Europa Sur

INSEGURIDA­D CIUDADANA

- PILAR CERNUDA

L Orecogen los periódicos: dos hombres han atracado tres veces en un mes la misma sucursal bancaria. Uno arrastraba 24 antecedent­es delictivos; el otro, 56. Y ahí estaban, atracando de nuevo, lo que indicaba que eran más listos que los jueces y sabían de antemano que no los podían enviar a prisión. O, si lo hacían, en pocas semanas estarían en la calle. El debate político impide la reflexión sobre un capítulo cada vez más inquietant­e: la insegurida­d ciudadana. Decía Montero que hay que garantizar que una mujer sola y borracha pueda llegar de noche a su casa. No es suficiente. Habría que decir a la ministra, que el Gobierno del que forma parte debería garantizar que mujeres y hombres, niños y ancianos, sobrios o borrachos, de día o de noche, puedan salir de casa con la tranquilid­ad de que regresarán a la hora que sea. No ocurre. No se puede culpar al Gobierno actual, hace tiempo que España no es un país tan seguro, pero se advierte una especie de desinterés por el crecimient­o preocupant­e de la delincuenc­ia.

Las bandas latinas se han adueñado de barrios enteros, captan adeptos en colegios sin que los profesores dispongan de los medios para impedirlo porque la Policía no puede actuar hasta que haya pruebas de delito; hay chavales y chavalas de

El debate político impide la reflexión sobre un capítulo cada vez más inquietant­e: el aumento de la delincuenc­ia

12 y 14 años que acaban metidos en esos bandas urbanas porque reciben amenazas si no lo hacen. Los jefes de las bandas aprecian a los más jóvenes porque al ser menores, se les pueden “adjudicar” delitos cometidos por mayores, que saldrían peor parados. En barrios enteros de las ciudades mandan los narcotrafi­cantes, como había barrios en los que mandaban los yihadistas. Y hay edificios completos ocupados por okupas que conocen mejor que nadie las leyes que impiden que se les expulse. Y no todos los okupas son angelitos que necesitan un techo bajo el que cobijarse, algunos, o muchos, son delincuent­es profesiona­les.

Recoge un periódico estos días que en un asentamien­to de Madrid, la Cañada Real – unos 10.000 vecinos con la mayoría de sus viviendas construida­s ilegalment­e, donde vive gente de bien pero también es nido importante de delincuenc­ia– las bandas latinas compran sus pistolas por mil euros. ¿Qué hacen las fuerzas de seguridad que no actúan, qué hacen los delegados de gobierno ante esos datos? Cuando Sánchez llevó a Marlaska al Gobierno se produjo un gesto generaliza­do de alivio: era un juez de primera, un luchador incansable contra ETA, un profesiona­l de trayectori­a intachable, en el que se podía confiar. Vaya decepción.

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