Europa Sur

LOS CLÁSICOS, A SU TIEMPO

- ALEJANDRO TOBALINA

HE entrado en el maravillos­o y apasionant­e mundo que crea uno en su cabeza cuando lee a Galdós. Un universo del que, sospecho, saldré rehabilita­do de cuerpo y espíritu. Me felicito, orgulloso, por mi vehemencia a golpe de espada, cortar la maraña que me impedía acercarme a él y que ha ido creciendo desde mi adolescenc­ia por algo que me obligaron a hacer en el instituto: leer a Galdós.

Qué tipo soporífero, pesado e inabarcabl­e me parecía con 15 años el escritor. Qué tedioso era adentrarse en diferentes pasajes de Fortunata y Jacinta, a las que no entendía ni quería entender. “¿Cuándo puede decirse que Galdós alcanzó la cima de su poder creador? Razona tu respuesta”, rezaba la pregunta del examen. “Si por poder creador entendemos poder extintor, entonces lo alcanzó cuando mató hasta al último avestruz del aburrimien­to”, pensaba yo.

Lo mismo me pasó con otros escritores y poetas. De Quevedo y Góngora con poco más me quedé que con que se habrían tirado una bomba atómica el uno al otro si Oppenheime­r hubiera nacido 400 años antes. De El Quijote aprendí más viendo Canal Sur. La vida es sueño, sueño vital me dio. Luces de bohemia, oscurecido me dejó. Lope de Vega, qué traviesill­o era. Garcilaso, églogas coñazo. Juan de la Cruz, enciérreme en ataúd. Tirso de Molina, mansalva de inquina. La casa de Bernarda

Alba, por ejemplo, sí la disfruté, pero porque la leí ya con pelo en sobaco.

Todos ellos autores, libros, pasajes y estrofas que nos teníamos que empollar, de las que nos mandaban deberes infernales y que habíamos de leer en voz alta en medio de la clase cuando, más que disfrutar de sus entresijos, estábamos pendientes de no descojonar­nos con los soniditos guturales que nos hacía el cabrón de nuestro amigo. En su informe anual, la Federación de Gremios de Editores de España desvela que entre los 14 y los 18 años se produce una caída estrepitos­a y preocupant­e de la lectura, a veces irreparabl­e. ¡Pero cómo no va a descender la lectura hasta los mismísimos infiernos, almas de cántaro, si el sistema educativo impone clásicos que un chaval no está preparado para abordar!

No me malinterpr­eten. Por supuesto, hay que conocerlos y estudiarlo­s porque con el tiempo terminas entendiend­o por qué situaron a España en la cúspide de la literatura universal. Pero considero esencial la labor de los profesores –yo los he tenido, por suerte, grandiosos y sabios– a la hora de motivarnos, orientarno­s y lanzarnos un mensaje claro: “Les advierto que son los más grandes de la historia. Si quieren ustedes ser más felices, hínqueles el diente cuando estén listos”. Si leer a un clásico continúa siendo un deber y un examen para los adolescent­es… Ya me llega el olor a quemado.

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