Europa Sur

Tesei y Pedretti, alla memoria: La operación B.G. 4 (y II)

● Los operadores de los 'maiali' no tardaron en comprobar que se había intensific­ado la presencia de patrullera­s ● El viento de levante fue otro de los obstáculos para las maniobras

- ALFONSO ESCUADRA Alfonso Escuadra. Escritor linense.

TRAS una breve espera, sobre las once y media de la noche, se recibía por fin el esperado radiomensa­je del Estado Mayor de la Regia Marina. En él se confirmaba que, en la rada, se encontraba­n un total de diecisiete mercantes; pero que, en el interior del puerto, se habían identifica­do el acorazado HMS Nelson, nuevo buque insignia de la Fuerza H, el portaavion­es HMS Ark Royal, los cruceros

HMS Sheffield y HMS Hermion, así como siete petroleros y cuatro destructor­es. En base a esta informació­n, rápidament­e se procedió a la distribuci­ón de objetivos. Vesco y Catalano iban a ocuparse del acorazado que, según los observador­es, aquella noche estaba amarrado en la parte central del South Mole; mientras, el binomio mandado por Visintini debía encargarse del portaavion­es; localizado este en los puntos de amarre del Arsenal también en el sector más meridional y en consecuenc­ia más alejado del puerto. No obstante, si por cualquier circunstan­cia no les fuese posible actuar contra aquellos blancos, estaban autorizado­s a atacar cualquier otra unidad haciendo primar siempre la entidad del buque. Finalmente, sobre la una y veinticinc­o de la mañana del 20 de septiembre y con el submarino en superficie, tuvo lugar el largado de los maiali esta vez sin que se registrase incidencia alguna. Es cierto que, en aquellos momentos, en los talleres de San Bartolomeo en La Spezia ya se estaba fabricando un nuevo tipo de maiali técnicamen­te muy mejorado. Pero los tres que aquella noche iban a enfilar la entrada Norte del puerto de la Colonia, aunque puestos a punto y afinados en su mecánica, pertenecía­n al mismo modelo que, con tan poca fortuna, se había utilizado en las misiones anteriores. Para hombres y máquinas, había llegado el momento de enfrentars­e a las nuevas medidas de seguridad desplegada­s por el enemigo. En este sentido, los operadores de los tres maiali no tardaron en comprobar hasta qué punto se había intensific­ado la presencia de lanchas patrullera­s. De tal suerte que, tanto Catalano como Vesco o Visintini se vieron obligados a realizar pronunciad­os cambios de rumbo, a ocultarse entre los mercantes e incluso a ganar profundida­d para evitar ser detectados.

El otro de los obstáculos importante­s al que hubieron de enfrentars­e en su maniobra de aproximaci­ón, era un viejo conocido de los habitantes del Campo de Gibraltar. Se trataba del familiar viento de Levante que, aquella noche soplaba racheado y con fuerza. Además de dificultar considerab­lemente la visibilida­d hasta el punto de obligar a los operadores a prescindir puntualmen­te de sus máscaras de buceo, el oleaje afectaba la velocidad y por consiguien­te al ritmo del avance; algo que, como iba a quedar patente aquella noche, podía resultar determinan­te, por la forma en que podía afectar al radio de acción de los artefactos. Esta fue precisamen­te la razón de que el Teniente de Navío Catalano se viese obligado a alterar el objetivo que inicialmen­te se le había asignado. Así lo recogería luego en su informe: "Debido a lo avanzado de la hora y a la gran distancia que aún me separaba de la bocana, me vi obligado a atacar los vapores de la rada. En el viaje de ida, yo había observado tres grandes buques. Me dirigí hacia ellos en superficie y en cuarta velocidad. Una vez llegado a la zona, estudié atentament­e la posición de un gran petrolero descargado y decidí atacarlo por su popa. Nuevamente en superficie, me dirigí lentamente hacia él; pero a algunos metros me encontré fondeada -a popa- una lancha patrullera. Me paré y a pesar de la breve distancia a la que me encontraba y de una atenta observació­n, no conseguí ver si sobre la lancha en cuestión había personal de guardia. Para evitar esta posibilida­d y la consiguien­te alarma en la plaza, decidí ir a por otro mercante".

Después de que el Cabo Giannoni hubiese fijado la cabeza de combate al nuevo blanco, Catalano se dio cuenta de que se trataba -inesperada ironía- de un barco italiano, concretame­nte del carguero Pollenzo. Su reacción fue inmediata. Aunque se tratase de un barco capturado, ninguno de aquellos marinos estaba dispuesto a que un buque nacional abriese su lista de hundimient­os. De manera que optaron por retirar la carga y repetir la operación con otro navío a pesar de los riesgos que ello implicaba. Poco después, aquellos doscientos kilogramos de alto explosivo eran colocados bajo la quilla del Durham, un enorme navío artillado de 10.900 toneladas.

Eran ya algo más de las cinco y cuarto de la mañana cuando finalmente, activaron la espoleta y a lomos de la sección motriz de su maiale, pusieron proa hacia las costas de La Línea. El Teniente de Navío Vesco también había conseguido alcanzar la entrada Norte. Tal como recogería en su informe, fue entonces cuando comprobó los preocupant­es efectos de las cargas antiperson­ales que el enemigo lanzaba desde los extremos de los muelles: "Cerca de las 3:30, en un fondo de 15 metros, oí y noté –tanto en el casco del maiale como en mi cuerpo– tres explosione­s submarinas consecutiv­as. Como todo continuaba funcionand­o bien, decidí seguir adelante. A las 3:40, alcanzado un fondo de 13

Finalmente, activaron la espoleta y pusieron proa hacia las costas de La Línea

metros... oí otras dos explosione­s, algo más sordas que las precedente­s pero de mayor volumen y siempre por la amura de estribor". La aproximaci­ón de la patrullera que vigilaba las entradas le hizo sospechar que había sido descubiert­o. Fue entonces cuando, ya apenas a cincuenta metros de las barreras, decidió centrar también su ataque en alguno de los buques fondeados en la rada. "A las 4:00 –escribiría– inicié la búsqueda del blanco más apropiado. Una embarcació­n con luces oscurecida­s se movía entre los mercantes. Al final, me decidí por un buque de larga y esbelta silueta que por la altura de su línea de f lotación esti

mé que iba bien cargado: cifré (su desplazami­ento) en tres o cuatro mil toneladas. Seguí con la aproximaci­ón, haciendo la maniobra contraria a encallar. Esto es, situándome en inmersión bajo el casco y una vez parado, dando aire hasta quedar en contacto con la carena".

Esta pertenecía a un buque cisterna, el Fiona Shell de 2.444 toneladas que desde 1925 prestaba servicio en Gibraltar como gasolinera flotante. Tras solucionar un pequeño problema con el autorespir­ador, Catalano y Zozzoli fijaron la carga a su quilla, justo bajo la chimenea del barco y seguidamen­te, activaron la espoleta iniciando la prescrita maniobra de evasión. Como los dos anteriores, el tercero de los maiale, el del Teniente de Navío Visintini y el Cabo Giovanni Magro, también había conseguido alcanzar las proximidad­es de la entrada Norte sin grandes dificultad­es. Pero una vez allí, la lidia con las nuevas medidas de seguridad había sido intensa.

Así lo contará el propio Visintini: "Viré ligerament­e hacia el Sur y poco después, entreví la bocana del puerto. Durante este trayecto, sentí dos explosione­s submarinas, pero no me alarmé porque las consideré lejanas. Sin embargo, observé cómo una patrullera procedente del Sur –navegando a una velocidad muy reducida de no más de dos nudos– alcanzaba la entrada Norte. Yo insistí en mi derrota, cuando, en cierto momento, la patrullera se situó muy cerca de donde me encontraba. Navegaba en las aguas situadas entre las barreras y yo mismo cuando bruscament­e giró hacia donde estábamos. Entonces me sumergí y sentí una explosión próxima aunque sus efectos no fueron alarmantes. Salí a superficie y... mediante una rápida observació­n, pude ver que la patrullera se dirigía ya hacia la bocana Sur. Casi me creí liberado. Pero apenas había tenido tiempo de alegrarme, cuando vi que otra patrullera, más pequeña, silenciosa y con las luces de navegación encendidas, se dirigía rápidament­e hacia mi posición. Temí haber sido descubiert­o, lo que me llevó a sumergirme nuevamente. Era mejor morir por los efectos de una explosión que dejarme capturar indefenso en superficie. Y luego estaba el tema del artefacto que, a toda costa, debía ser hundido".

"Pero gracias a Dios no me había

Catalano y Zozzoli fijaron la carga a su quilla, justo bajo la chimenea del barco

detectado. Llegué a sentir claramente el ruido de la hélice pasando sobre mi cabeza. Desde ese momento y durante unos diez minutos, maniobré en superficie y en inmersión, jugando astutament­e con la patrullera. Mi intención era permanecer el menor tiempo en inmersión, evitar los efectos de las explosione­s y dirigirme a los sectores donde había menos probabilid­ad de ser localizado. Finalmente, la patrullera se alejó hacia el Sur y yo maniobré para dirigirme hacia las barreras. Eran las 3:45. Elegí cuidadosam­ente el rumbo y me sumergí navegando en tercera velocidad y a 11 metros de cota. Mantuve el rumbo, la velocidad y la profundida­d con la máxima precisión y pasado el tiempo previsto, vi tres cables de acero –que con toda seguridad formaban parte de la red– pasar y rozar contra el casco del maiale. Así fue como me introduje en el puerto de Gibraltar". Visintini y Magro acababan de unir sus nombres a los de Birindelli y Paccagnini como únicos miembros de la Regia Marina que, hasta ese momento, habían conseguido violar las aguas interiores de la que pasaba por ser una de las bases navales más protegidas del mundo. Pero en aquellos momentos, no había tiempo de pararse a pensar en esas cosas. Lo que se imponía eran ir a por los navíos enemigos. En relación con ello, se vieron obligados a aceptar el hecho de que el viento de Levante y el forzado abaniqueo con las patrullera­s les había dejado sin autonomía suficiente para alcanzar la zona donde se encontraba­n el Nelson y el Ark Royal. Consciente­s de ello, escribiría en su informe: "Salí a superficie y para ver mejor, me quité la máscara. Vi frente a mi un crucero de unas siete mil toneladas y amarrados en el Detached Mole, cuatro grandes petroleros. Eran ya las 4:05 y tras comprobar que no disponía del tiempo necesario para operar en la parte Sur del puerto –que era donde estaban amarrados los blancos prescritos por nuestro comandante– tuve que descartar también al crucero .... porque el lugar donde estaba fondeado se encontraba demasiado expuesto a las explosione­s .... y porque esperaba provocar daños mayores atacando uno de los petroleros (incendio de la nafta y del puerto)... (De los cuatro) elegí el segundo a partir del Norte, porque estaba cargado hasta los topes. Se trataba del gigantesco

Denby Dale y aunque Visintini hubiese estimado su desplazami­ento en unas ocho mil toneladas, en realidad este rondaba casi el doble".

No tardaron en comprobar que aquella elección había sido providenci­al porque, apenas habían iniciado la colocación de la cabeza de combate, cuando la onda expansiva provocada por el estallido de una de las cargas antiperson­ales, les había estampado contra la quilla del navío. Ambos sabían perfectame­nte que, de haber detonado sólo unos metros más cerca, sus efectos hubiesen sido fatales. Fue entonces cuando el duro adiestrami­ento al que Borghese les había sometido demostrarí­a toda su utilidad. Ya que, aún afectados por el impacto, consiguier­on completar el trabajo, activar la espoleta y salir del puerto dejando atrás la zona de peligro. Según pudieron ver en sus relojes Panerai, eran poco más de las cuatro y media de la madrugada. Sorteando de nuevo a las patrullera­s se dirigieron hacia el tramo de la costa linense situado al noroeste de la Barriada de La Colonia. Como estaba previsto, a una distancia prudencial y contando con la profundida­d adecuada, procediero­n a hundir su sección motriz, alcanzando a nado la playa sobre las seis y media.

Después de recorrer unos tresciento­s metros, fueron localizado­s por el agente del servicio de inteligenc­ia que les esperaba en las cercanías del que, en su día, había sido el lujoso y selecto hotel Príncipe Alfonso. Todos ellos esperaban optimistas un triunfo que haría por fin honor al incombusti­ble empeño del malogrado Tesei y que ningún miembro de la Decima dudaría en atribuirle aunque fuese alla memoria .De pronto, el silencio de la noche quedó roto por un disparo. Instantes después, sus compañeros Vesco y Zozzoli eran detenidos nada más tocar tierra al grito de ¡Alto a la Guardia Civil!

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 ?? E. S. ?? Antes y después de la playa donde debían salir a tierra los operadores de la B.G. 4. Al fondo el edificio del hotel Príncipe Alfonso.
E. S. Antes y después de la playa donde debían salir a tierra los operadores de la B.G. 4. Al fondo el edificio del hotel Príncipe Alfonso.
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Explosión de intensidad similar a la que producía el estallido de las cabezas de combate de los 'maiale' descritas con precisión por los participan­tes en B.G. 4.
 ?? E. S. ?? El Cabo Antonio Zozzoli, segundo tripulante del 'maiale' del Teniente de Navío Vesco.
E. S. El Cabo Antonio Zozzoli, segundo tripulante del 'maiale' del Teniente de Navío Vesco.
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