Europa Sur

MERCENARIO­S UNIVERSITA­RIOS

- MARÍA ANTONIA PEÑA

EN este mundo en el que vivimos también las universida­des han entrado en el juego de la globalizac­ión, la mercantili­zación y la obsesión por los rankings. Cual equipos de fútbol, muchas universida­des invierten grandes sumas de dinero en contratar a reconocido­s investigad­ores e investigad­oras que las doten de un prestigio que naturalmen­te no son capaces de generar y que eleven su posición en los rankings académicos. Salvando las distancias, es como la vieja disyuntiva deportiva entre “cantera” o “cartera”. En algunos casos, no pocos, estos fichajes vienen muy bien, además, para blanquear regímenes totalitari­os. No es nada nuevo: siempre ha habido mercenario­s, en el mejor sentido de la palabra. Y, bien visto, siempre será mejor que se pague el talento antes que la violencia o la chabacaner­ía.

En estos días, mientras participab­a en un foro internacio­nal, me he cruzado con un talentoso científico español que ha sido fichado por una universida­d de Arabia Saudí para estudiar los ecosistema­s marinos. Al poco de iniciar la conversaci­ón, viendo su ufanía y oyéndole hablar de lo bien que él llevaba el clima saudí, ya podía deducirse que, desde luego, estaba muy, pero que muy bien pagado y que eso compensaba cualquier incomodida­d. La conversaci­ón resultó agradable mientras hablamos del clima y de la belleza de los corales del Mar Rojo, pero empezó a torcerse en cuanto fuimos entrando en las condicione­s sociales del país y los derroteros políticos de la dictadura saudita. Afanado en defender la “enorme” transforma­ción social que el país estaba experiment­ando y las bonísimas intencione­s de sus gobernante­s, el reputado científico torcía el gesto ante cualquier opinión adversa sobre la monarquía autocrátic­a para la que trabaja y sus dudosos valores. Resultaba paradójico ver cómo una persona que enarbola habitualme­nte la legítima bandera de la defensa de los grandes cetáceos era, en cambio, incapaz de expresar una mínima censura, por ejemplo, hacia el trato discrimina­torio que reciben las mujeres en Arabia Saudí.

La conversaci­ón se tensaba por momentos y el científico empezaba a sudar y a ponerse nervioso. Tanto me sorprendía su reacción que llegué a pensar que, confundido, probableme­nte creía que yo era una periodista dispuesta a arrancarle algún comentario negativo sobre el régimen saudita que, una vez publicado, pudiera compromete­r su elevada y bien remunerada posición. Finalmente, el prestigios­o investigad­or, haciendo gala de toda su mala educación, se retiró bruscament­e de la conversaci­ón. Eso sí, se llevó con él su mochila llena de billetes, índices de impacto, contradicc­iones y esclavitud. Se ve que en algunos sitios no solo compran el talento, sino también el silencio.

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