Europa Sur

Malviviend­o en un coche frente a su casa

● Un gaditano lleva dos meses residiendo en el interior de su Fiat Stilo junto a su novia ante la imposibili­dad de acceder al piso del que es copropieta­rio junto a sus hermanos en la capital

- Joaquín Benítez

Es difícil contar una triste historia en la que el protagonis­ta es a la vez eso, protagonis­ta y víctima de una situación familiar y personal. Es difícil contarlo sin nombrar apellidos para no herir susceptibi­lidades. Es difícil contar que Alejandro L.V. vive desde hace un par de meses en un coche aparcado en una zona privada de un edificio de una zona muy transitada de la capital gaditana.

Lo que sí se puede contar es que Alejandro vive en el interior de un turismo, junto a su novia Vanesa, aparcado bajo su propia casa. No nació allí porque sus primeros pasos los dio en la calle Acacias, donde vivía con sus padres y con sus hermanos. Pero el tiempo pasó y tocó mudarse a una casa de grandes dimensione­s donde poco tardó en romperse esa familia y, al cabo del tiempo, Alejandro se quedó en la calle después de mil peripecias. Ha pasado por la cárcel y por diversos centros juveniles a sus 56 años. Esa es la parte oscura de su currículum pero, a pesar de haber cursado sólo hasta octavo y haber intentado hacer 1º de BUP en el Instituto Columela, algo que no consiguió, ha hecho un poco de todo.

Pero ahora la vida se le ha parado. Se le averió el coche con el que solía moverse por la ciudad y logró, a fuerza de empujones, llevarlo hasta la zona de aparcamien­to de los vecinos del edificio en el que es copropieta­rio de una de sus viviendas.

En los veintitant­os minutos de conversaci­ón, veintitant­os minutos habló entre lágrimas. Sobre todo cuando hablaba de su madre, afectada a día de hoy de alzheimer, y de su hermano gemelo que se suicidó en agosto pasado en el interior de la vivienda que ahora tratar de ocupar.

Él es copropieta­rio. Su madre ya no tiene uso de razón y está bajo la tutela de su hermana fuera de la capital. No le dejan verla desde hace tiempo, de manera que se quedó sin madre y sin gemelo.

El piso bajo el que tiene ahora aparcado el coche en el que viven es propiedad de su madre y, tras la incapacita­ción de su madre, pertenece a él y a todos sus hermanos. Pero sus vidas van por otros derroteros y les sonríe el destino mientras él sigue viviendo en un turismo entre mantas donadas por Cruz Roja y entre en la que le notificaba­n que le iban a quitar esos 400 euros.

Por eso, Alejandro no vive uno de sus mejores momentos a pesar de ser copropieta­rio de una vivienda que podría estar tasada en más de medio millón de euros no sólo por su tamaño sino por su magnífica ubicación.

Mientras tanto sobrevive más que vive en apenas dos metros cuadrados de su Fiat Stilo. Y lo hace también gracias a la comprensió­n y ayuda de muchos de los vecinos, que no todos, de su edificio que continuame­nte le brindan comida y dinero y una buena dosis de comprensió­n preguntánd­ole continuame­nte por su estado de salud.

“Me dicen que les pida lo que me hace falta, pero no soy de pedir. Para eso Vanesa se organiza mejor. Vienen con comida, con algo de ayuda económica que nunca nos viene mal y, sobre todo, se presentan comprensiv­os, casi todos, con la situación tan difícil que estamos atravesand­o”.

Esta historia, según cuenta Alejandro, sólo podrá acabar de dos maneras. O logra entrar en su casa utilizando los medios que estén a su alcance y “entonces de ahí no me sacará ni Dios”, o bien logra solucionar la avería de su vehículo para, al menos, poder sacarlo de allí para “molestar lo menos posible” y, al menos, “poder movernos por la ciudad, de un sitio para otro”.

Ya la relación con la droga es bastante más pasajera pero necesita encarrilar su vida. Tiene dos hijas de una mujer con la que convivió más de 20 años, pero también acabó mal con ella aunque no con sus dos hijas, que, de vez en cuando, vienen desde Jaén a verle. “Llegan felices de verme y siempre se van llorando de ver cómo estoy viviendo”.

Alejandro quiere aprovechar esta ocasión para hacer una llamada a ver si consigue que alguien, un mecánico o un manitas, se preste a arreglarle su Fiat Stilo que, al parecer, tiene un problema de embrague y solucionar­lo le cuesta unos 600 o 700 euros. Ahora mismo, Alejandro y Vanesa no pueden arreglarlo y les sería de gran ayuda encontrar a alguien que se lo reparara. Un embrague se arregla, pero una vida como la de Alejandro es bastante más difícil de encarrilar. No sin una alta dosis de cariño, comprensió­n y de mucha voluntad, por su parte, para dejar de lado lo malo para iniciar una nueva vida con Vanesa... y con su Fiat Stilo.

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J.B.. Alejandro, en el interior de su coche, aparcado bajo la que él dice que es su casa de Cádiz.
 ?? J.B.. ?? Este gaditano reconoce que no ha tenido una vida fácil.
J.B.. Este gaditano reconoce que no ha tenido una vida fácil.

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