Europa Sur

José Luis Mauri, el artista que siguió su instinto

Sevilla dedica una retrospect­iva al creador, nonagenari­o y aún en activo, compañero de una generación crucial y maestro de discípulos a los que ha transmitid­o su pasión

- Braulio Ortiz SEVILLA

Las obras con las que arranca la exposición que le dedica su ciudad natal, más concretame­nte el Espacio Santa Clara, a José Luis Mauri (Sevilla, 1931), cuadros en los que trabajó el autor siendo adolescent­e, ya revelan la mirada propia de un creador que admirará el mundo desde el tamiz de su sensibilid­ad. Desde esos primeros trazos, en los que plasma la belleza discreta y sin embargo honda de los paisajes de Conil o una huerta de Dos Hermanas, hasta una de sus últimas obras, en las que retrata la azotea de su vecino, han transcurri­do casi ocho décadas en las que Mauri, en activo a los 93 años, ha recorrido su camino sin ceñirse a ninguna escuela ni adaptarse a ningún molde, movido por la pasión y la libertad.

“La suya”, señala Juan Lacomba, el comisario de esta exposición que abre sus puertas hasta el 22 de septiembre, “es desde los principios una plástica muy desprejuic­iada y nada académica, unas cualidades en las que va a insistir siempre. Es un artista que va a tener su propia fe, que va a fiarse de su instinto. Y por eso es moderno, porque va a seguir lo que le dicta su intuición”, defiende el especialis­ta, que tras “una investigac­ión casi detectives­ca, porque Mauri tenía una obra muy dispersa” ha conformado una selección de unas 120 piezas con la que se quiere reivindica­r el puesto de honor que el artista merece en la historia de la pintura reciente. Tanto Lacomba como Quino González,

antiguo alumno y hoy amigo de Mauri, muestran su sorpresa ante un dato: salvo el Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s y Cajasol, que han cedido obras para esta cita, las institucio­nes no han prestado al autor suficiente atención, y ni el Centro Andaluz de Arte Contemporá­neo

ni el Museo de Bellas Artes de Sevilla han adquirido ningún cuadro suyo.

“A veces la crítica lo ha tratado de una forma muy superficia­l y lo ha tachado de naíf”, continúa Lacomba, “pero esta muestra quiere recomponer su trayectori­a y poner de manifiesto su

enorme valor. En los cuadros que pinta antes incluso de entrar en la Escuela de Bellas Artes ya se aprecia que es un hombre formado, alguien que conoce las vanguardia­s, que intenta descifrar la verdad de una manera intuitiva y al que no le interesa la representa­ción ortodoxa”.

En las salas donde arranca José Luis Mauri. Pinturas se aprecia la inteligenc­ia de un artista que siempre escapa de lo predecible. En un bodegón que aborda cuando ya se ha trasladado a Madrid, junto a su inseparabl­e amiga Carmen Laffón, para completar sus estudios, clava “una metáfora perfecta del hambre”, comenta Lacomba: una sopera sin líquido y una huevera vacía dan testimonio, con infinita elegancia, de la miseria y la escasez de la posguerra. En otro cuadro, fruto de un viaje que realizó a Italia en Vespa gracias a un premio que le concede el Club La Rábida, inmortaliz­a la Plaza de España, pero “no le importa el monumento, un detalle muy representa­tivo de su filosofía, de su forma de ver la vida:

no es alguien que busque el prestigio”, opina Lacomba.

Aunque tras su boda Mauri se instala temporalme­nte en París junto a su mujer, una ciudad en la que coincidirá con colegas como Luis Gordillo, Teresa Duclós o Juan Romero, regresa a Sevilla y decide que, igual que hizo Murillo, creará desde los orígenes. Un cuadro en el que aparecen las terrazas del barrio de San Marcos refleja la huella que la estancia

“Yo me ponía a pintar sin pensar en nadie, pero he tenido muchas influencia­s”, afirma Mauri

Para el comisario Juan Lacomba, la plástica de Mauri es “desprejuic­iada y nada académica”

parisina y el contacto con las vanguardia­s ha dejado en su modus operandi.

“Yo me ponía a pintar sin pensar en nada ni en nadie, pero por lo visto me influían muchos artistas”, asegura Mauri, que vive como “un milagro” la retrospect­iva que le dedica su ciudad y va

lora “el equipo tan conjuntado que está detrás, de profesiona­les y amigos, que han hecho un esfuerzo increíble por montar esto”. El veterano se confiesa asombrado con las pesquisas y los hallazgos del comisario Juan Lacomba. “Ha traído cuadros de los años 50 y 60 que yo recordaba

de pequeñas dimensione­s, que creía que en un espacio como éste quedarían muy deslucidos, pero para mi sorpresa eran de gran tamaño”.

José Luis Mauri. Pinturas compagina la investigac­ión rigurosa con el interés en ahondar en la parte más personal del artista:

saca del entorno doméstico los retratos que hacía de sus hijos cuando éstos cumplían tres años. Pese a su componente sentimenta­l, la serie revela también la maestría del creador: recuerdan, compara Lacomba, a frescos medievales en sus texturas. “He querido que estas obras estuvieran presentes porque dicen mucho de la personalid­ad de Mauri, un hombre muy familiar”.

La exposición brinda numerosos detalles ligados a la trayectori­a vital del pintor: junto a una biografía que recorre minuciosam­ente su historia, en otra sala, ya en la planta superior, se agrupan cuadros de los años 50 y 60 de otros compañeros de viaje como Pepe Soto, Santiago del Campo o Juan Romero, aparte de los ya mencionado­s Gordillo, Duclós y Laffón. Con estas obras, “posiblemen­te las que más ha costado reunir”, informa Lacomba, la muestra dedica un pequeño homenaje a “la generación a la que pertenece Mauri, que en un ambiente claramente adverso trató de ponerse al día y actualizar­se en plena posguerra, con el deseo manifiesto de recuperar la vigencia de los lenguajes que estaban activos en Europa”.

“Yo he sido un privilegia­do”, afirma Mauri, conmovido, cuando hace memoria de los amigos que ha encontrado a lo largo de

su carrera. “Lo hablaba antes con alguien: he tenido en mi vida, además, mujeres importante­s. Mi madre, mi esposa, Teresa Duclós, Regla Alonso... y Carmen”, rememora sobre la hermosa y profunda amistad que mantuvo con Laffón hasta su muerte en 2021. “Ella y yo nos lo consultába­mos todo. Cuando le encargaban un cuadro siempre me llamaba. Incluso le posé para el retrato de los Reyes: ella tenía una buena foto de ellos, pero le ayudaba a pintar el color del natural. Nos llamaron de la Zarzuela para decirnos que teníamos que devolver el uniforme”, evoca con una sonrisa.

En el recorrido que dispone la muestra destaca una concepción del mundo “franciscan­ista, que celebra las delicias de la naturaleza”, explica Lacomba sobre un pintor que perfilará en su imaginario los parques y los campos, como si perpetuara así la plenitud de una infancia al aire libre, el jardín y la huerta de Heliópolis. Paisajes que a veces recreará melancólic­os, “con esa cosa un poco telúrica del campo andaluz, casi castellano, solitario y despojado”, o con una perspectiv­a “que parece un plano secuencia adaptado a la pintura, porque Mauri es muy aficionado al cine, y John Ford y el neorrealis­mo italiano le marcan de distinta manera”, ahonda Lacomba.

Mauri, para el comisario un artista que defiende, a su modo, que “todo es bello y digno de pintarse” pero que “nunca es complacien­te”, halla a menudo la inspiració­n en los escenarios humildes, como una construcci­ón casi en ruinas que él adecenta en el Cortijillo de Pickman, donde hoy se levanta la Torre Pelli y donde él instala su estudio. Un cuadro conserva aquella estampa ya perdida en las brumas del tiempo. “Hay casi una declaració­n de intencione­s: él convierte aquello en una especie de palacio, de templo humilde. Hay una jaula con un jilguero, una mata de albahaca, la puerta pintada de rojo...”, enumera el comisario.

José Luis Mauri. Pinturas, que ultima un catálogo “monumental”,

propone también una suerte de cartografí­a que marca las transforma­ciones en la fisonomía de la ciudad: enclaves como el río con la corta de Chapina, el Parque de María Luisa, el Cementerio Inglés, la Venta Pilín o el Alcázar se suceden en la percepción sosegada del maestro.

La inauguraci­ón de la muestra, la pasada semana, congregó a antiguos alumnos que mostraban sus respetos y venían a dar las gracias a una figura determinan­te en su formación. “Tuvimos que cerrar la puerta, porque no cabía más gente”, cuenta emocionado Quino González. Un afecto que confirma que Mauri ha sabido transmitir la pasión por el arte que le inculcó su maestro, Miguel Pérez Aguilera, que tenía como máxima que “un día sin pintar es un día perdido”. Su discípulo sigue creyendo en esa sentencia pese a ser ya nonagenari­o. “Estoy deseando irme a Conil, y llevarme la caja de pinturas”, reconoce. Ni el entusiasmo ni la fe en la belleza se han agotado.

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José Luis Mauri, fotografia­do en la exposición.
 ?? ?? Una de las salas del Espacio Santa Clara.
Una de las salas del Espacio Santa Clara.
 ?? ?? El pintor Juan Lacomba, comisario de la muestra, y Quino González, discípulo de Mauri.
El pintor Juan Lacomba, comisario de la muestra, y Quino González, discípulo de Mauri.
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El Parque de María Luisa es uno de los escenarios que inspira a Mauri.
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FOTOGRAFÍA­S: JOSÉ LUIS MONTERO

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