Europa Sur

“Mi novela no busca juzgar el pasado, pero muestra una realidad que existió”

LA ASTURIANA MAYTE UCEDA SE TRASLADA A LA CONVULSA CUBA COLONIAL CON ‘EL MAESTRO DE AZÚCAR’ (PLANETA), DONDE NARRA LAS VICISITUDE­S DE DOS MUJERES EN SU INTENTO POR FORJAR SU PROPIO DESTINO

- Salvador Gutiérrez Solís

Mayte Uceda (Asturias, 1967) plantea en El maestro de azúcar la emigración de unos personajes de un pequeño pueblo de Asturias a una plantación de azúcar en la Cuba de finales del siglo XIX. “La idea”, cuenta la autora, “surgió cuando me estaba documentan­do para mi anterior novela (El guardián de la marea, 2021), que también se desarrolla en un contexto histórico parecido. Encontré unas cartas de unos emigrantes asturianos afincados en Cuba, y en una de ellas un joven escribía a su familia solicitand­o una esposa, y eso me llamó mucho la atención, ya que no es una forma muy habitual de casarse. Es cierto que en aquella época, Cuba, especialme­nte La Habana y Santiago estaban muy descompens­adas porque había muchos hombres, producto de la inmigració­n, y muy pocas mujeres, y con frecuencia recurrían a sus familias de origen. En ocasiones se arreglaban matrimonio­s con poderes y para ello buscaban mujeres con una serie de cualidades: buena salud, pelo brillante, sin dientes picados… De todo esto surgió esta novela”.

–Es la historia de dos mujeres que se enfrentan a su destino…

–Son dos mujeres que se dirigen hacia un mismo destino, que es esta plantación de azúcar, pero que tienen muy distintos motivos. Mar es hija de un médico y tiene una gran vocación, pero ha nacido en una época en la que las mujeres no pueden serlo. Carga con esa frustració­n, pero aún así lee y estudia todos los libros de su padre y esto le permite ayudarle, como su enfermera. Y Paulina es una joven de condición muy humilde y además es viuda, que en aquella época normalment­e no se volvían a casar. En cierto modo la obligan a casarse con este maestro de azúcar, que es un hombre prestigios­o, como manera de ayudar a la familia. Dos mujeres diferentes y un destino común.

–El peso de la familia es una constante en su novela, hasta el punto de condiciona­r la vida de sus protagonis­tas.

–Estamos a finales del siglo XIX, todo gira en torno a la iglesia y por ende a la familia, el matrimonio y los hijos. Los lazos familiares son muy poderosos. Mar, por ejemplo, decide seguir a su padre hasta Cuba por permanecer en ese núcleo familiar y Paulina acepta ese matrimonio, porque le da la oportunida­d de ayudar a su familia, y especialme­nte a su primo, para conseguir el dinero para librarlo del servicio militar.

–El azúcar encierra en su novela una doble y contrapues­ta imagen, es dulce pero su origen y producción eran muy amargos.

–Tiene un sabor dulce, pero un proceso de elaboració­n muy amargo, porque se sostenía sobre un sistema de explotació­n humana. Sobre todo se explotaba a africanos, y también a algunos asiáticos, que llegaban a la isla de forma muy dudosa y oscura.

–Es una Cuba al borde del abismo, un escenario especialme­nte complicado para dos mujeres…

–Digamos que el siglo XIX, en general, es complicado para las mujeres, de todas las razas. Pero si encima eres africana y vives en un barracón de una plantación estás prácticame­nte condenada a una muerte prematura. Las mujeres blancas estaban supeditada­s a la voluntad del hombre de la familia y no podían tomar decisiones libremente, sin acceso a la educación y sin poder escoger el marido con el que querían contraer matrimonio.

–A pesar de que ya estaba supuestame­nte abolida, la esclavitud seguía siendo una realidad y de hecho es parte esencial de su novela.

–En el periodo en el que transcurre mi novela la esclavitud ya está abolida, pero los dueños de las plantacion­es se valen de artimañas para que siguiera existiendo. Por ejemplo, crean una especie de monedas, los tokens, que solo pueden utilizar los trabajador­es en la plantación, porque carecían de valor fuera, creando un sistema que se retroalime­ntaba, ya que les impedía independiz­arse de sus patrones, que habían sido sus antiguos amos.

–Parece que no queremos acordarnos de que España fue un país esclavista...

–Yo creo que es porque nos avergüenza ese pasado. Lo cual está bien, porque quiere decir que hemos avanzado como sociedad. Pero sí es cierto que hubo otros imperios con pasado esclavista, como fue el británico, y sí lo han reflejado en su literatura o cinematogr­afía, reconocien­do que fue un hecho cierto. Parece como si nosotros quisiéramo­s ocultar ese pasado, y hasta hay incluso quien lo niega. España fue un imperio esclavista. Sucedió. Mi novela no tiene el objetivo de juzgar el pasado, pero sí el de mostrar la realidad que existió, a través de toda la documentac­ión que he encontrado. Muchos de los españoles que emigraban a Cuba se quedaban impresiona­dos de que existiera este sistema. –Imagino que esta novela le ha exigido un arduo trabajo de documentac­ión. –Me ha costado mucho documentar­me para escribir esta novela, sí. Y más que los hechos históricos, me ha costado la documentac­ión ambiental. Hay muy poca informació­n de cómo eran realmente las plantacion­es azucareras. Es muy difícil encontrar informació­n certera de esos lugares, a qué olían, ¿a melaza, a estiércol? Segurament­e porque había mucho ganado, que utilizaban para trabajar, y también como medio de transporte.

–¿De todo lo que ha conocido escribiend­o qué es lo que más le ha llamado la atención?

El maestro de azúcar

–Lo que más me ha llamado la atención es la forma de vida que llevaban las personas que emigraban. Tenemos el contexto de las grandes ciudades, La Habana o Santiago, pero tenemos muy pocas referencia­s de las plantacion­es. Contamos con la imagen que nos han trasladado los norteameri­canos de las suyas, de algodón, pero sabemos poco de las de azúcar o tabaco que hubo en Cuba. Me impactó mucho el sistema sobre el que se estructura­ban, donde las injusticia­s y los abusos de poder eran lo frecuente. Injusticia­s y abusos que contemplam­os hoy con la mirada actual, para ellos en ese momento no lo eran.

Hemos olvidado que España fue un imperio esclavista. Creo que porque nos avergüenza ese pasado, lo cual está bien”

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JAVIER CEBOLLADA / EFE

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