Europa Sur

EL SAGRADO OFICIO DE ESCRIBIR

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

EL ensayo como género cuenta en Andalucía con una tradición culta en la que se han refugiado los escritores que buscaban un espacio literario de ref lexión y crítica. Un tipo de escritura que se ha mantenido al margen de los desbordami­entos sentimenta­les de la poesía y de la obligación de retratar la vida cotidiana que exige la novela. Para estos escritores cultivar el ensayo suponía alejarse de lo inmediato, reposar las cuestiones, sopesarlas a la luz de distintas lecturas, lo cual reclama una cierta de madurez, tanto en quien escribe como en sus lectores. Por eso, esta rica, aunque minoritari­a, tradición de ensayismo andaluz ha creado un género peculiar: la divagación. Un género meridional, casi exclusivo, muy alejado de la autocompla­cencia lírica, pero que cuida la forma tanto o más que la poesía. Es una escritura realizada sin prisas ni pretension­es, con modestia, porque se desea incidir en el mundo, pero, a su vez, un cierto escepticis­mo obliga a desconfiar del poder de las letras. En esa línea se escribiero­n espléndido­s textos Ángel Ganivet, José Nogales, José María Izquierdo –al que cabe atribuirle el primer uso, a este respecto, del término divagación–, el Juan de Mairena de Antonio Machado, y ciertas prosas críticas de Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda y Joaquín Romero Murube.

Esta rica, aunque minoritari­a, tradición de ensayismo andaluz ha creado un género peculiar: la divagación

Por fortuna, al hablar de esta tendencia literaria no solo hay que mirar hacia atrás, porque su rastro creador se mantiene. Y aunque cultivarla requiere sensibilid­ad y gran sabiduría, existe un escritor que todavía desempeña la función de encarnarla y difundirla. Se trata de Ignacio Garmendia, que lleva muchos años dedicado al sagrado oficio de escribir. Pero con ese tipo de labor discreta, que ha tenido casi siempre la prensa como soporte. Parecía, pues, que no ambicionab­a más horizonte de difusión que el ofrecido por su tierra de siempre, aunque, en cambio, en sus breves ensayos mostraba un lúcido olfato para captar y selecciona­r todo lo nuevo que debiera ser conocido y comentado. Sedentario, pues, en su vida cotidiana, pero dotado de un entusiasta y abierto nomadismo intelectua­l. Una figura indispensa­ble para que el ombliguism­o local no acabe devorándol­o todo. Por suerte, ha oído la llamada de algún clan de lectores que reclamaban para sus escritos otro aire, alimentánd­ose unos a otros, en un mismo y precioso volumen, y ha accedido, por fin, a publicar Los días sagrados (Athenaica). Un libro luminoso dentro de esa tradición ref lexiva y culta que vincula al mejor ensayismo andaluz.

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