Europa Sur

Tensión a flor de piel

● El barrio algecireño vive en silencio el asesinato de Jesús ● “No era mal chaval, sus profesores tienen buen recuerdo de él”, dice el cura Pedro Gómez

- Javier Chaparro

Hace 19 años, Pedro Gómez bautizaba en la iglesia del Espíritu Santo a Jesús; dentro de unos días, una vez le practiquen la autopsia en Cádiz y el juez dé la correspond­iente autorizaci­ón, oficiará la misa por su alma. “Su abuela es muy buena mujer, pobre, muy humilde. No ha criado a sus hijos en esa violencia”, destaca el sacerdote, un cura progre de los 70 que suma casi medio siglo de trabajo en el barrio. Claro que conocía a Jesús, que estudió Primaria en el Virgen del Pilar. “No era mal chaval, sus profesores tienen buen recuerdo de él”, apostilla.

El lunes pasado ya se había marchado de la parroquia cuando una puñalada atravesó el pecho de Jesús, justo frente a la fachada del templo, en la otra acera. A la mañana siguiente permanece aún sobre ella el rastro de la sangre coagulada. El presunto asesino es un chaval de apenas 16 años que en tiempos pasó por el centro de menores La Marchenill­a, a las afueras de Algeciras, un lugar poco recomendab­le. Dicen que lo ocurrido fue por un tema de novias, de drogas o, como sostiene el alcalde de Algeciras, por una mala cuchillada dirigida a otra persona. El caso es que acabó matando a Jesús. En el barrio nadie sabe nada de lo ocurrido. Mejor echar la persiana y cerrar las puertas. Ver, oír y callar.

Pasadas las 14:00, algunos padres -en su mayoría, mujeres marroquíes cubiertas con un hiyabesper­an a sus hijos a la salida del colegio Andalucía, cuya tapia hace años que reclama una mano de pintura. Los chavales sonríen y van a lo suyo mientras cruzan el desdibujad­o paso de cebra. “Aquí nadie te va decir nada”, sentencia una vecina recién salida de un portal. El fallecido era de la familia de los Maya, muy conocida en todo el barrio y no precisamen­te para bien. Algunos de sus miembros cuentan con antecedent­es por narcotráfi­co, razón de más para mantenerse al margen. La vecina sostiene entre sus labios un papelillo para liarse un pitillo. “¿Del Europa?”, interroga al periodista. “Te digo que si a mi hijo me lo matan a esa edad, no queda nadie de la otra familia”.

“He pedido más policías, pero la respuesta es que faltan”, asevera el padre Pedro

“Si a mi hijo me lo matan a esa edad, no queda nadie de la otra familia”, afirma una vecina

El cura es un referente, una figura respetada por todos, aunque su voz no sea tan tenida en cuenta como debiera. Hace años que viene alertando de la desatenció­n que padece La Piñera, un barrio obrero en sus orígenes, de gente honrada, que quedó arrasado décadas atrás por la heroína y el sida. Aún quedan algunos de los antiguos vecinos que, junto a muchos otros, se lamentan de que la imagen que se ofrezca sea la de una zona sin ley. “Hay tristeza por la fama que se crea. Hay gente muy buena, trabajador­a, nada agresiva, que se siente mal, que dice que se iría a otro sitio si pudiera”, resume en su despacho parroquial. Un primo del fallecido empezó la catequesis para hacer la primera comunión justo el mismo día en que Jesús moría.

El temor ahora es que la violencia se adueñe de las calles. No han pasado 24 horas y no hay presencia policial en los alrededore­s. “He pedido varias veces más policías, pero la respuesta es que faltan”, asevera el padre Pedro. No es la norma, pero no es raro tampoco que haya incidentes entre familias gitanas y marroquíes, una mecha que puede prender a raíz de la muerte de Jesús. La tensión se mascaba desde hacía semanas en el barrio, desde los tiroteos habidos a mediados de mes no solo en La Piñera, sino también en otros puntos de la ciudad, como El Saladillo. “La Policía hizo acto de presencia dos o tres días en algunos lugares, pero luego, nada”, asevera el sacerdote. “El ambiente estaba ya calentito”. Y así continúa.

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ERASMO FENOY El padre Pedro Gómez, cura de la parroquia de Espíritu Santo.

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