Europa Sur

LOS TONTOS DE HALLOWEEN

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@grupojoly.com

SOLO un pueblo muy acomplejad­o, débil e influencia­ble se deja invadir por la cultura de Halloween. No se entiende que una nación tan rica en historia, patrimonio y costumbres sea tan permeable a la palmaria fealdad de unos usos procedente­s de una tierra que no tiene ni el diez por ciento de nuestra cultura de siglos. No se trata de creernos más que nadie, sino de que somos víctimas de una cultura palmariame­nte inferior que ha tenido la tremenda habilidad de generar una propaganda (cine, televisión, política, deportes, idioma, etcétera) que proyecta una superiorid­ad que resulta apetecible por un público donde se combinan letrados, iletrados, supuestos intelectua­les, obreros... No se engañen: la cultura estadounid­ense, sus costumbres de hace un cuarto de hora, el estilo de vida del chalé con piscina, mochila de gimnasio en el hombro, el uso frecuente de estúpidos términos en inglés cuando hablamos y escribimos con la lengua de Cervantes, y la crema de cacahuetes comida con el cuchillo metido directamen­te en el bote, está asumida por públicos muy diversos, pero todos, ay, igualados por abajo. Cuanto menos criterio propio se tiene, más se es víctima de las inf luencias ajenas. Cuanto menos se lee, más se viaja con un fin meramente consumista. Cuanto menos interés se tiene por el arte y la arquitectu­ra, todo resulta “precioso”.

Somos un pueblo influencia­ble por acomplejad­o. Hay quienes oyen la Marcha Real con la mano en el corazón, cosa de americanos

Por eso estamos perdiendo el sello propio en nuestra grandes ciudades, porque no valoramos aquello que no conocemos. Todo lo nuevo nos resulta bueno, interesant­e y digno, cuando a lo mejor nos ha llegado a costa de derribar un edificio de notable valor histórico-artístico, un comercio centenario o una casa con yeserías, patio y volumetría­s dignos de ser conservado­s por representa­r una época y un estilo. Más quisieran los norteameri­canos tener unos reyes católicos, un Colón, un Elcano o un don Juan. No habría sitio en Netf lix para todos los productos que sobre estos personajes habría producido la industria cinematogr­áfica estadounid­ense. Y no se trata de ser españolist­a, imperialis­ta o cualquier término de los que emplean los muñidores de las leyendas negras. Simplement­e se trata de conocer la historia y valorar cuanto hemos recibido. Y nosotros, bobos por ignorantes, preferimos sus productos de propaganda, mimetizamo­s una estética horripilan­te, no damos a conocer nuestra rica Literatura. Algo hemos tenido que hacer mal. Cuán gritan esos malditos... Saca el bote de crema de cacahuetes, donde todos meteremos los cuchillos chupados con los pies encima de la mesa. Como Aznar. ¿Don Juan? Ese es uno que liga mucho. Hay hasta tontos que oyen la Marcha Real con la mano en el corazón. ¿De cuándo se ha hecho eso en España? ¡Viva Halloween!

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