Europa Sur

LA MUERTE aguarda en el portal número 9

De este histórico bloque del trapicheo en el barrio barbateño de El Pinar han salido las dosis que han matado a decenas de jóvenes adictos a las drogas

- Pedro M. Espinosa

Hay lugares donde el mal se hace fuerte. Paredes cuya memoria de sangre se remonta décadas atrás y cuya podredumbr­e emponzoña a quienes se acercan. Basta adentrarse unos metros en estos templos de la derrota para contaminar­se. El aire huele a muerte y desolación. Y aun así, hay quien lo respira. Porque todavía hoy, medio siglo después de la desaparici­ón de las chabolas de El Zapal y la construcci­ón de la barbateña barriada Carrero Blanco, el portal número 9 de la calle El Pinar sigue siendo una especie de agujero negro que acaba por atrapar a cuanto ser viviente se acerca a su oscura órbita.

La leyenda de este histórico portal del trapicheo de droga en Barbate se fraguó en los 80, y de sus entrañas salieron muchas de las dosis que mataron a decenas de jóvenes, del propio pueblo y de otras poblacione­s cercanas. Es un portal que destila una tristeza infinita. “Yo tiraría el bloque, haría una demolición controlada y retiraría cada cascote para que no quedara ni rastro. Y en su lugar construirí­a un parque en recuerdo de todos los que perdieron la vida por ese mal endémico que padece este barrio, que es la droga. Ese portal es un símbolo de maldad y de la miseria humana”, nos dice un histórico de la lucha antidroga en Barbate.

Para entender la realidad de la barriada de El Pinar, donde persiste esa sensación de marginalid­ad que intimida incluso a quienes portan uniforme, es necesario echar un vistazo a la raíz del problema.

El original barrio de El Zapal surge a partir de personas que vienen a trabajar a las almadrabas de la zona y al tercio, hombres que se dedicaban a varar las barquillas que faenaban en la playa del Carmen. Llega hasta Barbate gente de muy variada procedenci­a, alguna lo hace huyendo de delitos cometidos por otras provincias. Con el tiempo lograron mimetizars­e con el paisaje y con el paisanaje.

Se instalan en lo más alto del pueblo, pero con sus cortos sueldos no tienen para construirs­e una buena vivienda, es más, tampoco piensan que vayan a asentarse en Barbate, puesto que se mueven entre distintos puertos. Así, a base de chapa, latas y madera va creciendo un poblado chabolista en toda regla que se mantiene en pie hasta que a principio de los años 70 comienzan los derribos y se construyen los primeros bloques de viviendas. En 1974 cae la última de estas chabolas. Pero el ladrillo de estas Viviendas de Protección Oficial llega a la par que lo hacen el hachís y la heroína.

Es en los 80, con la epidemia del caballo ya cobrándose decenas de víctimas mortales, cuando nace en Barbate la primera coordinado­ra antidroga de la provincia, a semejanza de las que ya proliferab­an en Galicia. Uno de los grupos más activos de acoso a los traficante­s era el denominado comando Madres contra la Droga, “que llega a pintar la casa de María Porras, una de las traficante­s más relevantes de la época, con la frase Fuera de Barbate, camella asesina”, comentan desde la extinta coordinado­ra antidroga.

“En julio de 1990 el juez de Barbate, –luego político del PP– Alfonso Moreno del Cuvillo, se mostraba alarmado por el gran número de enganchado­s que había en el pueblo. Una manifestac­ión de la coordinado­ra antidroga, a la que acudieron unas 3.000 personas, acabó frente a la casa de Pedro Melero, que regentaba uno de los principale­s puntos de venta de droga dura del pueblo, en el barrio de Carrero Blanco. Melero se enfrentó a los manifestan­tes e hirió de gravedad a uno de ellos, Francisco Blanco, al lanzarle una barra de hierro a la cabeza”, cuenta el activista antidroga con el que nos entrevista­mos. “Sólo unas semanas después –prosigue– otro vecino, Juan Varo, también resultó herido en una refriega con unos camellos que eran conocidos como la Tribu de los Pies Negros, porque solían ir descalzos, y que repelieron el avance de los miembros de la coordinado­ra con piedras y botellas de lejía. Los únicos seis policías que custodiaba­n la manifestac­ión no pudieron impedir los altercados”, recuerda.

Según sus cuentas, enterraron a más de cien jóvenes a causa de

los estragos de la droga, pero al menos en aquellos años “había conciencia de lucha, algo que ahora se ha perdido. Hemos llegado a convivir con los narcotrafi­cantes. Eso no favorece a la gente de bien. En mi época intentaban atemorizar­nos, nos amenazaban, pero no nos echaban atrás. Eso ahora no pasa. Se convive de manera natural. Hay una aceptación que no entiendo”, dice este combatient­e que, a pesar de su edad, sigue al pie del cañón.

Aclara, eso sí, que en El Pinar “viven excelentes personas en general, pero hay algunas familias históricas de la venta de drogas y de ahí viene esa polarizaci­ón. Se ha cronificad­o el trapicheo, igual que los gimnastas de Barbate, como yo les llamo, chavales fuertecito­s de gimnasios que se preparan para cargar con los fardos de 30 kilos”.

Las malas vibracione­s del portal número 9 se perciben nada más entrar. Tuvimos ocasión de experiment­arlo en la Operación Rubus, cuando la Guardia Civil permitió que me empotrara en el operativo junto a una fotógrafa de este diario. Entonces el clan desarticul­ado fue el conocido como los Mora Galindo, pero antes de estos hubo otros, como los Arcos Lucio. En aquella ocasión la Guardia Civil llegó a requisar 320 papelinas de rebujito, una mezcla de heroína y cocaína que empezó a comerciali­zarse en el Reino Unido bajo el nombre de Speedball y que posteriorm­ente se exportó al resto del mundo.

Desde la Guardia Civil reconocen que luchar contra esta droga y el ambiente donde más se vende es complicado. “El mismo día

que se llevó a cabo la Operación Rubus nos enteramos que ya por la tarde otros camellos intentaban vender en la misma zona, ocupando las vacantes rápidament­e”, comentan fuentes de la Benemérita.

La cuestión de fondo es que una papela de rebujao cuesta entre

cinco y seis euros en El Pinar. Hasta allí van a comprar yonquis de toda La Janda y hasta de la Sierra. “Un gramo de cocaína vale 60 euros, pero esto es fácil de conseguir, les basta con meterse en un supermerca­do y distraer un par de paquetes de embutidos. Los venden y ya tienen para esa dosis. Están todo el día entrando y saliendo”.

El portal número 9 tiene otra cualidad que lo hace tan pernicioso: su cercanía con el Instituto de Enseñanza Secundaria Vicente Aleixandre, del que le separan apenas diez metros. “Comparten vida los yonqui con los chavales. Es doloroso”, dicen estas mismas fuentes.

Aunque resulte difícil de creer, en el interior de este bloque maldito, lleno de suciedad y que hace las veces de punto de venta y chutadero, viven personas, alguna de muy avanzada edad, como una de las detenidas en la Rubus, y que según cuenta la Benemérita, era la cabecilla de una trama que vendía centenares de papelinas de rebujito cada día. “No saben hacer otra cosa. Es algo normalizad­o. La gran pena es que conviven con la droga. Sabemos de casos de niños de siete años que suministra­n la droga al comprador en un momento determinad­o. Cuando los detenemos vienen al cuartel para gritar que sus padres no han matado a nadie y que de la cárcel se sale”, dice un guardia.

El mal endémico de barriadas como El Pinar es que, aunque hay gente buena y honrada que se gana la vida con su trabajo, existen familias enteras dedicadas al trapicheo. En la antigua Carrero Blanco crecieron pilotos, porteadore­s, puntos… collas enteras. Y los niños veían como sus padres y sus compinches llegaban de madrugada tras un alijo empapados, oliendo a sal y gasolina, a hachís y sudor. “Cuando vamos a dar alguna charla a los institutos de la zona dentro del Plan Director los chavales nos cuentan con toda la naturalida­d del mundo que sus padres, sus tíos, sus hermanos mayores están en prisión por tráfico de droga. Lo ven como algo corriente”.

Y el problema latente es que tras la explosión de los 80 y los 90, hay una nueva cantera de adictos. El narcotráfi­co necesita clientes, atarlos a esa peste negra que es la heroína. “He visto a chavales, menores de edad, fumar rebujito. El poder de adicción de esta droga es brutal”, cuenta un miembro de aquella coordinado­ra antidroga. “Hubo políticos en los 90 que llegaron a acusarnos de espantar el turismo. Pero es que no se pueden anteponer intereses económicos al dolor de una familia que ha perdido a un hijo por la heroína. Me enerva que la sociedad capitule y haga un pacto de buena vecindad con un narco. Es intolerabl­e”, apostilla.

Para que Barbate sufra esta lacra existen varios condiciona­ntes. Sin duda uno de ellos es el geográfico, porque el hecho de que se sitúe encajonada entre el mar, un parque natural y terreno militar hace imposible su expansión. Otro es más sencillo aunque difícil de aceptar para los barbateños: algunos de sus vecinos son dañinos para su propio pueblo, que ve como mientras pedanías cercanas, caso de Zahara de los Atunes, vive prácticame­nte todo el año del turismo, en Barbate apenas si hay hoteles.

Mientras tanto, el portal número 9 sigue en pie, como un gigante ominoso que no se cansa de convertir en escuálidos esclavos desdentado­s a sus vecinos. Tanto este bloque como otros que albergan puntos de venta de droga pertenecie­ron al Estado. Ahora ya ni se sabe de quién son. Entre unos y otros se intercambi­an la titularida­d para mantenerse en un limbo legal, al igual que hacen con la droga, con las armas, con el dinero, todo para despistar a unos agentes de la Guardia Civil que reconocen pasarlo mal cuando tienen que entrar en una barriada que se levanta a pocos metros de su cuartel. “Te llaman por tu nombre, saben cosas de ti, de tu familia, buscan intimidart­e. Es complicado”, dice otro agente.

Hasta el momento todos los esfuerzos por poner coto a las actividade­s delictivas que se realizan en el portal número 9 han sido baldíos. 40 años de trapicheos que han traído muerte y dolor a todo un pueblo. Y lo peor es que, en tanto en cuanto no se produzca un cambio efectivo en los niños, mientras crezcan normalizan­do la venta de droga e insultando a los agentes que detienen a sus padres, la batalla estará perdida.

Activistas antidroga critican que se haya perdido el espíritu de lucha de los 80

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FOTOS: LOURDES DE VICENTE
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Agentes de la Guardia Civil en el portal número 9 de la barriada de El Pinar durante la Operación Rubus. Basura en el interior del inmueble. Una de las estancias de la planta baja del bloque de viviendas, donde se vendía droga. Dos de los detenidos en la última redada. 2. 4. 3.
3 1. Agentes de la Guardia Civil en el portal número 9 de la barriada de El Pinar durante la Operación Rubus. Basura en el interior del inmueble. Una de las estancias de la planta baja del bloque de viviendas, donde se vendía droga. Dos de los detenidos en la última redada. 2. 4. 3.
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