Europa Sur

El vacío de las palabras

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No hay palabras. “¿Recuerdas lo del anuncio de Fairy? Pues algo así es lo que ocurre”, desarrolla Fernando, del grupo Alma y Vida en Chiclana. “Los amigos o la familia terminan distancián­dose porque a nadie le gusta sentirse inútil, y entonces aplicamos silencio o distancia”.

“La persona que sufre el duelo termina quedándose muy sola, y sabe que el que se acerca no sabe ni qué hacer ni qué decir coincide Fran Quintana-. Por eso, aunque parezca mentira, una parte importante del tratamient­o por este duelo es la gestión de mensajes externos: cómo gestionar el tema con esa tía que te quiere un montón y te ha dicho una barbaridad. Hay que disociar el mensaje de la intención, porque es necesario quedarte con el cariño: vas a necesitar todo el apoyo del que puedas disponer. Aunque con esa tía no puedas ventilar, para eso tienes que tener gente emocionalm­ente sostenible, competente”.

Para Fran Quintana, no sabemos, desde fuera, cómo acercarnos a un dolor así porque tenemos, como sociedad, “una pésima cultura de la muerte. Con la sociedad del bienestar hemos querido matar a la muerte, no queremos que exista, no puede existir, que es una aspiración de la humanidad desde el principio de los tiempos, pero la realidad es que existe -desarrolla-. Si no aceptas la muerte, además, no estás aceptando la vida tal cual es”.

Fernando pone un ejemplo bastante esclareced­or: “Hace un años llevamos a los colegios talleres de emociones pero, implícitam­ente metíamos el duelo, la pérdida y la importanci­a del acompañami­ento. Y algunos dijeron que no querían hacerlo: es un tabú muy social”.

“Aquí mismo, hace décadas, había otro tipo de tratamient­o de la muerte, que podía ser brutal pero que, al menos, ofrecía un recorrido y permitía las despedidas”, indica Quintana. “Nos falta pedagogía de la muerte -prosigue Víctor Cerón-. Hemos pasado de rituales tremendos, muy intensos, a cerrar los tanatorios por la noche. Le hemos dado la vuelta por completo, hasta pasar de perfil por la muerte. Hay que aprender a acompañar en el duelo: estar, tocar, abrazar y si no se sabe qué decir, no decir nada. Muchas veces, los mensajes bien intenciona­dos intentan banalizar el dolor, al no saber medirlo”.

“Nuestra sociedad, nuestro sentido del bienestar, parece que nos obliga a parecer siempre felices. La tristeza es una amenaza -reflexiona al respecto Amparo-. Hasta hace no mucho, teníamos unos rituales funerarios que nos ayudaban a regular todo esto. Eso ha existido en todas las sociedades, es un fenómeno antropológ­ico: los ritos de muerte nos dan pistas sobre la vida y la sociedad que existía”.

“Ahora los tanatorios están en las afueras para que no se vean, evitamos el luto para que nadie pregunte y decimos que estamos bien con una sonrisa forzada: es la máscara que hemos creado para que la rueda siga continúa-. Claro que hay una parte dañina en el cómputo judeocrist­iano, esa bondad en el sufrir, el sufrimient­o como modo de ganarse el Cielo”. Las tradicione­s del luto, señala, sin embargo, son distintas en las zonas rurales y en las urbanas: “A veinte kilómetros, los duelos son diferentes, más en lo que era antes -señala-. Sin permiso para disfrutar, o pendientes del qué dirán. El pueblo entiende que vayas al cementerio y llores, no que te tomes una cerveza con unos amigos”.

Para Víctor Cerón, hemos llegado a olvidar lo que es, realmente, acompañar en el duelo: “No es arrastrar a la persona o decirle que deje de llorar, sino hacerle la compra, pasarle una fregona, preparar una sopa”.

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