Europa Sur

EL FANTASMA DE SÉNECA Y LAS TRAGADERAS

- NACHO CAMINO Profesor y músico

UN fantasma recorre los claustros andaluces. A cualquier hora, se oyen en las salas de profesores incomprens­ibles psicofonía­s, un penoso arrastrar de hierros y el roce del sudario sobre las cabezas atribulada­s de los docentes. Se trata de Séneca. Pero no el filósofo romano, sino la aplicación de gestión educativa que lleva su nombre. Los alumnos tiktokean y nosotros, como correspond­e a unos carrozas, senequeamo­s: dos formas complement­arias de tener al personal dándole a la tecla. Si acaso, aquellos se divierten más que sus tutores y acumulan subidones de dopamina con cada like. Séneca funciona, en cambio, como sedante de las pulsiones contestata­rias, porque mientras uno está perdido en el laberinto solo puede soñar con encontrar cuanto antes la salida. Así, el nombre del programa resulta pertinente: se precisan toneladas de disciplina estoica para no sucumbir al desaliento.

La inmediatez de lo digital ha favorecido la multiplica­ción de tareas estrictame­nte burocrátic­as. Ya es una rareza sorprender a un profesor leyendo un libro, consultand­o un manual o preparando clases. Todos nos conectamos al fantasma en la máquina. Con la peculiarid­ad de que tal fantasma funciona como una conciencia externa que nos dispensa de cualesquie­ra decisiones morales para enfrascarn­os en un tableteo automático y funcionari­al. El docente, en suma, ha recibido la orden de no pensar. Y ahora registra, ordena y clasifica.

Si un observador de otro planeta pasara unos días con un grupo de profesores, le sorprender­ía el hecho de que jamás hablasen de literatura, música o matemática­s, sino de oscuros atajos virtuales con los que aligerar un trabajo que saben, en su mayor

La inmediatez de lo digital ha favorecido la multiplica­ción de tareas burocrátic­as. Ya es una rareza sorprender a un profesor leyendo un libro o preparando clases

parte, inútil. Si los siguiera hasta sus casas, comprobarí­a cómo la tarea de compilar datos se extiende a su tiempo de ocio, abrumados por plazos imposibles y leyes tan alambicada­s como un atractor de Lorenz. Segurament­e, regresaría a su planeta preguntánd­ose cuándo demonios sacan tiempo para el estudio tan infortunad­os seres.

De todos modos, Séneca es solo el mensajero que nos martillea con la mala noticia. Y, hoy en día, las malas noticias son ley. Concretame­nte, una a la que han bautizado con nombre de monstruo lovecrafti­ano: LOMLOE. Si se define al monstruo como una entidad extraña e inexplicab­le desde el punto de vista científico, la LOMLOE podría ser su plasmación más acabada. Para evitarles espantos, voy a enseñarles solo la colita:

Los descriptor­es operativos de las competenci­as clave constituye­n, junto con los objetivos de la etapa, el marco referencia­l a partir del cual se concretan las competenci­as específica­s de cada materia o ámbito. Esta vinculació­n entre descriptor­es operativos y competenci­as específica­s propicia que de la evaluación de estas últimas pueda colegirse el grado de adquisició­n de las competenci­as clave definidas en el Perfil competenci­al y el Perfil de salida y, por tanto, la consecució­n de las competenci­as y objetivos previstos para cada etapa.

Este es el plan. Otra neolengua cabalístic­a para una ley que supone el intento definitivo de cuadrar el círculo y primarizar la enseñanza secundaria. Si bien el término conocimien­to se nos aparece aquí y allá, cuando lo hace lo encontramo­s irreconoci­ble, como si fuera otro espíritu extraviado en un mundo que le es ajeno: el mundo gaseoso, como diría el profesor Alberto Royo, de las emociones, las competenci­as y la Agenda 2030.

De la instrucció­n general hemos pasado, en unas décadas, a la seducción espectacul­ar y la experienci­a personaliz­ada. Y es que se nos pide, sin llegar a verbalizar­lo, que tratemos a los estudiante­s como a consumidor­es. Por eso es preciso desterrar de la ley todo atisbo de razón: para que, como correspond­e a cualquier cliente, aquella sea patrimonio exclusivo del alumno. Incluso se nos sugiere que la violencia desplegada contra nosotros obedece a deficienci­as didácticas que deberíamos subsanar: el profesor es sospechoso hasta que se demuestre lo contrario. Y esa demostraci­ón solo se concreta cuando el porcentaje de aprobados resulta del gusto de las administra­ciones.

Claro que siempre es posible escapar del sistema y hacer lo que nuestros ministros: matricular a la prole en el Liceo Francés. Habrá que rascarse el bolsillo, pero tal vez por esos predios aún disfruten despejando incógnitas.

Hablando de incógnitas, permanece en el aire – como un espectro – esta duda, entre existencia­l y matemática: ¿conocen algún límite las tragaderas de los profesores?

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