Europa Sur

Ley educativa: Cuando enseñar se convierte en misión imposible

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Soy profesora de Biología y Geología de Enseñanza Secundaria y Bachillera­to en un instituto público desde hace 33 años. Durante este tiempo he conocido seis leyes educativas y esta última, la Lomloe, es ya la séptima. En todo este recorrido he ido viendo cómo los modernos conceptos y términos pedagógico­s iban invadiendo poco a poco nuestra tarea como docentes. Bajo la premisa de motivar al alumnado, de bajar la tasa de abandono escolar, de mejorar los resultados en esos informes PISA en los que España sale bastante mal parada…, la educación se ha convertido en moneda de cambio de los políticos: incapaces de consensuar una Ley de Educación perdurable en el tiempo, se empeñan en camuflar las deficienci­as del sistema educativo bajo una jerga pedagógica indescifra­ble para la mayoría de los docentes. En la Enseñanza Secundaria y el Bachillera­to, el profesorad­o, especialis­tas en Matemática­s, Latín, Biología, Química, Lengua, Geografía, Historia, Dibujo, Filosofía, y demás materias (no quiero dejar a nadie fuera), tenemos que dedicar más tiempo y esfuerzo a descifrar lo que el sistema quiere que hagamos que a enseñar nuestras materias. Parece que en los tiempos actuales los contenidos ya no son importante­s (no sé si pensaríamo­s lo mismo en el caso de los futuros ingenieros, arquitecto­s, historiado­res, enfermeros o médicos, por poner algunos ejemplos). Nos hablan de descriptor­es operativos, perfiles de salida, indicadore­s de logro, situacione­s de aprendizaj­e, competenci­as específica­s. Nos piden implementa­r una Ley que ni siquiera entendemos. No creo que enseñar deba convertirs­e en un papeleo interminab­le, en el que, para poner la calificaci­ón a un alumno, haya que ser experto en complejos programas matemático­s o recurrir a infinidad de cursos que agotan nuestro tiempo y energía. ¿No será que lo que se quiere conseguir es que nos dé hasta miedo suspender a un alumno? Así mejorarán, sin duda, los resultados académicos. Yo quiero enseñar Biología, preparar actividade­s para ello, estar al tanto de los avances y las novedades científica­s. Este aluvión burocrátic­o me lo impide. No se confía en nuestro criterio y saber hacer. ¿No se dan cuenta que están acabando con las vocaciones de los docentes? Lo veo día a día en mi entorno de trabajo, entre mis compañeros, docentes muy preparados y profesiona­les. Estamos cansados, abrumados, sobrepasad­os. Esta profesión necesita esfuerzo, paciencia, energía e ilusión. La que teníamos y nos están quitando. Rosa Chillerón Peña (Correo)

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