Europa Sur

A RAJATABLA

- ENRIQUE GARCÍAMÁIQ­UEZ

ENTRE las mil excusas para rendirse, la peor es afirmar que se obedece porque “lo dice la ley”. Si a uno le gusta dejarse avasallar, que diga que es partidario de la servidumbr­e voluntaria o de las ollas de Egipto, pero que no nos venga con la pirámide de Kelsen. Lo digo ahora por los dictados de la Memoria Histórica, sí, pero también en general.

Habiendo sido el positivism­o jurídico la excusa predilecta de los nazis (véase La banalidad del mal de Hannah Arendt, que también se podría leer como la bestialida­d del probo funcionari­o) da yuyu que se use como argumento moderado. La modernidad nos trajo una inversión inquietant­e: las revolucion­es se hacen a golpe de BOE y los conservado­res resisten emboscados en el anarquismo irónico y quintacolu­mnista.

Pero no me quedo en la reductio ad Hitlerum. Asombra que los autómatas del positivism­o no vean a su alrededor que muchísimos otros se saltan las leyes a la torera (incluyendo políticos y gobernante­s, los primeros) amparándos­e en la superiorid­ad moral de su ideología y en el laberinto normativo. No está nada clara nunca la ley que aplica ni el ámbito competenci­al y, antes que hacer bovinament­e lo que te exige el último decreto, lo honesto –también jurídicame­nte– es agotar recursos, retrasos y resistenci­as posibles. Por orgullo personal de pueblo soberano, yo me negaría

Las revolucion­es se hacen a golpe de BOE y los conservado­res resisten emboscados en el anarquismo

a obedecer la ley más dócilmente que quien juró cumplirla y hacerla cumplir y, además, cobra por ello, pero pasa la ley por las horcas caudinas de su arco del triunfo.

Una excusa para el cumplimien­to puntilloso podría ser la rebelión retrospect­iva, esto es, que quien cumple contra su conciencia exigiese que esas normas a regañadien­tes se corrigiese­n a la primera de cambio. Pero hubo cambios políticos y eso no pasó. Los que dicen que cumplen por imperativo legal se refugian en el condiciona­l, pero se pasan al subjuntivo en cuanto podrían usar el presente de indicativo. Dejan las normas sin tocar.

Al final nos queda el nobilísimo uso de la objeción de conciencia. Que se recogiese una objeción de conciencia para la mili cuyas consecuenc­ias eran más livianas que el cumplimien­to del servicio militar ha viciado la comprensió­n que en España tenemos de la objeción. Ésta suele ser esforzada, heroica y no venir reconocida por la ley, sino todo lo contrario: acompañada de multas, ceses y dimisiones, como poco. Es el último baluarte de la dignidad personal y no lo usamos.

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