DONDE DIJE DIGO
NO digo yo que el suave deslizamiento que está imprimiendo el presidente Moreno Bonilla al Partido Popular andaluz sea malo; más bien, al contrario: se une al tempo político y guarda el respeto debido a las instituciones y a Andalucía como pueblo, a su intrahistoria reciente. Pero sí digo yo que es sorprendente que lo esté haciendo como lo está haciendo. Tal vez esté dando a luz una derecha andaluza fuerte y significativa y quizás sea Juanma Moreno el Juan Bautista precursor del alumbramiento. Pero quien ha visto, como he visto yo, a una derecha reaccionaria ante todo intento de autodefinición de Andalucía en el concierto de los pueblos de España, no puede por menos que tener que hacer un esfuerzo considerable para resistirse a la estupefacción.
Una escena se me ha quedado en la memoria que se me reactualiza de vez en cuando. Fue en la Casa del Campo de Gibraltar en Madrid en los primeros años de la Transición. El andalucismo, Blas Infante y cosas así no es que sonaran a misterio, es que ni sonaban. Por razones familiares e interés personal, yo estaba más puesto que la inmensa mayoría en los sucesos trágicos de los primeros años treinta, aquellos en los que estando en vigor el andalucismo político fue, finalmente,
Se contarían por miles los actos de desprecio a todo lo que aludiera a Andalucía como entidad política
liquidado junto a sus protagonistas. Ya había dado algunas conferencias en casas regionales de Andalucía y me ofrecí a hablar de Blas Infante con ocasión de participar en una asamblea de socios. Un directivo, grandote y con un vozarrón de esos que sobrecogen, me espetó un “¡de ese rojo aquí no se habla!” casi antes de que terminara la frase. Nadie dijo nada, había un clima de asentimiento generalizado y yo callé para no escandalizar al personal.
Se contarían por miles los actos de desprecio a todo lo que aludiera a Andalucía como entidad política, precisamente cuando era urgente y necesario hacerlo. Era la actitud derivada de la de una burguesía canija y escasa, que nunca creyó en Andalucía. La derecha sociológica andaluza, administradora del latifundismo y de la dependencia del campesinado, había contagiado a una sociedad que no quería ser lo que debiera haber sido. Tiene razón Rojas Marcos al aludir a la fracasada iniciativa de Clavero Arévalo para aglutinar a liberales y conservadores que creyeran en Andalucía. Pudo ser entonces pero no fue; no sólo el PSOE hizo lo posible por evitarlo sino también la mismísima UCD de la que el Partido Social Liberal Andaluz formaba parte.