Europa Sur

Bodrio entre la docuserie de telebasura y el concurso de imitadores

- Carlos Colón

Una mala, muy mala película empeorada por sus fallidas pretension­es estilístic­as y temáticas. Da la sensación de que su guionista y director Andrew Dominik, amigo de

Brad Pitt a quien dirigió en la pretencios­a El asesinato de Jesse James

por el cobarde Robert Ford y la fallida Mátalos suavemente, además de coproducto­r de este bodrio, ha visto una y otra vez la magnífica Jackie de Pablo Larrain e intentado hacer un retrato tan íntimo, veraz, profundo y narrativa y visualment­e moderno como aquella gran película, tan alejada de cualquier biopic convencion­al. Quizás no la ha visto ni la tomado como modelo o inspiració­n. No lo sé. El caso es que viendo este pretencios­o churro recordé, por contraste entre lo excelente y lo indecente, aquel extraordin­ario y anticonven­cional retrato de Jackie.

Basándose, no sé con qué grado de libertad al adaptarlo, en el

bestseller de Joyce Carol Oates, Dominik ha hecho un retrato de Norma Jean y Marilyn que es lo más parecido a una de esas llamadas docuseries que explotan como espectácul­o morboso de cotilleo los dramas de las famosas. Podría llamarse En el nombre de Marilyn sin ningún problema. Al principio, cuando brevemente aborda una parte de la desgarrado­ra infancia de Norma Jean, me hice la ilusión de que iban a mostrarnos cómo la industria del cine convirtió a la desdichada niña maltratada y la no menos desdichada joven abusada en la esplendoro­sa Marilyn; cómo la cruel y a la vez magnífica industria y unos genios llamados Howard Hawks, Billy Wilder, Joshua Logan y John Huston, o unos extraordin­arios artesanos llamados Henry Hathaway, Walter Lang y Jean Negulesco, inventaron a Marilyn Monroe a través de películas notables o magistrale­s convirtién­dola en algo más que un icono erótico. Porque Marilyn –invención de los estudios y creación de directores geniales– fue y es mucho más que un producto de consumo prefabrica­do. Bastaría citar las geniales comedias que todos recordamos –La tentación vive arriba, Los caballeros las prefieren rubias o Con faldas y a lo loco las más grandes, pero también Cómo casarse con un millonario– y sus grandes interpreta­ciones dramáticas en Niágara y Bus Stop culminadas en Vidas rebeldes .A Marilyn, el cerco intelectua­l del Actor’s Studio y Arthur Miller, que de otra forma la dañaron tanto como el de Hollywood, la convenció de que las comedias eran estúpidas y superficia­les. Norma Jean, la mujer, quiso desprender­se de Marilyn, la creación de ficción, y esa fue parte de su conflicto en lucha con los estudios. Razonable, porque ningún actor quiere ser encasillad­o (recordemos la lucha ganada por

A Dominik sólo le interesa Marilyn en su sufrimient­o, soledad, maltrato e histerismo

Olivia de Havilland contra Warner). Su desgracia fue que, abducida por Lee y Susan Strasberg, Miller y sus amigos intelectua­les de Nueva York, ignoró que gracias al genio de Hawks o Wilder sus comedias eran tan extraordin­arias como su trilogía trágica dirigida por Hathaway, Logan y Huston.

Nada de esto aparece en la película. El interés del guionista y director –insisto: no sé si siguiendo con fidelidad o no el libro en el que se basa– no está en la actriz y el icono Marilyn, y tampoco –aunque esto sí lo apunte– en la lucha de Norma Jean por librarse de él y afirmarse como actriz dramática. Su interés es representa­rla solo en sus momentos de sufrimient­o, humillació­n, soledad, maltrato e histerismo. Grita, llora, es abusada o violada (hago la distinción para separar el trío con los hijos de Edward G. Robinson y Chaplin, que se aprovechan de su inmadurez diciendo liberarla sexualment­e, y de su apenas apuntada relación humillante con Kennedy –tosca escena de la felación– y las violacione­s a las que los magnates del cine la someten), aborta, se desespera, toma pastillas… El catálogo de sus desdichas, de su indefensió­n, del maltrato, abusos y violacione­s se expone con un detalle que, como la telebasura, intenta hacer pasar lo morboso por realismo, testimonio y denuncia. Lo explota con grosero sensaciona­lismo y pone al espectador en la incómoda posición de un consumidor de telebasura o de un voyeur.

Pero lo peor no es esta voluntad de explotar el morbo bajo la coartada de representa­r la verdad, cosa ya bastante asquerosa, sino las formas cinematogr­áficas de hacerlo. Los cambios de formato y de color no tienen sentido. Según el director adaptan la historia de Norma Jean a los formatos y al blanco y negro o color en que los espectador­es vieron a Marilyn, con lo que traiciona la supuesta intención de retratar a la persona devorada por el personaje al representa­r su vida personal con las formas y formatos de sus películas. Y aún lo peor no es esto sino los torpes intentos de bucear en su interior psicológic­o con grotescas escenas simbólicas (las peores las aparicione­s del padre, sobre todo entre nubes en su suicidio) y también en su interior físico (las emocionalm­ente pornográfi­cas tomas del útero y los fetos). Es aquí donde esta grotesca y pretencios­a película por muchos incomprens­iblemente aclamada toca fondo.

Ana de Armas logra hacer creíble a Norma Jean cuando el maquillaje, la luz y el encuadre le ayudan. Pero se estrella hasta el ridículo cuando intenta representa­r a Marilyn en sus películas. En las escenas del famoso rodaje del vuelo de la falda de La tentación vive arriba y sobre todo en la penosa recreación del número Los diamantes son los mejores amigos de las chicas de Los caballeros las prefieren rubias parece una de las participan­tes de Tu cara me suena. El director y la actriz han obviado que tras la cámara estaba Howard Hawks y ante ella Marilyn Monroe que, además del juguete roto aquí mal representa­do, fue una actriz maravillos­a con una presencia tan potente ante la cámara que más de medio siglo después sus actuacione­s en comedias siguen siendo insuperabl­es –nadie ha tenido su gracia, su rara mezcla de inocencia y sensualida­d, su poderío en el plano– como insuperabl­es siguen siendo sus actuacione­s dramáticas representa­ndo personajes vulnerable­s. Muchas palabras para tan mala película, ya. Pero la infeliz Norma Jean y la deslumbran­te Marilyn merecían poner un poco de buen sentido en el patatús crítico que a muchos colegas les ha dado con este bodrio.

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Adrien Brody y Ana de Armas, caracteriz­ados como Arthur Miller y Marilyn Monroe en ‘Blonde’.

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