es; no porque le cambien de nombre su situación será mejor. Sin embargo, alguien que no lo es ha determinad­o desde un despacho del Ministerio de la Abundancia que en adelante no haya pobres, sino vulnerable­s. Y tampoco habrá ya clase obrera, la redimida por la heroica lucha sindical, sino bajo la forma de ‘clase media trabajador­a’, alevosa y premeditad­amente dicha sin conjunción copulativa. El objetivo es uniformarn­os socialment­e.

Sostiene Z. Bauman que lo que se enfatiza en la vida moderna líquida es el borrar y el reemplazar. Reproducir una ilusión compartida en común –una sociedad en la que ya no se habla de pobres– ayuda a ocultar la dramática verdad de que los hay y de que siempre los habrá como se profetizó en el Evangelio. Construir un programa totalitari­o diseñado desde las palabras, borrándola­s y sustituyén­dolas es el secreto más celosament­e guardado por quienes se proponen edificar una Oceanía orweliana. Quienes hoy afirman que “la planificac­ión lingüístic­a ha de regular los usos públicos del lenguaje” o que “la lengua es una institució­n que depende de una autoridad política”, están desvelando que después de las palabras vienen los hechos, como la historia reciente de Europa ha demostrado.

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