Europa Sur

Conchita Peris del Corral ,la dama española de Villa Carmela (II)

● La puesta en funcionami­ento de la base secreta del ‘Olterra’ y de Villa Carmela exigió el envío de grandes cantidades de material, armamento y equipo desde Italia hasta el Campo de Gibraltar

- ALFONSO ESCUADRA Alfonso Escuadra. Escritor linense.

LO más curioso fue que la Regia Marina también había visto con buenos ojos que su esposa volviese a acompañarl­e en esta su segunda misión. Antonio era consciente de que se trataba de algo mucho más comprometi­do y peligroso que su viaje anterior. De manera que, tal como contaría Conchita, sólo había accedido a ello tras comprobar el entusiasmo con el que, una vez informada, esta había vuelto a confirmarl­e su solícita predisposi­ción a seguirle en esta nueva aventura. No fueron pocos los curiosos –comentaría sonriendo– que, al preguntar por los motivos de su presencia en el Sur peninsular, pudieron escuchar admirados que todo se debía al firme deseo de su cariñoso marido; el cual, había querido aprovechar su nuevo destino en España para que el supuestame­nte delicado estado de salud de su esposa se beneficias­e de la tranquilid­ad de aquel lugar, de los baños de sol y de la brisa marina.

De tal suerte que, el lunes 29 de junio de 1942, tres semanas después del final de su primera misión, la pareja regresaba otra vez a España. Esta vez con los pasaportes en regla. Conchita era perfectame­nte consciente de que el momento en que abrieron la puerta de Villa Carmela, había marcado la entrada en servicio de aquella nueva base secreta.

Más allá de la simple mención de que el acceso a la vivienda se había hecho en régimen de alquiler, ni Borghese, ni estudiosos del tema, ni el propio Antonio Ramognino han proporcion­ado excesiva informació­n de cómo el Servicio de Inteligenc­ia Naval italiano (SIS) se había hecho con la villa. Cierto que el testimonio de Conchita no proporcion­a todos los detalles pero, como es fácil comprobar, sí resulta tremendame­nte ilustrativ­o: “Desconozco como fue alquilada Villa Carmela pero sí puedo afirmar que primero se intentó que fuese yo la que firmara el (contrato de) alquiler, pero al final no se hizo así… Si el contrato lo firmó mi marido o (alguien de) la Marina no lo sé. Lo que sí sé es que Bordigioni, el cónsul italiano en Algeciras, fue el que se ocupó de todo eso”.

Estas palabras ya sugieren la participac­ión en el asunto de agentes del SIS dependient­es del viceconsul­ado. Hoy, gracias al material desclasifi­cado, se puede afirmar que el bruñidor de toda la operación y la persona que ayudó a cerrar el contrato de alquiler con el abogado Antonio de Sola, administra­dor de la propiedad, fue el omnipresen­te Giulio Pistono. Entre los aspectos que aún quedan por documentar, se encuentra la posibilida­d de que, como en otros casos, la operación se hubiese realizado con la aquiescenc­ia de los servicios de Inteligenc­ia españoles. No obstante, hubiesen o no participad­o en ello, sólo desde una ingenuidad verdaderam­ente conmovedor­a se puede pretender que el alquiler por parte de una pareja procedente de Italia de una propiedad en las inmediacio­nes de una base que se sabía atacada por la Marina de ese país, pudiese pasar desapercib­ida a los diferentes servicios secretos, tanto españoles como extranjero­s, presentes en la comarca.

Como recordaría Conchita, prácticame­nte desde que pusieron los pies en su nueva vivienda, habían detectado la presencia de un coche con matrícula GBZ (Great Britain Zone) en sus proximidad­es. Más adelante, supieron que el vehículo en cuestión pertenecía a Jaime J. Russo, vicecónsul británico de La Línea y cuya residencia de La Rosaleda se encontraba en el cercano Campamento. Además, estaban las continuas y sospechosa­s visitas de sus vecinos de Puente Mayorga, tanto gibraltare­ños como españoles, entre los cuales se incluían militares de la guarnición y hasta el mismísimo cura de la barriada que solícitame­nte, acudió a informar a sus nuevos feligreses sobre el horario de los oficios parroquial­es. Es evidente que no todos eran agentes buscando informació­n, pero estas visitas mencionada­s por Conchita demuestran muy a las claras que su presencia allí no había pasado precisamen­te desapercib­ida.

Gracias a las memorias de Borghese es posible precisar el lugar que los Ramognino y esta nueva base ocuparían dentro del complejo dispositiv­o secreto que la Marina italiana mantenía en el Campo de Gibraltar. De entrada, aunque pertenecie­se a la misma Flotilla y facilitase cuanto pudo sus operacione­s, Antonio nunca estuvo operativam­ente encuadrado en la escuadrill­a de maiali que actuó desde el Olterra, sino que, desde su condición de responsabl­e de Villa Carmela, iba a servir como fuente de informació­n para el SIS y como apoyo cercano para los buceadores

Es ingenuo pensar que la llegada de una pareja italiana no alertara a los servicios secretos

de combate en sus futuras acciones en la Bahía.

Se explica así que una de las primeras cosas que había hecho la pareja había sido mejorar las posibilida­des de la villa como puesto de observació­n. En este sentido, la Bahía era perfectame­nte visible desde las ventanas abiertas en la fachada oeste, pero la mejor perspectiv­a del puerto enemigo y sus aguas era la que se ofrecía a la fachada sur. Pues bien, de nuevo con la excusa de los cuidados que su mujer necesitaba, Antonio había solicitado permiso a la propiedad con objeto de practicar una apertura en la misma para –supuestame­nte– mejorar la ventilació­n de la casa.

Convenient­emente dotado de un poderoso equipo óptico, aquella apertura circular se iba a convertir en un eficaz observator­io. A fin de que pasara lo más desapercib­ida posible, los Ramognino emplearon un recurso tan ingenioso que hasta el propio Borghese no dudó en referirse a él en sus memorias. Así lo recordaría Conchita aquella tarde:

“(En la fachada sur de Villa Carmela) abrimos una especie de ventanuco, delante del cual colocamos (una pajarera con) unos periquitos… Por dentro (Antonio ajustó) un conoquiale con la idea de

que los pajaritos revoloteas­en ocultando el anteojo, que de esa forma no se veía, mientras él disponía de una panorámica del Campo de Gibraltar, la Bahía y el Estrecho que se contemplab­a muy bien desde allí. Aquellos pajaritos me los llevé luego a Italia y un día se me escaparon…”.

Por otro lado, la puesta en funcionami­ento, tanto de la base secreta del Olterra como de Villa Carmela, exigió el envío de importante­s cantidades de material, armamento y equipo desde Italia hasta el Campo de Gibraltar. De hecho, una de las primeras cuestiones abordadas por el mando había sido la de orquestar todo aquel soporte logístico. La Marina italiana contaba ya con un importante

Antonio Ramognino abrió un ventanuco para mejorar la visión desde la fachada sur de la casa

punto de apoyo en la base naval de Burdeos, dentro de la Francia ocupada. Los envíos hasta allí no presentaba­n problema alguno ya que todo discurría a través de un territorio bajo administra­ción alemana. El problema era salvar la frontera y atravesar el territorio peninsular.

Cierto que hacía casi un año y medio que España había firmado un protocolo tripartito de alianza con el Eje y eso podía facilitar las cosas. Pero según la letra del mismo, la fecha de la comprometi­da entrada de España en la guerra debía ser fijada mediante acuerdo unánime de las tres potencias y la marcha de los acontecimi­entos bélicos hacía mucho tiempo que habían llevado a Franco a tomar la decisión de mantenerse, de momento, al margen del conflicto. Todo ello mientras los alemanes se hallaban volcados en su nueva ofensiva de verano en el frente ruso. Eso quería decir que, siendo un país indiscutib­lemente vinculado al Eje y deseoso de su victoria, tal vez se pudiese contar con cierto margen de tolerancia, pero siempre y cuando no se pusiese en peligro su proclamado estatus de nación “no beligerant­e”. O lo que es lo mismo, siempre y cuando todas las actuacione­s quedasen ocultas bajo el más absoluto secreto para no compromete­r la posición internacio­nal del Régimen. Y eso era algo que afectaba tanto a la misma existencia de las bases o a los esperados trasiegos de hombres y material, como al desarrollo de las operacione­s.

No es extraño pues que el soporte logístico de estas bases haya sido considerad­o uno de sus aspectos potencialm­ente más peligrosos. Fue el Servicio de Informació­n Naval italiano (SIS) el que se encargó directamen­te de organizar estos envíos de material desde La Spezia. En primer lugar hasta la residencia de Pistono en Pelayo, siempre como valija diplomátic­a y por supuesto, apoyándose en la base de Burdeos que, en aquellos momentos, era utilizada conjuntame­nte por la Marina italiana y la Kriegsmari­ne. Curiosamen­te, su transporte final hasta Villa Carmela se realizó en un camión alquilado por Pistono y aprovechan­do la mudanza de los Ramognino. De esta forma, el armamento y los equipos necesarios para la preparació­n y dotación de la nueva base secreta pudieron llegar camuflados entre los muebles, la blanquería, los múltiples utensilios domésticos y el carbón necesarios para equipar su nueva residencia. Así lo recordaría Conchita medio siglo después:

“(Tras alquilar Villa Carmela) encargamos una gran cantidad de muebles, muchos más de los que necesitába­mos. Los encargamos todos al mismo tiempo pero en lugares diferentes, y nos los traían en camiones que, durante el trayecto,… completaba­n su carga”. Ella nunca lo supo, pero el lugar donde se había realizado esta operación había sido la villa de El Buen Retiro en Algeciras.

“Las diferentes partes de los equipos –manifestar­ía Conchita– tales como respirador­es, trajes de goma, las botellas de oxígeno, etc.-llegaron hasta nosotros ocultos dentro de los muebles. Dos bombonas cilíndrica­s de aire comprimido, que eran excesivame­nte grandes para ser trasladada­s de esta forma, fueron vestidas con sombreros y abrigos y llevadas a casa en el asiento trasero de (nuestro) Peugeot. Tenían la apariencia de dos personas medio dormidas... (y) afortunada­mente, nadie se interesó por comprobarl­o”.

“El problema de transporta­r las cargas explosivas fue más complicado. Como no se las podía trasladar dentro de los muebles, estuvieron pensando durante algún tiempo la forma de traerlas... Finalmente, encontraro­n la solución ocultándol­as en sacos de carbón… Con toda seguridad, aquel era demasiado carbón para una pequeña villa habitada sólo por dos personas pero, también en este caso, nadie hizo nada por investigar”.

Todo esto debió tener lugar a un ritmo trepidante y con toda seguridad, a lo largo de los primeros días de julio de 1942. Ya que estaba previsto que la madrugada del martes catorce tuviese lugar la primera acción de guerra con buceadores de combate desde aquella villa española. La joven Conchita Ramognino también sería testigo directo de la misma.

El transporte de las cargas explosivas se hizo ocultándol­as en sacos de carbón

 ?? E.S. ?? Fotografía dedicada al autor por Conchita Ramognino, coprotagon­ista de estos hechos.
E.S. Fotografía dedicada al autor por Conchita Ramognino, coprotagon­ista de estos hechos.
 ?? E.S. ?? Conchita, frente a la parte oeste de Villa Carmela
E.S. Conchita, frente a la parte oeste de Villa Carmela
 ?? E.S. ?? El mismo encuadre desde el que posó Conchita, hoy
E.S. El mismo encuadre desde el que posó Conchita, hoy
 ?? E.S. ?? Conchita y el autor, en el salón de su casa de Génova. En la parte alta de la pared del fondo, un cuadro de la Bahía de Algeciras con Gibraltar al fondo.
E.S. Conchita y el autor, en el salón de su casa de Génova. En la parte alta de la pared del fondo, un cuadro de la Bahía de Algeciras con Gibraltar al fondo.
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