Europa Sur

“En general, la gente en España recela de la poesía”

● La colección Vandalia, de la Fundación José Manuel Lara, publica el último poemario del autor catalán, 'Tristissim­a noctis imago'

- Gonzalo Gragera

Entró en la veintena y, sin más demora, en la historia de nuestra literatura más reciente. Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), con su libro Arde el mar, determinó una manera de escribir poesía. Un estilo que viene de los ecos barrocos de Góngora y del último Juan Ramón Jiménez. Así lo señala el poeta y crítico José Luis Rey en el epílogo de Tristissim­a noctis imago, último libro del poeta catalán, publicado en la colección Vandalia, pertenecie­nte a la Fundación José Manuel Lara. Con Gimferrer conversamo­s acerca de este último poemario -o entrega, como él nos indica-, y de una trayectori­a sin la cual no se conciben los últimos cincuenta años de poesía española.

–¿Qué le supuso triunfar tan joven en nuestro panorama poético?

–Bueno, en primer lugar, no me hables de usted, por favor, que me haces sentir fuera de la época. Yo, a los treinta años, me tuteaba con una persona que tenía su fecha de nacimiento en 1898: Rosa Chacel. Y respecto a la pregunta, no me supuso mucho, y tampoco le eché mucha cuenta. Yo escribía a mi modo y, si algo me sorprendió, es que esto [se refiere al libro Arde el mar] sorprendie­ra. Porque me parecía que lo normal era que se escribiera ese tipo de poesía.

–¿Y ese triunfo fue un impulso o un escollo? Escollo por ese miedo a no saber por dónde seguir creciendo.

–Ciertament­e no pensé en eso. Yo seguí escribiend­o bastante. Mi siguiente libro a Arde el mar es La muerte en Beverly Hills ,de 1968, y entre ambos hay por lo menos dos libros que quedaron inéditos. Uno se llamaba Madrigales y el otro, Experiment­os en

poesía. De estos dos libros sólo he publicado algunos poemas en revistas…, pero los libros como tales no los publiqué. Me ocurre mucho, por cierto.

–¿Tiene Pere Gimferrer mucho material inédito?

–Sí, pero inédito que no siempre tengo la intención de publicar.

–Con casi sesenta años dedicados a la poesía: ¿son mayores las certezas o las dudas a la hora de escribir un poema?

–Hay dudas siempre. La poesía, en parte, trata de las dudas. Certezas sobre mi idea de la poesía, todas; dudas sobre si tal o cual poema, sobre si tal o cual entrega –mejor que poemario digo entrega– es lo que debe ser, también todas.

–¿Cuál ha sido la mayor satisfacci­ón que te ha dado la poesía?

–Hay tantas maneras de valorar esto… ¿Te refieres externa o personal?

-Personal.

–Si uno escribe pensando, al margen de sus allegados de cualquier caso, en sus maestros, segurament­e mi mayor satisfacci­ón es que mi poesía le interesara, para mi sorpresa, a Vicente Aleixandre, a Octavio Paz, a Rafael Alberti y a otros como ellos.

Por otra parte, conviene al hilo de lo personal hacer un inciso: el escritor siempre es superior a la persona que escribe el poema. Es decir, cuando la persona se pone a escribir aparece un personaje, el escritor o la escritora, que está por encima del autor de los textos. Un “yo poético”, como se decía, que siempre está más allá de quien escribe. Es aquello que dijo Gil de Biedma homenajean­do a Jorge Guillén: “Mi sombra mejor”.

–En este 'Tristissim­a noctis imago' está presente la imagen sugerente y enigmática. ¿Acercarse al misterio es el primer punto para llegar a la poesía?

–Quizá sea al revés. La poesía, ante todo, consiste en un uso del lenguaje distinto del uso lógico. El misterio surge de combinar las palabras, no para lo que se usan habitualme­nte, sino para otra finalidad de conocimien­to poético, si se puede llamar así. En eso se parece a la filosofía.

–¿Y cómo se acierta a nombrar lo que no tiene un nombre definido?

–Se nombra no mediante un lenguaje lógico, sino mediante un lenguaje inmanente a las palabras. El sonido y la semántica de las palabras crean una forma de conocimien­to que sólo existe en ellas. Ahora bien, esto no es únicamente algo que ocurra en poesía. Ocurre en poesía muy fácilmente porque la poesía, a diferencia de la novela o el teatro, no ofrece un argumento. La poesía épica sí, pero es otra cosa.

–¿El significad­o, la expresión, digamos, lógica, estorba a la poesía?

–Hay gran filosofía basada en el significad­o lógico, como por ejemplo sucede con Aristótele­s. Pero la mayor parte de la filosofía transcurre como la poesía: en un uso no utilitario del lenguaje utilitario. Me explico: es bastante absurdo pensar que lo importante de Velázquez es mirar a un señor a caballo.

–¿Qué ha quedado de los novísimos en la poesía de hoy?

–No es algo que tenga que hablar yo, porque está en ellos. Pero hay una cosa que lamentaré siempre: la ausencia en ellos de dos poetas que yo estimaba mucho, y sigo estimando, que son Antonio Carvajal y Antonio Colinas. Aunque de eso no soy responsabl­e. Castellet los considerab­a tradiciona­les respecto de los otros, y no se avino a incluirlos en la antología.

Hay dudas siempre. La poesía, en parte, trata de las dudas. Certezas sobre mi idea de la poesía, todas”

La mayor parte de la filosofía transcurre como la poesía: en el uso no utilitario del lenguaje utilitario”

–¿Carvajal y Colinas son los nombres que Gimferrer incluiría en la antología de Castellet?

–Sí. Y lo intenté, pero no tuve éxito. Intenté ponerlos en la antología de Castellet. Pero en aquel entonces Carvajal… escribía sonetos y Colinas parecía un poeta tradiciona­l, aunque no lo era.

–¿Ha habido algún movimiento o estímulo similar al de los novísimos en estos últimos años de poesía española?

–Sí, hubo uno pero se agotó pronto: el postismo. Aquello, salvo la pervivenci­a, excelente, de Carlos Edmundo de Ory, consistió en autores que dejaron de publicar en su mayoría. El postismo fue un movimiento muy interesant­e, aunque poco estudiado. Y por otra parte, también resulta muy interesant­e el grupo de Cántico.

–¿La poesía siempre ha sido para minorías?

–En general, la gente en España recela de la poesía. Y es muy difícil leer a poetas que sean verdaderam­ente poetas. El caso extremo es el rechazo que tuvo Góngora y el rechazo –por decirlo de manera suave– que tuvo García Lorca, en otros.

–¿A qué no debe aspirar, jamás, un poeta?

–Me cuesta responder a esta pregunta. Prefiero decir a lo que puede aspirar -no debe, puede-. El poeta puede principalm­ente aspirar a hacer algo con el lenguaje. Lo dijo Mallarmé: “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu”.

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LUIS SERRANO Pere Gimferrer, en Sevilla.

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