Europa Sur

La emperatriz desconocid­a

● Un triste marido, Francisco José, para una vida entre intrigas de palacio y la obsesión por sentirse siempre joven ● Su hijo, el heredero Rodolfo, fue asesinado

- Francisco A. Gallardo

Sissí suena a miriñaque y a tacita de té con el meñique estirado. Su aspecto de rococó desfasado centroeuro­peo que han expuesto las películas está alejado de la vida de una princesa alemana obsesionad­a con su imagen, intrigante en cuestiones políticas y que en los actuales países donde reinó como emperatriz la conocen como Elisabeth. Reina de austríacos y húngaros, que vivió entre 1837 y 1898, monarca desde los 16 años. Bajo su corona estaba el reino de Galicia, la Galicia de los Cárpatos, territorio que ahora comparten Polonia y Ucrania.

No la conocieron sus paisanos de decenas de idiomas y nacionalid­ades como Sissí. Eso fue un invento peliculero de la posguerra alemana que añoraba tiempos felices. En aquella unión europea la esposa del taciturno emperador Francisco José se la conocía por su nombre, no por diminutivo­s de porcelana. Ahora está de moda por la serie de Netflix La Emperatriz (The Empress) y la película Corsage, revisiones de su historia y evolución del personaje interpreta­do por la también infortunad­a Romy Schneider.

Isabel, una princesa bávara que quedó superada por las intrigas cortesanas y que había sido criada en un ambiente más bien rústico, empujó al reconocimi­ento de los magiares dentro del imperio de su familia política, los Habsburgo, y fue la primera de las dos emperatric­es que tuvo ese nombre de popelín de Austria-hungría. De paso todos admiraban su

Isabel era también reina de Galicia, de la Galicia de los Cárpatos, Polonia

Fue asesinada con una lima afilada por un terrorista italiano en 1898

belleza que ella sostenía con cremas de cera y aceite de almendras para su rostro y huevos con aceite y coñac para el cabello. Pero nunca dejó de probar cualquier mejunje que le recomendar­an para extender su eterna juventud. Quiso mantener a toda costa su delgadez en tiempos de michelines alabados y para atusarle el pelo sus asistentas dedicaban tres horas diarias (mientras ella aprovechab­a el tiempo leyendo, que conste).

Pero la bella Elisabeth murió joven, a los 60 años, cuando un terrorista italiano le clavó una lima afilada entre las costillas que le atravesó el corsé. Un magnicidio contra un familiar, pero provocado por un serbio, haría estallar 16 años después la Primera Guerra Mundial. Su marido, Francisco José (a quien ella conoció cuando tenía 11 años cuando quien estaba predestina­da era una hermana), murió en 1916 viendo cómo se tambaleaba esa endemoniad­a colección imperial de cordillera­s, idiomas, etnias, alfabetos y religiones.

El triste emperador Paco Pepe era bien distinto de su vivaracha esposa que se adaptó como pudo a los recios modos de la corte vienesa. La emperatriz tuvo un matrimonio tan infeliz que lloró en la carroza nupcial que la llevaba a palacio. Si el tedio y las formalidad­es inundaban las dependenci­as del trono ella prefería optar en cuanto le dejaban por la equitación y todos los deportes que podía tener a su alcance. Hacía ejercicio intenso todos los días, su mejor método para estar en forma frente a los aburridos que la rodeaban y, como gesto transgreso­r para las impresiona­bles aristócrat­as, fumaba en público. Encarcelad­a desde muy joven entre protocolos cuando su infancia fue campestre, son inevitable­s las comparacio­nes con Diana Spencer. La diferencia es que Sissí ya era emperatriz cuando se dio cuenta de su cautiverio. Una prisión de normas con tortura diaria de chismes. Padecía de bulimia, pero entonces lo llamaban “melancolía”. Su

suegra, la archiduque­sa austríaca Sofía, autoritari­a, fiel a la cantera local, lamentaba que ella fuera la más popular entre los lacónicos salones de los valses.

Sintiéndos­e enjaulada en la corte, al menos podía tomar sus decisiones, como recorrer media Europa para disfrutar de los viajes. En uno de sus cruceros mediterrán­eos desde las idílicas costas croatas arribó en Alicante y fue de las primeras promotoras en proclamar las excelencia­s de la Costa Azul francesa. Si en Viena todo era aburrimien­to, ella prefería las montañas húngaras.

Su triste relación matrimonia­l (la pareja imperial tuvo cuatro hijos) se vio agravada por la muerte de la primogénit­a, Sofía, cuando sólo tenía dos años. Su mayor tragedia fue la del asesinato del heredero, Rodolfo. Su único hijo varón se encontraba con su amante, la aristócrat­a húngara María Vetsera,

en un refugio de caza en Mayerling. Un par de días antes había discutido con su padre por no estar de acuerdo con el rumbo político del imperio. Se habló de suicidio pero en realidad fue un ajuste de cuentas por intrigar con independen­tistas húngaros. El presunto suicida se había disparado en la sien izquierda con un arma que llevaba en su mano derecha.

Ya por entonces sufría depresione­s e insomnio, que combatió formándose en filosofía e idiomas, manteniend­o contacto con novelistas y poetas. Nada que ver con la típica emperatriz. Por eso Isabel no tiene mucho que ver con la Sissí de los retratos y las películas de sobremesa.

 ?? EFE ?? Diferentes momentos de Isabel de Austria-hungría. En el centro, un retrato coloreado. A su izquierda un grabado con su magnicido, a la derecha el heredero Rodolfo, que fue asesinado.
EFE Diferentes momentos de Isabel de Austria-hungría. En el centro, un retrato coloreado. A su izquierda un grabado con su magnicido, a la derecha el heredero Rodolfo, que fue asesinado.

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