Europa Sur

CARTA MAGNA

- MARGARITA GARCÍA DÍAZ malgara_gd@hotmail.com

CELEBRAMOS hoy la fiesta de nuestra constituci­ón, aprobada por referéndum hace 44 años. Fiel al espíritu que impregnó a la Transición, se trata de un texto en el que se reconocen una serie de derechos a la ciudadanía, pero en el que, al mismo tiempo, parece que da miedo adoptar algunas posturas que podrían incomodar a los sectores con más arraigo en el conservadu­rismo que sucedió al dictador y que aún sigue campando por esta piel de toro. Un pacto entre las fuerzas que querían avanzar y quienes estaban anclados en un pasado terrible. La carta magna significó un borrón y cuenta nueva que quizá donde mejor quedó plasmado fue en la ley de amnistía, que equiparó a víctimas y verdugos. Hay que señalar también su pervivenci­a, quizá después de la vertiginos­a vida constituci­onal del siglo precedente apetecía un tiempo tranquilo. O tal vez, debida al bipartidis­mo que, quizá por tradición de la Restauraci­ón, o promovida por un sistema electoral que premia a las mayorías, ha sido una de las claves en la actualidad política española. Esa pervivenci­a, unida al entonces acceso al sufragio para las personas mayores de 21, hacen que solo los de más de 65 años hayan tenido la posibilida­d de haber decidido sobre ella. Podemos decir que la constituci­ón del 78 es ya una jubilada a la que quizá le haga falta ir poniéndose en las largas listas de espera de nuestra sanidad, para hacerle algún arreglillo.

No puedo negar que la constituci­ón que a mí me gusta es aquella que surgió después de que en junio se celebraran elecciones a Cortes Constituye­ntes en un ya lejano 1931. Dieron un amplio triunfo a los partidos de centro-izquierda y se comenzó la redacción que declaraba la soberanía popular, contemplab­a una amplia declaració­n de derechos y libertades, entre ellos, tras un apasionant­e debate, el sufragio universal masculino y femenino, así como derechos sociales. También artículos tan novedosos como los que supeditaba­n la propiedad privada a la utilidad pública o los que establecía­n un estado laico con limitacion­es a la actividad de la Iglesia. De hecho, se le prohibía la enseñanza y debía sostenerse por sus propios medios. Las Cortes eran unicameral­es y se reconocía el derecho a la autonomía de las regiones. Obviamente, la forma de gobierno, era una república.

A veces me cuesta creer que hace ya cerca de un siglo España pudiera ser tan moderna, que sus parlamenta­rios pudieran ilusionar a la población y que se tuvieran las ideas tan claras de lo que un país necesita. Ya sabemos cómo acabó todo, el sueño se convirtió en pesadilla que nos ha dejado esta especie de modorra acomodatic­ia en la que vivimos.

“Me cuesta creer que hace ya cerca de un siglo España pudiera ser tan moderna. Ya sabemos cómo acabó todo”

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