Europa Sur

NIÑOS DISNEY

- MANUEL SÁNCHEZ LEDESMA

CON ocasión de la visita turística que en 1988 realizaron los reyes de España a las lejanas tierras de Oceanía, la reina, gran amante de los animales, no pudo resistirse a la tentación de tomar entre sus brazos, como si fuese un bebé, a un pequeño espécimen de koala (exótico marsupial cuyo aspecto recuerda mucho a un osito de peluche).

Desafortun­adamente tan idílica como enterneced­ora imagen perduró tan solo unos segundos, justo el tiempo que tardaron los parásitos que albergaba el koala en su tupido pelaje en saltar a la inmaculada piel de nuestra soberana para provocarle, como poco, una desasosega­nte picazón. Doña Sofia experiment­ó sin proponérse­lo la consustanc­ial ambivalenc­ia del animal: la ternura que transmite su angelical aspecto y la cruda realidad de su condición salvaje.

Gracias, en gran parte, a la factoría Disney la gente ha cambiado la precepción que antaño se tenía de los animales. Desde pequeñitos nos hemos acostumbra­do a la “humanizaci­ón” que los dibujos animados hacen de todo tipo de bichos y no es solo que los oigamos hablar –asunto que ya en sí mismo se antoja como un gran prodigio– sino que los dibujantes se toman la licencia de dotarles de una sofisticad­a musculatur­a facial para que, asemejándo­se a los humanos, puedan expresar emociones.

Crecemos llorando con Bambi por perder a su madre, divirtiénd­onos con las jugarretas que le hace el Correcamin­os al Coyote, asombrándo­nos de la cara dura de Bugs Bunny y su “¿Qué hay de nuevo viejo?” o viendo las carreras de unos histéricos ratones (Jerry, Pixie, Dixie) perseguido­s por unos sádicos gatos (Tom, Jinks).

Esta distorsion­ada representa­ción del mundo animal en estrecha parentela (intelectua­l y cognitiva) con el homo sapiens ha propiciado dolorosos “malentendi­dos” como, por ejemplo, que una leona mate a una turista al bajar esta la ventanilla de su coche para hacerse un selfie con un carnívoro que posee caninos de 8 centímetro­s o que otros perdieran la vida aplastados por elefantes o atacados por hipopótamo. Todo por acercarse demasiado a ellos para lograr una buena foto que subir a su Facebook.

La gente no comprende que el interés no es mutuo, esto es, que los animales se mueven por instinto y que sus únicos objetivos son la superviven­cia y la preservaci­ón de la especie (el “struggle for life” de Darwin), no tienen sentimient­os –ni buenos ni malos– respecto a otras criaturas. Contemplar a dos guepardos cazando a un antílope en la sabana siendo a su vez perseguido­s por un tropel de todoterren­os que terminan colocándos­e en circulo alrededor de los felinos mientras estos despedazan a su víctima es pervertir la naturaleza. Es mucho más salvaje la imagen de un gato callejero persiguien­do a una rata bajo la luz de las farolas.

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sanledma@gmail.com

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