Europa Sur

EL BALÓN ES LO Más NOBLE DEL FÚTBOL

- ▼ IGNACIO MARTÍNEZ

DI Stéfano explicaba de manera sencilla por qué puso un monumento al balón en la puerta de su casa, con la placa “gracias, vieja”. Tenía doble sentido: “El gracias vieja es por la pelota y por mi mamá. Por mi vieja, que me hizo nacer, y por la pelota, que me hizo crecer”. También cuentan que su reverencia por el balón le llevó a afirmar que era lo más honesto del fútbol. El noble cuero no tiene la culpa de nada; pero directivos, jugadores, público, autoridade­s o fuerzas de seguridad metemos la pata de vez en cuando. El fútbol tiene más seguidores en el mundo que cualquier religión. Y, como todas las religiones, también tiene fanáticos. Y el fanatismo engendra violencia. 125 muertos, entre ellos 32 niños, el más pequeño de tres años, es el balance del estallido de unos hinchas indignados con la derrota de su equipo y una desmedida actuación policial y militar en Indonesia.

No es la primera tragedia, ni la más grave. La mayor fue en Perú, en 1964, cuando en un partido contra Argentina de clasificac­ión para los Juegos de Tokio el árbitro anuló un gol que habría sido el empate local, a seis minutos del final. Hinchas peruanos saltaron al campo para agredir al árbitro, la policía echó perros a los alborotado­res, se pelearon las dos aficiones, la policía cerró las puertas del estadio y lanzó gases lacrimógen­os... Hubo 328 fallecidos. La masacre más famosa fue en el estadio de Heysel, de Bruselas, en la final de la Copa de Europa de 1985 entre el Liverpool y la Juventus. Violentos hooligans británicos provocaron una avalancha y 39 muertos.

Los aficionado­s han convertido en un dogma que hay que ganar como sea, incluso de penalti injusto en el último minuto. En los estadios se pita la aparición del equipo rival y se discute a gritos cualquier decisión contraria del árbitro, aunque sea evidente. La reciente serie de Movistar La Liga de los hombres

extraordin­arios, descubre comportami­entos poco edificante­s de presidente­s poco ejemplares de los 90, los Lopera, Del Nido, Gil, Lendoiro, Gaspart y compañía.

El juego limpio brilla por su ausencia. Muchos jugadores profesiona­les simulan un daño exagerado ante cualquier entrada. Se aplaude a los pillos, como a Maradona en aquel gol contra Inglaterra en el Mundial de México, que confesó que había metido con la mano de Dios. Y son extraños los gestos contrarios. Como el alemán Klose, que jugando de visitante con la Lazio contra el Nápoles, marcó un gol con la mano, el árbitro lo dio por bueno y le advirtió de su error. O como el futbolista más querido de la afición nacional, Iniesta, que dedicó el gol con el que España ganó el Mundial a Dani Jarque, que había sido jugador del eterno rival barcelonés. El fútbol nos da alegrías y disgustos cada semana. Sería menester que nos las tomemos con la nobleza del balón de Di Stéfano. Y así reducir la violencia.

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@imartinezc­ano

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