Fabia Fabiana: Benefactora de Traducta
● La heredera de las alfarerías de Cayo Aurelio Fabiano, adoradora de Diana, convenció a su padre para erigir un fastuoso monumento a la diosa
DESPUÉS de visitar, en compañía de su joven hija, Fabia Fabiana, la más amplia y productiva factoría de salazón de pescado de a cuyo embarcadero arribaban naves de comercio procedentes de la Mauritania Cesariense, la península itálica, las islas Griegas e, incluso de yde
para cargar las ánforas con sus apreciados productos elaborados a partir de los atunes rojos pescados en aguas del
Cayo Aurelio Fabiano y su hija, la rica heredera de sus alfarerías ubicadas en torno a la bahía y de las salinas de dejaron atrás la zona industrial de la ciudad y se dirigieron a la reducida acrópolis en la que se hallaba el templo, dedicado a la diosa Diana Augusta. Un templo modesto que había sido edificado en tiempos de Octavio Augusto cuando éste sólo ostentaba los títulos de Pontífice Máximo y
Aquella deidad, tan ajena a los cultos propios de la provincia Bética, había despertado su admiración desde que su padre acudía, en la temporada de pesca de atunes, a visitar a su amigo Vibio Maro, convirtiéndose, desde su infancia, en una ferviente seguidora y fiel devota de la imagen de la diosa Diana, a pesar de que la escultura de la deidad, mal labrada en piedra caliza y de reducido tamaño, no era, precisamente una imagen sagrada que atrajera y favoreciera el culto de sus seguidores.
Cuando accedieron a la plazuela en la que se erguía el templo, con su fachada rematada por un frontón triangular, bellamente esculpido, sostenido por una columnata tetrástila de mármol, se detuvieron para tomar el aire que les faltaba después del ascenso hasta la acrópolis de
ciudad por el camino de
para tomar un refrigerio en una de las ventas que flanqueaban la calzada. “Mi hermano Cayo Fabio aún no ha retornado de su estancia en
como legado del emperador. He de hacer votos para que la diosa lo proteja y nos lo devuelva sano y salvo”.
Y de esa manera los Fabio Fabiano, una de las estirpes más prestigiosas y ricas de la provincia Bética, residente en Barbésula, decidieron invertir una fortuna en erigir un monumento a la deidad de la que era tan devota la joven Fabia.
Transcurrido dos meses, Cayo Aurelio Fabiano recibió en su mansión de Barbésula a uno de los escultores más afamados de Itálica, que se comprometió a entregar, en el plazo de un año, un pedestal o basa de mármol blanco extraído de la famosa cantera de Coín, labrado con motivos vegetales y escenas mitológicas, para que se colocara sobre él una estatua de la diosa cazadora elaborada en bronce a la cera perdida que debía de ser traída de Italia.
Corría el año tercero del reinado del emperador Trajano, cuando en un barco mercante, procedente del puerto de Ostia, arribó al embarcadero fluvial de
la estatua de bronce de la diosa Diana de un tamaño menor que el natural, pero de una exquisita belleza, señal de que había sido fundida en uno de los talleres más prestigiosos de Roma. Con una fastuosa ceremonia, que acabó en una variada y suculenta comida, en la que estuvieron presentes las autoridades religiosas, políticas y administrativas de y de Barbésula, la familia de la donante, Vibio Maro con su esposa e hijos y ricos representantes de las industrias de salazón y de los
y enviados por los consorcios salazoneros de la ciudad de Gades, se entronizó y bendijo por los sacerdotes del templo la imagen de la diosa en su pedestal, que había sido traído a la ciudad una semana antes. Un famoso orador, venido de pronunció un emotivo discurso u oración de agradecimiento a Fabia Fabiana por su generosidad y la valiosa donación