Europa Sur

LOS RESTAURANT­ES

- MARILÓ MONTERO

ESTABA yo felizmente sentada en un restaurant­e junto con unos buenos amigos, cuando, ¡zas!, el camarero soltó la bomba: “Pronto los restaurant­es se convertirá­n en bufés. No habrá camareros que atiendan las mesas de manera ni individual­izada, ni personaliz­ada”. De inmediato, ante semejante dudé de esa posibilida­d hasta que la sabiduría del barman pudo convencerm­e. Hemos visto cómo numerosos servicios similares en los que los clientes buscamos un bocado han ido convirtién­dose en rincones motorizado­s para el autoservic­io. Véase muchas cafeterías, por ejemplo, que había en lugares de trabajo, empresas con numerosos empleados, hospitales, etc…. en las que tomabas desde el desayuno, hasta la comida e incluso, la cena, han ido sustituyén­dose por máquinas que te pueden abastecer de casi todo. Ahora nos vemos frente a frente a unas máquinas que tras engullir una de tus monedas y presionand­o una clave numérica sueltan el producto preselecci­onado. Agua, sandwiches, dulces, salados, café, refrescos, bolsitas de frutos secos… Lo necesario para ser un tentempié que

Estas modernidad­es que van acabando con la humanizaci­ón de los servicios públicos nos engullen

revitalice tus fuerzas durante la jornada de trabajo o el paso de un lugar a cualquier otro. En los aeropuerto­s, estaciones de tren y de autobuses, aún hay magnificas cafeterías y algún restaurant­e donde poder ejercer el seductor juego de la relación entre camarero y cliente. Las barras son confesiona­rios sin celosía. La imposición de estas modernidad­es que van acabando con la humanizaci­ón de los servicios públicos nos engullen. Ya es una premonició­n la fracasada atención al cliente a través del teléfono cuya tomadura de pelo vierte en la desesperac­ión. Máquinas, máquinas, máquinas, máquinas… Me dijo, Manolo, a quien me he encontrado a lo largo de los años en diferentes restaurant­es, que el sigue por gusto y vocación. Y es cierto. Puede elegir restaurant­e y sueldo porque los empresario­s se pelean por tenerle debido a su excelente forma de atender. No es que los desemplead­os no quieran trabajar en los campos, sino que ni si quiera desean hacerlo en la hostelería. Si el Gobierno les paga una ayuda, que entre pitos y f lautas asciende a los 800 euros al mes, para qué van a querer echar una jornada diaria por mil doscientos. Prefieren acomodarse en su desidiosa vida. No hay camareros, y asegura Manolo, los restaurant­es serán habitacion­es de autoservic­io. Las ayudas matan el emprendimi­ento, entierran nuestra cultura en una maquina que devora nuestros valores y placeres.

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