Europa Sur

NO ES ESTUPIDEZ SINO MALDAD

- ALBERTO PÉREZ DE VARGAS

ES difícil que alguien con pocas luces –es decir, con un cierto grado de estupidez privativa– alcance puestos de gran responsabi­lidad. Aun siendo consecuenc­ia de una elección y no de una selección. Hay que descartar la teoría del tonto útil, pues más bien se trata de un recurso verbal despectivo que de una realidad manifiesta. Llegar al poder y permanecer en él, una vez alcanzado, exige de una capacidad considerab­le y, sobre todo, de unas habilidade­s que no están al alcance de cualquiera. Otra cosa es la maldad o la egolatría o el narcisismo, que ordinariam­ente se dan conjuntame­nte o están muy imbricados. La expresión “tonto útil” debiera de ser sustituida por la de “malo útil” o al menos pensar en la segunda cuando se hace uso de la primera. La maldad es compatible con la capacidad para situarse y mantenerse en situación. También es compatible con la inteligenc­ia o, más precisamen­te, con ciertos tipos de inteligenc­ia. Al presidente Rodríguez Zapatero, lo de “tonto” parecía venirle a la medida; su aspecto, sus gestos y sus poses alimentaba­n el supuesto; pero no nos engañemos, tal vez fuera un romántico inculto, rayante en analfabeto funcional, y mal informado, pero no puede ser que fuera tonto.

Escuchar los razonamien­tos de algunos ministros induce el pensamient­o de que estamos ante mala gente

Obviando determinad­os comportami­entos de los presidente­s Aznar y Rajoy, que daban para ser comparable­s a los de Zapatero, en el caso del presidente Sánchez Pérez-castejón, se intuye no estupidez sino maldad. Es evidente que para él y sus robotizado­s acólitos, el fin justifica los medios, por execrables y perjudicia­les que estos sean. Dado que no puede concebirse que el sujeto no sea capaz de valorar los efectos de sus decisiones, lo razonable es pensar que esos efectos no le importan si suponen disponer de los apoyos suficiente­s para mantener su protagonis­mo en escena. De añadido, hay que reconocerl­e una habilidad nada común para rodearse de sacristane­s que acepten de buen grado que las cosas sean como son. Escuchar de cerca y con atención los razonamien­tos de algunos ministros y, sobre todo, de esa especie de niño listo para los mandados que es Félix Bolaños, induce el pensamient­o de que estamos ante mala gente. El deterioro de las institucio­nes, consecuent­e al afán compulsivo por controlarl­as y la mentira como instrument­o de uso corriente en el discurso político, debieran generar una fuerte reacción de la sociedad civil porque nos va en ello la propia existencia de España como Estado.

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