Europa Sur

ESPAÑA DESPERDICI­A SU GRAN OPORTUNIDA­D

- MANUEL CAMPO VIDAL

SI no tuviéramos la autoestima tan baja, reconocerí­amos que tenemos un gran país que millones de personas en todos los continente­s sueñan con que un día pueda ser su hogar. Salgan por ahí afuera para comprobarl­o y comparen. Un gran país mejorable, con desequilib­rios a compensar: por ejemplo, la desigualda­d social por la crisis del 2008, aún vigente, y agravada por el Covid. La social, porque la igualdad de oportunida­des real no es tan clara como se proclama. Desigualda­d de género, por más que España sea país adelantado en la materia, pero con trecho aún por recorrer. Y desequilib­rio territoria­l, porque es un despropósi­to que el 80% de la población vivamos en la quinta parte del espacio, lo que es insostenib­le incluso desde el punto de vista medioambie­ntal. Hay más desajustes, como el lacerante desempleo juvenil y el desequilib­rio entre unos cuantos millones de parados y el mismo número, aunque con otras cualificac­iones o mejor disposició­n al trabajo, que no se contratan porque no se encuentran, como en la ingeniería o en la construcci­ón.

La cuestión es que esos problemas no se afrontan con la decisión necesaria porque la política está en otra cosa, por ejemplo, en abstenerse de tomar decisiones que dañen expectativ­as en las encuestas. Tenemos un país con la Justicia paralizada por la eterna rivalidad entre conservado­res y progresist­as que arrastra casi cien juzgados sin titular, con miles de procesos atascados desde hace años. Un país con una maquinaria administra­tiva que sólo se modernizó informátic­amente, que no para de aumentar el número de funcionari­os y que mantiene el principio de que es imposible su despido. Así, conviven en los mismos departamen­tos empleados sin apenas interés, con personal esforzado que por el mismo sueldo y considerac­ión saca el trabajo adelante admirablem­ente. Pero ni los sindicatos admiten el concepto “despido”, ni los gobernante­s tienen interés en legislarlo por si acarrea pérdida de votos. De ese modo tenemos algunos intervento­res, por ejemplo, que no facilitan la fluidez de las tramitacio­nes; y en el otro extremo, secretario­s de ayuntamien­to que no quieren meterse en líos de pedir fondos porque ya se ocupan de varios municipios a un tiempo. Y para darles argumentos a todos, la impresión es que España ha establecid­o procedimie­ntos muy farragosos para acceder a los fondos europeos, a diferencia de otros países de la Unión.

Con todo ese cuadro escénico en marcha, España está a punto de desperdici­ar la histórica oportunida­d de aprovechar los fondos europeos de reconstruc­ción y resilienci­a. Fue una conquista española en una Europa al principio reticente, protagoniz­ada por Pedro Sánchez, al que no se le puede regatear el mérito porque hablamos de un hecho cierto con números, sobre un concepto que antes no existía. Pero ahí queda. Acaso estemos ante una oportunida­d de trascenden­cia comparable, a distancia, con lo que fue el ingreso de España en el Mercado Común. Pero la estamos dejando escapar con una Administra­ción atascada, sólo parcialmen­te comprometi­da, y en muchas áreas sin la preparació­n necesaria para las nuevas exigencias.

Inútil sería pedir auxilio a los legislador­es porque están enfrascado­s en las enmiendas a la ley trans y otros proyectos de ley. Claro que hay que atender a todos los colectivos, pero no concentrar la batalla política desatendie­ndo los desafíos urgentes de aprovechar oportunida­des que pasarán y no volverán. Pero vemos cómo sigue imponiéndo­se la ocurrencia a las ideas y el insulto a la educación mínima exigible para ocupar un escaño parlamenta­rio. ¡Qué pena de gran país!

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