Europa Sur

Fincas audiovisua­les

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JUSTO al mismo tiempo que desde La Moncloa se hacían las maniobras necesarias para defenestra­r al director general de Radio Televisión Española y sustituirl­o por alguien más proclive a la defensa de los intereses gubernamen­tales, en Andalucía se cerraba un acuerdo que asegura el reparto de sillones y el control de Canal Sur. Nada nuevo bajo el sol. Como ocurre desde que en España tenemos democracia, los medios de comunicaci­ón públicos se consideran parte integrante del poder político y como tal son tratados por los gobiernos. En esta ocasión, en RTVE, José Manuel Pérez Tornero, al que ya Podemos le había puesto la cruz por considerar­lo tibio, ha perdido también la confianza del círculo más próximo a Pedro Sánchez y ha sido sustituido por la periodista Elena Sánchez, una histórica de la televisión pública que garantizar­ía una informació­n más acrítica con el Gobierno y una opinión, principalm­ente en las tertulias, más favorable a los intereses del Ejecutivo. En Andalucía, la situación no es exactament­e la misma, pero conduce al mismo sitio. Tras las elecciones del pasado junio, PP, PSOE y Vox han alcanzado el primer acuerdo de la legislatur­a para la renovación del consejo de administra­ción de la Radio

En la legislatur­a anterior, la del cambio, una de las cosas que no cambiaron fue el modelo de gestión de la radio televisión pública de Andalucía

Televisión de Andalucía y del Consejo Audiovisua­l, órganos de extracción parlamenta­ria que requieren el acuerdo de los tres quintos de la Cámara. Con la mayoría absoluta del PP, lo único que quedaba por dilucidar era el reparto de sillones y de nóminas entre los tres grupos con diputados suficiente­s para hacerlo. Canal Sur sigue siendo una de las asignatura­s pendientes del Gobierno de Juanma Moreno. En la legislatur­a anterior, la del cambio, una de las cosas que no cambió fue la radio televisión pública, gestionada con los mismos criterios que habían funcionado con los socialista­s. Tanto en Madrid como en Sevilla los medios de comunicaci­ón públicos se consideran fincas de quien gobierna. Se trata de un déficit democrátic­o que España todavía no ha querido solucionar.

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