Los ‘invisibles’ del Grupo Gamma (I)
● La Marina Italiana creo en la Segunda Guerra Mundial una unidad de nadadores de asalto para atacar a los barcos mercantes con unos pequeños explosivos llamados mignatas o sanguijuelas
Hen día, las fuerzas navales de todas las naciones importantes cuentan con una unidad integrada por especialistas muy versátiles y entrenados conocidos como buzos, buceadores o nadadores de combate. Son incontables las ocasiones en las que, a la hora de situar su origen cercano y por razones digamos de etiqueta para ser generosos, se vienen difundiendo versiones que, además de obviar la simple cronología de los hechos, constituyen una palpable injusticia. Ya que no es difícil constatar que corresponde a la Regia Marina el derecho a presumir de haber sido la primera fuerza naval moderna en disponer de este nuevo tipo de combatiente y hacer uso de él en misiones de guerra.
Partiendo de esta base y dado que las primeras operaciones de este tipo habían sido ejecutadas en estas aguas, cabe afirmar pues que había sido en la Bahía de Algeciras donde la existencia y el empleo táctico de estos buceadores de combate había cobrado realmente carta de naturaleza.
El nacimiento de esta especialidad se localiza concretamente en la primavera de 1942. En los días en que el Estado Mayor de la Marina italiana estudiaba la posibilidad de lanzar una ofensiva contra el tráfico mercante enemigo en este sector. Curiosamente, según se recoge en la versión oficial, la idea había surgido a partir de las observaciones efectuadas por los operadores de los maiali durante sus ataques a Gibraltar; observaciones, posteriormente confirmadas por el informe que, a comienzos de mayo, Antonio Ramognino había redactado al término de su conocida misión de reconocimiento. Todos ellos mencionaban cómo el arco de la Bahía -sobre todo en su parte oriental- se encontraba habitualmente repleto de mercantes que fondeados, muchos de ellos a tan sólo a unos centenares de metros de la costa, esperaban durante varios días para poder seguir su ruta integrados en un convoy.
“Un objetivo fantástico sin lugar a dudas -escribiría luego el almirante Aldo Cocchia- pero para el que resultaba excesivo el empleo de los maiali; un arma que había sido concebida para perforar el casco blindado de un navío de guerra”. Es evidente que, para la Regia Marina, hacer uso sus poderosas cargas contrasimples mercantes hubiese sido algo así como cazar pajaritos a cañonazos.
Contando con la posibilidad de emplear una base en tierra y empeñados en encontrar la alternativa más adecuada, se había descartado también el empleo de los llamados marchiatori sul fondo; unos buzos que avanzaban hacía el blanco elegido caminando literalmente por el lecho marino con una potente carga sujeta a su espalda. Frente a ellos, eran muchas las ventajas en cuanto a rapidez y efectividad que presentaban los que entonces comenzaban a ser denominados nuotatori d´assalto.
A diferencia de los anteriores, estos no empleaban armas tan pesadas, sino unos pequeños ingenios explosivos, especialmente diseñados y fabricados para ellos y a los que coloquialmente se referían como mignatas o sanguijuelas. Uno de sus mandos los ha descrito como un pequeño objeto metálico circular, de forma biconvexa, cargado con cerca de tres kilogramos de explosivo; cantidad más que suficiente para perforar el casco de un mercante. Estas mignatas iban provistas de un anillo de goma que, inflado mediante un pequeño depósito de aire comprimido, generaba un empuje que aseguraba su fijación al casco. Por último, una espoleta de tiempo permitía ajustar la detonación de la carga. Gracias a su pequeño tamaño, un nadador entrenado podía desplazarse sin ninguna dificultad llevando consigo varios de estos ingenios. Hay que decir, sin embargo, que como había ocurrido con los maiali, esta nueva arma iba a entrar también en uso en fase poco menos que experimental.
En palabras de Borghese, “la idea consistía en que, vestido con un traje de goma muy pegado que lo protegía del contacto directo con el agua sin obstaculizar su libertad de movimientos y calzado con largas aletas de goma, que le permitían una mayor velocidad de desplazamiento sin necesidad de utilizar los brazos, el nuotator se aproximase al enemigo primero nadando rápidamente y después, con más cautela. Una vez alcanzado el objetivo y sirviéndose del pequeño autorespirador que llevaba, cuya bombona le permitía una respiración submarina de unos treinta minutos, debía situarse bajo el vapor, fijar la carga bajo la carena y activar la espoleta de tiempo para seguidamente salir a la superficie y alcanzar a nado la costa”. Dentro de los supuestos contemplados por la Marina, en el caso de tomar tierra en territorio enemigo, al buceador se le presentaban pocas opciones para no caer prisionero. Pero en el caso de ser empleados en Gibraltar, existía la posibilidad de que pudiese regresar a su base, dado que la costa inmediata pertenecía a un país no beligerante y además amigo de Italia. Para ello, bastaba con recurrir al mismo sistema y a la misma infraestructura de apoyo que, desde el otoño de 1940, venía siendo utilizada para repatriar a los operadores de los maiali.
Pero además, se debe tener en cuenta que, en aquellos momentos, la Regia Marina estaba empeñada en poner a punto dos bases secretas en el Campo de Gibraltar. Es cierto que la primera de ellas, la que se pensaba ubicar en el interior de un mercante italiano internado en el puerto de
Algeciras, aún tendría que ser sometida a importantes trabajos de acondicionamiento. Sin embargo, muy pronto se podría disponer de la segunda ya que, a diferencia de la anterior, esta se localizaba en una villa de Puente Mayorga que pronto se reveló como el punto de partida ideal para las acciones de los buceadores de combate. El gran problema consistía en encontrar la forma de llevar hasta allí a los hombres y sus equipos sin ser detectados. Hay que considerar no obstante que, desde finales de aquel invierno, se habían dado pasos muy importantes de cara a resolver esta última cuestión.
De todas formas, lo primero había sido proceder al adiestramiento de los nuotatori que debían ejecutar aquella ofensiva contra el tráfico mercante aliado. Por ello, prácticamente coincidiendo con la misión secreta enviada en la primavera de 1942 a la búsqueda de estas bases, la Marina había comenzado a solicitar voluntarios para constituir la nueva unidad. A estos se exigía unas excepcionales condiciones físicas, una buena técnica de natación y se preferían, sobre todo, a los candidatos que estuviesen ya en posesión del curso de buzo.
PRIMEROS VOLUNTARIOS
Uno de los primeros voluntarios en responder a la convocatoria había sido un joven livornés de poco más de veinte años y al que tuve la fortuna de conocer a finales de los noventa, llamado Vago Giari. “Yo -me dijo- había solicitado el ingreso en la Marina con apenas diecinueve años, poco después de la entrada de Italia en la guerra. Tras una exigente selección en La Spezia, en la que se descartó a más de la mitad de los que nos habíamos presentado, fui enviado a Livorno, donde realicé el curso de buzo especialista. Desde entonces, había estado trabajando en la recuperación de varios buques. Pues bien, un buen día, en la primavera de 1942, me llamó mi comandante y me preguntó si deseaba formar parte de los sabotatori de la Marina. Y yo acepté de inmediato. Así de sencillo...”.
Según el que sería su jefe de sección dentro de la X Flotilla MAS, los aspirantes fueron sometidos a un duro y exhaustivo adiestramiento aprovechando las mismas instalaciones en las que, dentro del complejo de la Academia Naval, Giari se había formado como buzo. Su magnífica piscina cubierta iba a tener sobrada ocasión de demostrar toda su utilidad durante los interminables ejercicios de resistencia y desplazamiento en inmersión por los que pasaron.
El responsable de aquel exigente programa era un teniente de Navío de veintisiete años llamado Eugenio Wolk. Alguien desconocido para la mayoría del grupo, pero que había sido el incombustible impulsor de esta nueva forma de ataque dentro de la Regia Marina y uno de los que más habían contribuido y aún contribuiría, en el diseño y perfeccionamiento del especializado equipo que sus ejecutores portarían en sus misiones de guerra.
Descrito por Borghese como un magnífico ejemplar de atleta y nadador, Wolk era un personaje de novela. De entrada no era de origen italiano sino ruso. Había nacido en Chernígov (Ucrania) en el seno de una aristocrática familia que se había visto obligada a abandonar Rusia huyendo de los bolcheviques. Tras fijar su residencia en Roma y obtener la nacionalidad italiana, se había graduado como oficial de Marina en la Academia Naval de Livorno y durante mucho tiempo, había defendido con ahínco las posibilidades tácticas de los que él había bautizado como nuotatori d´assalto.
Bajo su dirección, Vago Giari y sus compañeros se convertirían en los primeros integrantes de esta nueva especialidad. Aquel puñado de jóvenes pasaron a constituir lo que dentro del reestructurado organigrama táctico de la Decima Flottiglia MAS y adscrito al Reparto subacqueo mandado por Borghes, sería conocido como Gruppo Gamma.
Según comentó Giari, durante aquellos días no habían sido pocas las ocasiones en las que aquellos futuros hombres G habían podido escuchar a sus mandos destacar la importancia que, para aquella nueva modalidad de ataque, tenía pasar absolutamente desapercibido. Fueron muchas las sesiones de adiestramiento que se dedicaron a practicar técnicas de natación silenciosa o a familiarizarles con las habilidades necesarias para una correcta mimetización. Entre estas últimas, Giari recordaba el uso de ungüentos para ennegrecer el rostro y sobre todo, las muchas formas de sacar partido a una de las piezas más características de su equipo: la redecilla que, adecuadamente cubierta con algas, estopa o incluso con la paja empleada en los embalajes, era utilizada para cubrirse la cabeza. De esta guisa, como escribiría Borghese, hasta el serviola más agudo les habría confundido con unos inofensivos detritus, de los que están llenas las aguas de los puertos y de las radas abiertas.
Ellos aún no lo sabían, pero en aquellas teóricas de Livorno, había quedado compuesta la imagen icónica del nuevo tipo de combatiente que representaban. El objetivo de todo aquello era evidente, se trataba de alcanzar lo que sus instructores denominaban la invisibilidad absoluta. No es extraño pues que, los miembros de este pionero Gruppo Gamma comenzaran a referirse coloquialmente a sí mismos como “los invisibles” de la Decima MAS.
En la sala de estar de su casa de vía Giampaolo Menchetti en Livorno, justo bajo el cuadro en el que se mostraban sus insignias y condecoraciones, uno de aquellos primeros “invisibles” y posiblemente el más efectivo de todos ellos, el entonces sommozatore Vago Giari confiaría al autor sus recuerdos de guerra. Recuerdos entre los que, de una forma destacada, figuraban las dos operaciones que un día le habían traído hasta el Campo de Gibraltar.
Poco después de tomar asiento, con la actitud serena de quien, tras asimilar su propia historia puede contemplar el pasado desde cierta altura, Giari regresó a los años del conflicto. Sin perder nunca su sonrisa bonachona y sin dejar de acompañar sus descripciones con gestos tremendamente descriptivos, el valeroso marino supo poner claramente de manifiesto que el corazón de aquel joven buceador de los Gamma, aún latía con fuerza en su interior.
Con unas frases sencillas, repletas de emoción en las que nunca pude apreciar matiz alguno de resentimiento o vanidad, me dijo: “El 10 de junio de 1942, nada más completar mi adiestramiento en las diferentes técnicas de sabotaje, recibí la orden de presentarme en La Spezia, donde se encontraba el puesto de mando de la X Flotilla MAS. Allí nos dieron instrucciones sobre la que sería mi primera misión como nadador de asalto”. Aquella acción, que también iba a suponer el bautismo de fuego del Gruppo Gamma, recibió el nombre codificado de G.S. 1 e iba a tener como escenario la Bahía de Algeciras.
Todos los mandos implicados en ella sabían que la principal dificultad que debían superar, antes incluso de que aquellos hombres llegasen a tocar el agua, era conseguir llevarles hasta el Campo de Gibraltar sin que fuesen detectados por el servicio de Inteligencia enemigo. En consecuencia, G.S. 1 iba a poner también a prueba el conjunto de la infraestructura de apoyo que el Servizio d´informazioni Secrete de la Marina (SIS) había organizado para ello. En este sentido, el testimonio de Vago Giari, resulta de un inestimable valor para conocer algunos detalles de su funcionamiento.
El que sería el primer ataque de los Gamma iba a ser ejecutado por doce “invisibles”. El mando del grupo iba a recaer en un joven oficial de veintisiete años que, al igual que Giari y todos los demás, también se había presentado voluntario. Se trata del sottotenente di Vascello Agostino Straulino.