Europa Sur

¿POR QUÉ ESTABA SUELTO ESE CANALLA?

- TACHO RUFINO @Tachorufin­o

HACE pocos días fue asesinado un joven en Palomares, Sevilla, cuando volvía a dormir; era madrugada temprana: nunca volvió a ningún lado, fatalmente. Pasó por una plaza del pueblo a recogerle a su hermano la llave de casa. Allí, entre otros muchachos, un loquito habitual se dedicaba a su juego preferido: molestar, amenazar, amedrentar y dar palizas. Un chaval con un currículum de agresiones violentas y robos; nunca penados, al ser menor de edad. En aquella plaza, por algún motivo, Jesús debió de plantar cara al criminal, antes de retirarse con sensatez. Para, ay, ser machacado a palos y navajeado en la misma puerta del hogar por el proyecto de homicida de marras: le tocó a él ser el muerto en una muerte anunciada, es cuestión de tiempo que un asesino nato acabe siéndolo. Sólo o en compañía de otros pequeños maleantes. ¿Por qué estaba el canalla ese día en la calle?

Jesús tenía 18 años, cursaba su primer año en la universida­d –casualment­e, en mi facultad–; quería sacarse un título superior con el propósito de tener mayor palanca para realizar su vocación de ser policía. Quién sabe si esa impronta le llevó a ser más valiente de la cuenta, simplement­e no tolerando abusos del cabronazo consentido de turno: toca relegar la gallardía y tragarse la dignidad en estos tiempos impunes, sólo para salvar el pellejo. El asesino tenía 16 años: una edad perfecta para dar palizas y hasta matar, si llevas en tu corazón juvenil la perversida­d y el mal, y además, cabe repetir, te sabes impune. ¿Por qué esa alimaña legalmente menor estaba en la calle ese día, buscando sangre?

Te rompe el alma saber que la madre estaba a pocos metros del lugar donde golpeaban a su hijo hasta la expiración. Te la desgarra que un chico hacendoso y responsabl­e encuentre el fin de sus días apenas por nada, 70 años antes de su tiempo natural de morir, sin haber vivido lo suyo antes de esa postrera hora. Nadie devolverá a quien ya fallece los días prometidos al nacer, muchos de los cuales nunca llegarán a ver sus ojos, ni a oír sus oídos, ni a sentir su piel o respirar su pecho, acuchillad­o por vicio. ¿Por qué estaba ese menor de edad de infame vivir aquel día en la calle?

Porque podía, porque nadie había hecho nada por pararle los pies. En este crimen, pero también en otros males del fiesteo etílico, se suele apelar a “la educación”, y no a más policía (Jesús quería serlo). Tal bondad teorizante es lustrosa, pero no es operativa a corto plazo. Ante el crimen, castigo. Antes, prevención de crímenes: represión del mal. O matará el hideputa, de forma perfectame­nte evitable.

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