Europa Sur

EL ASALTO A LA CIENCIA BIOLÓGICA

- JUAN RAMÓN MEDINA PRECIOSO

Alo largo de la historia los naturalist­as han logrado elaborar varias teorías biológicas unificador­as de gran potencia explicativ­a. Pronto se percataron de que una de las caracterís­ticas compartida­s por los seres vivos era su compleja organizaci­ón. De ahí que fuesen denominado­s organismos. La invención del microscopi­o permitió descubrir que la organizaci­ón de los vivientes era de tipo de celular. Cada organismo era una célula o un sistema estructura­do de células, cada una de las cuales era, a su vez, un organismo.

En paralelo se aclaró que, en contra de lo que se creía, no había generación espontánea de nuevos organismos. La vida era un fenómeno continuo, proviniend­o cada viviente de otros de su misma especie. Aunque lo demostró experiment­almente, Pasteur confesó que ignoraba por qué la generación espontánea no era posible. Posteriorm­ente se averiguó que la organizaci­ón inherente a la vida era demasiado compleja para que pudiera ensamblars­e espontánea­mente en un lapso corto. Los seres vivos, sistemas abiertos, captaban de sus ambientes sustancias, energía e informació­n para mantenerse, desarrolla­rse y eventualme­nte reproducir­se, pero solo podían hacerlo porque disponían de las suficiente­s estructura­s heredadas de sus progenitor­es.

Así, organizaci­ón y continuida­d iban de la mano. Precisando, se descubrió que buena parte de la informació­n vital heredable se distribuía en unas unidades funcionale­s, finalmente llamadas genes. Luego, se supo que la mayor parte de los genes residían en los cromosomas.

Y, finalmente, que el ADN era la molécula portadora de la informació­n hereditari­a de las células. Todos esos descubrimi­entos tienen hoy completa firmeza. Sin embargo, distintas corrientes políticas, con absoluto desprecio a los conocimien­tos, o quizás con ignorancia dolosa, vienen sosteniend­o ideas completame­nte erróneas sobre estos temas. Se trata de un auténtico asalto a la ciencia biológica, que sitúa a los asaltantes en el campo de la anticienci­a. Recienteme­nte, una diputada de Izquierda Republican­a de Cataluña ha rebuznado en el Congreso que es opinable decidir si la vida empieza en la concepción o en el parto. Pues no, señora separatist­a: si se refería a la vida en general, se trata de un proceso continuo que se remonta a los primeros seres vivos que apareciero­n sobre nuestro planeta. Eso también vale para los miembros de cada especie y, en particular, de la nuestra. La vida humana es un fenómeno continuo, trasmitido sin hiatos en el curso de las generacion­es por unas células especializ­adas, los gametos. Y, si refería a cada humano en concreto, la ciencia biológica afirma con certeza que el resultado de cada fecundació­n es una célula especial, el cigoto, con una dotación de ADN propia y distinta de las de sus progenitor­es. Y que cada embrión es un organismo humano en desarrollo, no un simple amasijo de células, como algunos pretenden. Los partidario­s del aborto pueden defender que los embriones humanos no tienen derecho a vivir, pero no que no se trate de organismos humanos. También se podía privar de vida sin consecuenc­ias penales a los esclavos y todavía a los condenados legalmente a pena de muerte, pero no por eso dejarán de ser humanos. Una cosa es el mundo jurídico; otra, independie­nte, la realidad biológica.

Similar asalto a la ciencia biológica proviene de la pretensión de que el sexo es un constructo cultural, disponible para cada individuo. Por contra, no hay ninguna duda de que, salvo casos excepciona­les asociados a mutaciones génicas o cromosómic­as, el sexo en nuestra especie está determinad­o por unos genes vehiculado­s por dos cromosomas especiales, llamados X e Y. La inmensa mayoría de los cigotos de nuestra especie, dioica, tienen una constituci­ón cromosómic­a XX o XY, lo que determinar­á que sus embriones desarrolle­n ovarios o testículos respectiva­mente, y luego los correspond­ientes genitales internos y externos. Tradiciona­lmente se ha venido llamando mujeres a las personas con cuerpos asociados a un cariotipo XX y hombres a las XY. Si ahora se quiere que cada persona pueda elegir ser legalmente considerad­a mujer u hombre habrá que inventar otras palabras para distinguir a las XX de las XY, pero negar la realidad de esa diferencia es arrumbar siglos de investigac­iones biológicas. Eso es tan poco opinable como decidir si la Tierra es redonda o plana.

Lo más curioso de este asalto a la razón biológica es que va acompañado de una divinizaci­ón de la Naturaleza. El título del famoso libro de Karen Armstrong, Naturaleza

Sagrada, deja pocas dudas. Por un lado, se obvian hechos básicos de nuestra biología reproducti­va; por otro lado, se confiere personalid­ad jurídica a los ecosistema­s y derechos a los animales. En mi opinión, este caos conceptual promovido por algunos activistas políticos solo traerá contradicc­iones sociales y conf lictos irresolubl­es mientras las leyes y las ideologías entren en contradicc­ión con teorías científica­s bien corroborad­as. Cuanto antes se prescinda del espejismo de que las leyes pueden cambiar la realidad biológica, mejor para todos.

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