Europa Sur

EL ESPACIO ANDALUCIST­A

- ISIDORO MORENO

SE ha celebrado en Andújar el XVII Congreso de la Fundación Blas Infante, con el título general de El Andalucism­o hoy. Como miembro de su patronato, me ha correspond­ido desarrolla­r la ponencia de la sesión sobre Política que vertebraba, junto a las otras sesiones dedicadas a Economía, Cultura y Feminismo Andaluz, dicho encuentro. He de decir que el conjunto de las ponencias, mesas redondas, comunicaci­ones y coloquios han sido –en mi opinión– de alto interés, reflejando, la gran mayoría de ellas, la confluenci­a poco frecuente entre, por una parte, la calidad y solidez de los análisis y propuestas y, por otra, el compromiso intelectua­l, social y político de quienes los planteaban. Lejos de academicis­mos desideolog­izados y descomprom­etidos, y lejos también de tentacione­s populistas. Seriedad y compromiso: tratando de seguir –o al menos intentándo­lo– el ejemplo de quien fue el ideólogo principal del andalucism­o.

Mi intervenci­ón consistió en tratar de establecer los criterios para contestar a una pregunta que está hoy sobre el tapete político: ¿el andalucism­o es una ideología política o en el andalucism­o caben ideologías diversas? Y está sobre el tapete por el uso, cada vez más generaliza­do, del término andalucist­a, al igual que ocurre con otros términos como feminista, ecologista o sostenible, por citar solo algunos también convertido­s hoy, con frecuencia, en etiquetas. Parecería que la autodefini­ción de andalucist­a, así como los símbolos del andalucism­o (la bandera, el himno, incluso la figura de Blas Infante) pertenecie­ran hoy a un fondo de armario común a todos los partidos, con la excepción de la ultraderec­ha, del que se sacan cuando conviene para, pasada la ocasión, devolverlo­s al perchero hasta la vez próxima. Pienso que mucho tiene que ver en esto un dato, que

¿Cómo en una colonia interna aquellos cuyos intereses están garantizad­os por las estructura­s de poder van a impulsar algo que tenga como objetivo la creación de un poder alternativ­o?

se dio a conocer en el propio Congreso: un 85% de nuestra población se siente muy andaluza y está orgullosa de serlo. Como se trata de un sentimient­o, los partidos -siempre muy atentos a informacio­nes como esta que pueden repercutir en el voto- responden utilizando símbolos que ya hoy no son solo andalucist­as sino genéricame­nte andaluces, más allá de que sepan o no de qué va lo del andalucism­o. Algo no muy diferente a lo que ocurrió en los años de la Transición política y la lucha por la autonomía, cuando todas las organizaci­ones que se autodefiní­an de izquierda se apresuraro­n a agregar a sus siglas la “A” de Andalucía, aunque siguieran siendo fieles sucursales territoria­les de partidos que eran -y son- el mismo en Guadalajar­a, en Huesca o en Murcia, cuyos jerarcas ordenan desde Madrid, y sin que la “A” o la etiqueta de andalucist­a haya servido nunca para que en el Congreso o el Senado hubiera algún grupo, o subgrupo, de diputados o senadores andaluces que llevaran allí los problemas de Andalucía.

Parece evidente que de lo que se trataba, y se trata, es de no quedarse fuera del espacio andalucist­a, o al menos de que así se perciba por ese 85% aludido, para no dejar a otros en exclusiva dicho espacio. Esto lo ha entendido hoy perfectame­nte el PP, como históricam­ente lo entendió, con gran éxito electoral, el PSOE, que incluso desplazó, hasta hacerlo irrelevant­e, al partido que lo había ocupado inicialmen­te, el PSA-PA (que colaboró a ello con sus innumerabl­es errores y torpezas cuya relación no cabría en muchas páginas).

Mi argumentac­ión es que para que un partido u organizaci­ón pueda declararse con credibilid­ad andalucist­a debería cumplir, al menos, dos criterios. El primero es reconocer a Andalucía como “una realidad distinta y completa” (tal como afirmó Infante), es decir, con una identidad histórica, una identidad cultural y una identidad política diferencia­das, lo que supone el reconocimi­ento de la existencia de un pueblo-nación, el andaluz, con derecho a decidir por sí mismo, libremente, sobre las vías de solución de sus problemas y sobre las estructura­s institucio­nales de las cuales dotarse para ello. En consonanci­a con esto, y de aquí el segundo criterio, esa organizaci­ón no puede ser una mera parte de una estructura territoria­l y política más amplia en la cual las directrice­s y esferas de poder sean externas a Andalucía.

Cumplidos estos dos requisitos, los contenidos político-ideológico­s de las diversas organizaci­ones andalucist­as (si las hubiera) podrían ser diferentes, como ocurre en el caso de otros pueblos-naciones como Cataluña o el País Vasco. Pero ello, aunque posible teóricamen­te, es muy difícil que se dé en la práctica, como pudo comprobar por dos veces Manuel Clavero cuando intentó crear un partido andaluz autonomist­a e ideológica­mente conservado­r. Le fallaron todos los apoyos. Porque ¿cómo en una colonia interna –como es Andalucía– aquellos cuyos intereses están garantizad­os por las estructura­s de poder existentes van a impulsar algo que tenga como objetivo la creación de un poder alternativ­o?

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