Florece la clase de Uceda Leal
● El presidente niega la oreja de modo incomprensible y arbitrario al espada madrileño ● Muy bien recibido por Las Ventas tras su triunfo isidril, Ángel Téllez deja bonitos detalles ● Morante se estrella con un lote infumable
Una faena de exquisito sabor a cargo de Uceda Leal, pero sin premiar de manera incomprensible por culpa del palco, fue lo más notable ayer en Las Ventas, quinta de la Feria de Otoño, en la que Ángel Téllez dejó también preciosos detalles y Morante se estrelló con un lote infumable.
Volvía Uceda Leal a Madrid, ¡cinco meses después!, a recoger el premio de su gran tarde el pasado 2 de mayo; y ya su tarjeta de visita fue unas mecidas verónicas de manos bajas al que abrió plaza, con el que entró en pique de quites con Morante, éste por preciosos lances a cámara lenta, y el madrileño por arrebatadas chicuelinas.
La gente se frotaba las manos, también porque el toro apuntaba cosas muy buenas, aunque con esa fuerza justita que había que dosificar. Y Uceda así lo hizo, por momentos, en una faena de corte clásico y muy medida, con pasajes de gran elegancia sobre todo por el derecho, por donde logró dos series simplemente extraordinarias.
Buena imagen del madrileño, de torero en sazón tan del gusto de Madrid. La oreja era de ley, pero el palco, incomprensiblemente y de forma totalmente arbitraria, se la negó tras una mayoritaria petición. La vuelta al ruedo, eso sí, tuvo sabor a premio grande, tan grande como la bronca posterior al usía.
Con el sobrero de José Vázquez cuarto, sin raza y muy agarrado al piso, Uceda no pudo pasar de los detalles labor de corto metraje en la que todo lo hizo a favor del toro.
La ovación con la que recibieron a Téllez como triunfador del pasado San Isidro ya advirtió que el toledano no iba a ser convidado de piedra. Y su compromiso ya se hizo notar en la manera de ponerse sin probaturas y por naturales ante un toro, su primero, mansurrón, muy desordenado, que a la mínima reponía y sin entregarse en ningún momento en la larga y sincera afrenta que le planteó Téllez, muy enfrontilado en los cites y muy puro también en los embroques para lograr alguno suelto de exquisito corte. La espada, eso sí, sigue siendo su talón de Aquiles.
El sexto fue un muerto en vida, totalmente vacío y descastado, con el que a Téllez no le quedó otra que ser breve.
El primero de Morante abundó más en esa maldición que parece perseguirle para que no le embistan los toros, pues fue un manso de solemnidad muy justo de fuerzas, al que el sevillano no tardó ni dos minutos en montarle la espada.
Y el quinto, más de lo mismo, otro toro imposible, por falta de raza y mal estilo, tirando tornillazos, de lo más desagradable. Y Morante, que mostró otro ánimo y hasta lo intentó de verdad, al final no le quedó otra que desistir.