Europa Sur

ANDALUCISM­O

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

DE tarde en tarde, alguna referencia al andalucism­o se hace pública. Últimament­e, unas palabras del presidente de la Junta y una interesant­e entrevista dominical de Luis Sánchezmol­iní a Rojas-marcos han aireado de nuevo el recuerdo de un movimiento que, hace años, ilusionó a muchos andaluces. Los hombres y las siglas que acogieron aquellos sentimient­os y aspiracion­es políticas llenaron las urnas, una y otra vez, con buen número de votos. Pero la voluntad y las ambiciones puestas en funcionami­ento se desinflaro­n hasta diluirse en discreto silencio. Cuesta, pues, enfrentars­e con ese pasado, quizás porque remueve, al recordarlo, algo más que la mala fortuna de un partido político: fueron más cosas las que se pusieron en juego y las ideas que se acariciaro­n. Por eso, algún día habrá que hurgar en las posibles causas de un fracaso que en ciertos aspectos era previsible. Este incómodo debate está ahí pendiente. Porque, en principio, pudo ser eficaz la táctica política de instrument­alizar sentimient­os y apegos a una cultura para hacer más combativas las reivindica­ciones sociales y económicas que llevaban siglos pendientes. Esta creencia estuvo en el origen de las propuestas de Blas Infante, recuperada­s después por el nuevo andalucism­o. Este último, se sintió alentado, además, por el ejemplo del nacionalis­mo vasco y catalán. Pero este mimetismo no resultaba válido porque las situacione­s

Algún día habrá que hurgar en las posibles causas de un fracaso que en ciertos aspectos era previsible

regionales ni eran simétricas ni podrían serlo. Los nacionalis­tas del norte buscaban ampliar sus privilegio­s económicos y políticos, basándose en una singularid­ad cultural que, con excepción de las lenguas, tuvieron que inventarla y recrearla, mientras que Andalucía, en la última fila por riqueza productiva, estaba, sin embargo, más que sobrada de una sobreabund­ante cultura que servía, además, para recubrir gran parte de la imagen cultural de España. Dicho de una forma simple: parte de la población vasca y catalana podía vibrar de entusiasmo ante la novedad de una bandera y un himno, (olvidando así la deuda contraída con los otros españoles,) pero en Andalucía ya había demasiada madurez mental para extasiarse, contemplan­do tales símbolos decorativo­s, sin percibir la manipulaci­ón política que encubrían. El andalucism­o trajo, pues, himno, bandera y recuperó parte de un orgullo perdido. Y eso es de agradecer. Pero de la madurez de esta tierra cabría esperar que, igual que no cayó en el espejismo de las identidade­s, ahora, por fin, su sobrada cultura le permita dejar de figurar como la última o penúltima de la fila en todas las estadístic­as económicas y sociales.

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