Europa Sur

“La vida es una gran mezcla de géneros”

● El cineasta gaditano presentó en Sevilla su primera novela, ‘El último verano antes de todo’, la historia de un hombre que regresa a sus raíces para hacer las paces con su pasado y consigo

- Braulio Ortiz

“Si alguien se atrevía a desviar la mirada un segundo de la carretera, podía disfrutar de una belleza casi de cuadro de Van Gogh: el cielo surcado en los días buenos de mil manchas de colores en forma de parapentes y alas delta; las casas blancas muy por debajo de ellos y desperdiga­das a lo largo de kilómetros y kilómetros de mil tonalidade­s de verde; desde los olivos que daban riqueza a muchos de los pueblos a los pastos de las vacas o los pinos que habían plantado...”. El cineasta Jota Linares (Algodonale­s, 1982) debuta en la novela con El último verano antes de todo (Planeta), la historia de Ismael, un hombre que regresa a sus orígenes, Laguna, una localidad de la sierra de Cádiz, para cuidar a su madre y ajustar cuentas con el pasado. El director de Animales sin collar o ¿A quién te llevarías a una isla desierta? presentó su libro la semana pasada en Sevilla.

–Ismael, el protagonis­ta, percibe el pueblo en el que creció como “una jaula invisible”. El libro habla del miedo a volver.

–La novela habla de quienes somos, y de quienes soñamos ser, y de en qué personas nos acabamos convirtien­do. Alterna dos tiempos, el año 2000 y el 2018, y en el primero de los momentos se aborda la entrada a la madurez, eso que en inglés se llama coming

of age. No es casualidad que todos los años haya una película en los Oscar en la que un director revisita su infancia y su adolescenc­ia, lo que refleja que el tema interesa mucho, que esa es la etapa en que nos cambia la vida, en que dejamos de ser críos. El del 2000 fue el último verano de muchas cosas y el principio de otras, pero no nos dimos cuenta hasta mucho después. Por ejemplo, creíamos, y al año siguiente cuando cayeron las Torres Gemelas dejaríamos de hacerlo, que el mundo era un lugar seguro. Y fue el último verano que pasamos sin móviles, la tecnología no dominaba aún nuestras vidas. Laguna, donde se ambienta la acción, es un pueblo ficticio, mezcla de varias localidade­s de Cádiz, pero yo soy de Algodonale­s, y tengo un hermano pequeño que tiene ahora veintipoco­s años y que a veces me pregunta con curiosidad cómo quedábamos antes los amigos. ¡Pero si Algodonale­s son cuatro calles! [ríe] Los de su edad no conciben cómo era la vida en el pueblo antes de internet.

–De Laguna se dice en la novela que tiene uno de los índices más altos de suicidios de España. –Ese dato en concreto es ficción, pero eso de que haya gente que va a matarse al Tajo de Ronda es real, y es algo que de pequeño me daba miedo, me obsesionab­a. Pensaba en los cadáveres de algodonale­ños que nunca se han encontrado, en esos hombres que dejaban su documentac­ión en un banco en la calle o en la moto en la que se trasladaba­n a Ronda. Cualquiera que haya estado en ese tajo sabe que la caída es terrorífic­a. Demasiado para la imaginació­n de un niño.

–En El último verano antes de todo aparece también un cadáver, un misterio que se irá resolviend­o.

–Metí la historia del muerto en el pantano, esa intriga, porque la vida es una gran mezcla de géneros. Y aquí volvemos a la imaginació­n infantil: cuando yo era pequeño había muchos asesinatos por la sierra de Cádiz, y a mí esos relatos me fascinaban. Recuerdo en particular una casa cerrada en la que, por lo que contaban, un hombre había matado a otro con un hacha por un problema de tierras, y, claro, mis amigos y yo íbamos allí, esos veranos eternos donde no pasaba nada, a preguntarn­os qué lleva a alguien hasta el asesinato. Cuando Ismael empieza a conocer la verdad de su madre empieza a conocer la verdad de ese asesinato que cambió la vida de un pueblo para siempre. Quería usar una trama de misterio para llevar al lector a la emoción.

–Como le ocurre a su personaje, usted se habrá reconcilia­do con sus orígenes al escribir este libro.

–Sí. El personaje aprende a querer y a echar de menos ese vientre materno que es un pueblo, justo cuando pierde a su madre real por un cáncer. Yo cuento cosas que me pasaron aunque me he desdoblado en varios personajes. En Algodonale­s yo era un niño raro, un marciano, y cuando caminaba por el pueblo, a menudo, en mi mente desplegaba un mapa con las calles por las que no debía pasar, porque de allí iba a salir con un golpe o con un insulto. Un pueblo es un lugar hostil si eres diferente, lo odias cuando te vas, pero luego aprendes a perdonar, y cuando perdonas, sin olvidar, empiezas a reconcilia­rte. No quería que fuera una novela triste. A medida que avanza el libro vas descubrien­do que los personajes que se quedaron tienen vidas y son felices. La poca gente que ha leído la novela, que acaba de salir, me dice que el último capítulo le da ganas de vivir. Eso era lo que buscaba.

–Cati, esa mujer abnegada que se siente culpable por irse de vacaciones y dejar a su hijo, está inspirada en su madre.

–La andaluza es una sociedad muy matriarcal, más en los pueblos pequeños. Las abuelas y las madres son las que mueven esas comunidade­s. Una de las grandes lecciones que aprende Ismael es ver qué mujer se esconde detrás de su madre. Muchas veces los hijos somos muy egoístas, y se nos olvida preguntarl­es a nuestros padres qué querían ser, cuáles eran sus sueños, sus metas, sus ilusiones. Quería contrapone­r la fortaleza que tiene esa mujer con el carácter más débil del hijo, y hacer de paso algo de crítica a la gente del cine, que nos quejamos mucho. Tendemos a creer que nuestros problemas son gravísimos y, qué quieres que te diga, te pueden hacer una mala crítica que al día siguiente eso se ha olvidado. Yo viví un fracaso con la primera película, los productore­s hicieron una versión con un montaje con el que yo no estaba de acuerdo para nada, me cuesta reconocer algo mío ahí, pero la segunda fue un éxito. Ismael está atrapado en ese discurso lastimero, pero va viendo la importanci­a de los vínculos, las relaciones, que es lo que acaba construyen­do a una persona. Yo quería era decirle a la gente del cine que no se queje tanto [ríe].

–El protagonis­ta vivirá también otro aprendizaj­e: tendrá que cuidar a su madre enferma.

–Laguna, como todo pueblo pequeño, es un microcosmo­s que acaba reflejando lo que ocurre en el mundo. Es verdad que las mujeres siempre se encargan del tema de los cuidados, pero en mi familia la siguiente generación a la de mi madre somos todo hombres. Y ya seas mujer u hombre, no vuelves a ser el mismo cuando le pones un pañal a tu madre cuando está enferma. No vuelves a ser el mismo cuando tienes que bañarla porque ella ya no puede moverse, y ves el cuerpo desnudo de tu madre desde otra perspectiv­a, ya no como una fuente de vida, sino próxima a la muerte. Todo eso tan personal es, al mismo tiempo, muy universal, le ocurre a mucha gente. Mirar a la muerte tan de cerca te cambia.

Un pueblo es un lugar hostil si eres distinto. Pero cuando perdonas, sin olvidar, empiezas a reconcilia­rte”

No vuelves a ser el mismo cuando tienes que cambiarle el pañal a tu madre o tienes que bañarla”

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JUAN CARLOS MUÑOZ Jota Linares, la pasada semana en Sevilla, donde presentó su novela.
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