El OEA asegura que Andalucía no converge ni ahora ni desde hace décadas
● El presidente del Observatorio Económico de Andalucía, Francisco Ferraro, afirma que la evolución regional es “idéntica” a la española
Andalucía no converge con España. Ni ahora, ni desde hace décadas. Eso es lo que sostuvo ayer el presidente del Observatorio Económico de Andalucía (OEA), Francisco Ferraro, quien señaló que esa es la realidad pese a que “políticos de uno y otro signo enfatizan diferencias minúsculas e irrelevantes”. “La región es penúltima en renta per cápita y en casi todo desde hace décadas y su evolución es muy semejante a la española”, dijo. Para Ferraro, la región necesita “más empresas, que el capital financiero se convierta en productivo, más inversión, que las firmas se dimensionen adecuadamente, innoven y se abran a la competencia internacional”.
Así lo afirmó en la inauguración del foro
organizado por el OEA en el parador de Carmona y patrocinado por Atlantic Copper.
Durante su discurso de apertura, Ferraro también se refirió, más allá de Andalucía, a un momento, el actual, muy complejo, con la pandemia sin terminar, el acecho del cambio climático, la guerra de Ucrania y, sobre todo, “la tendencia beligerante de China, que pretende una transformación del orden internacional vigente desde la segunda guerra mundial”. Y todo en un contexto de creciente insatisfacción pese al aumento de los niveles de bienestar desde hace años. “El sistema democrático ha entrado en una deriva populista y cada vez está menos capacitado para abordar esta paradoja”, dijo.
Tras intervenir Ferraro, le tocó el turno a Alicia Richart, general manager de Afiniti –empresa de
y gestión de datos– en España y Portugal. Habló de las grades transformaciones y desafíos
El organismo celebra en Carmona un foro para analizar retos y oportunidades globales
tecnológicos actuales. Entre otras cosas, dijo que la revolución actual es única porque en ella conf luyen muchas tecnologías (inteligencia artificial, 5G, robótica, impresión en 3D) que por sí solas propiciarían un gran cambio. Y avisó a las empresas de que “el mundo ya es digital; es tarde para pensar que hay que digitalizarse, ese barco ya zarpó”. Entre las consecuencias de ese nuevo marco están que muchos empleos están en riesgo (“el 30% de las tareas son automatizables”; que la organización tradicional de las empresas “en silos” (departamentos) las mata; que la competencia ya no es la tradicional sino que cualquier cambio de modelo de negocio hace que irrumpan nuevos actores (como sucede en el sector del taxi) y que hay una brecha entre los profesionales con habilidades digitales (“con trabajos más interesantes, mejores contenidos y mayor remuneración”) y el resto. Hay cosas que no cambiarán, en cualquier caso: la creatividad, la interacción social y la destreza manual serán asuntos exclusivamente humanos.
Richart afirmó que, tras retrasarse en España la llegada de la revolución industrial, nuestro país está ante “la oportunidad de ser una especie de California de Europa” y señaló ventajas como el menor coste laboral y de oficinas en relación con otros países y una actitud ambiciosa y resiliente de científicos e ingenieros españoles. Y citó a Málaga como ejemplo de “labor magnífica” para atraer a compañías de primer nivel.
Tras Alicia Richart, en la jornada de ayer intervino Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social, para hablar de las transformaciones socioeconómicas; y tras él se desarrollo una mesa redonda sobre los cambios en el nivel micro con Francisco Cuervas, consejero Delegado y CEO de Ghenova; María José Aracil, directora de Desarrollo Corporativo y Coordinación Estratégica de Inerco, y Ramón Valle, catedrático de Organización de Empresas de la Universidad Pablo de Olavide.
TODA moda acaba por desparecer; o bien no es moda. Sucede con el término que tuvo un auge descosido entre la izquierda ya desde finales del XX, convirtiéndose en un arma arrojadiza, el perejil de todos los discursos y descalificaciones de vocación (que, a su vez, se reducía a desde la otra esquina, con equivalente afán descalificador). Este uso de la palabra choca con su noble origen de política económica, donde el neoliberalismo o neoclasicismo de economistas como Menger, Jevons o Walras nada tenía de lacayo técnico de las grandes corporaciones, y sí de sesudo, o sea, ajeno a los rifirrafes epidérmicos. Y es que, en verdad, los neoliberales contemporáneos lo que defienden es la minimización del Estado en asuntos fiscales: los impuestos son anatema para ellos y la jibarización de las políticas sociales. Son en este país nuestro más bien conservadores de disimulada ortodoxia religiosa, defensores acérrimos de la familia, normalmente bien patrimonializada: poco que ver con el liberalismo, más allá de los propios intereses de libertad. Los llamados
por sus oponentes socialistas y comunistas prefieren autodenominarse liberales, sin más. Aunque, en contra de ese otro bello adjetivo, no pocos viven del Estado: de sus hospitales a unas malas, del colegio concertado, de las becas para sus hijos, de las subvenciones agrarias, de las deducciones fiscales... ahí no ven intervencionismo del prescindible Estado.
En España, “sólo es la clase media quien no depende de subsidios ni favores del Estado”. La frase es de Manuel Pizarro en hace unos días. Pizarro fue presidente de Endesa, y arribó de ministro a la política con el PP de Aznar, para fracasar en el Parlamento y en el Gabinete: el axioma