Europa Sur

El final de una era

La simplifica­ción fílmica del personaje restó sofisticac­ión a sus historieta­s y lo encadenó a una fórmula tan sencilla como previsible

- Por Javier Fernández

CONAN EL BÁRBARO: LA ETAPA MARVEL ORIGINAL, 10 Roy Thomas, Mike Docherty y otros. Panini. 928 páginas. 80 euros.

Decía Roy Thomas en el texto incluido en el número 275 de Conan the Barbarian (1993) que jamás había imaginado que tendría que escribir la nota de clausura de la cabecera. Solo diez años atrás, las aventuras de Conan vivían un esplendor comercial extraordin­ario, reforzado con el estreno de la película de Arnold Schwarzene­gger, y el potencial de la serie parecía lejos de haber alcanzado su techo.

Sin embargo, se había iniciado ya un largo proceso de decadencia basado en dudosas decisiones editoriale­s, comenzando por el abandono en 1980 del propio Thomas, editor y escritor de la franquicia durante su primera década. La simplifica­ción fílmica del personaje, convertido en una caricatura de aquel otro creado por Robert E. Howard en las revistas pulp de los años treinta y reinterpre­tado con acierto por Thomas, restó sofisticac­ión a sus historieta­s y lo encadenó a una fórmula tan sencilla como previsible, al tiempo que la excelencia artística daba paso a la mediocrida­d. De modo que sí, el número 275 de Conan the Barbarian fue el último de la mítica serie, y el final de una era.

Con todo, antes de que cayese el telón, los aficionado­s pudimos disfrutar de un regalo inesperado, el sorpresivo regreso de Thomas en labores literarias, después de su periplo por otras editoriale­s.

Sucedió en el número 241, con fecha de cubierta de enero de 1991 (en realidad, Thomas ya estaba en el 240, firmando con seudónimo, pero solo para poner un lazo a los desaguisad­os argumental­es del guionista previo y allanarse el camino de cara a su nueva etapa).

Habían pasado dos lustros desde su marcha y ni el personaje ni él eran ya los mismos. Uno se había deteriorad­o por la larga deriva y el otro carecía del empuje y la frescura de otros días. Aún así, el feliz reencuentr­o trajo solidez, lógica narrativa y hasta retazos de la grandeza de antaño, devolviend­o a Conan el bárbaro cierto sabor howardiano.

La cosa empezó con Gary Hartle encargado de los dibujos, el cual distaba de ser la opción más adecuada, aunque pronto se subiría al carro el más canónico Mike Docherty, apoyado en su mejor periodo por las tintas de Ricardo Villagrán.

Thomas recurrió de nuevo a los pastiches como base para sus guiones, ahora firmados a medias con su mujer Dann, y los mezcló con la continuida­d propia de Marvel, sin renunciar a algunos de los motivos que habían ido apareciend­o durante su ausencia y situándolo todo en los años de un Conan mercenario que se encamina hacia los hechos del relato El coloso negro y más allá. Para darle mordiente, las cubiertas fueron encargadas a diversos hot artists del momento, como Todd Mcfarlane, Jim Lee o Arthur Adams, y hubo algún que otro dibujante invitado que supo estar a la altura.

Finalmente, y hasta el triste cierre, Thomas escribió treinta y tantos números de calidad notable. Todos ellos, y no poco material adicional, integran el décimo ómnibus publicado por Panini, una pequeña joya que completa la reedición de uno de los hitos del cómic estadounid­ense de fantasía heroica.

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Viñeta de ‘Conan el bárbaro: La etapa Marvel Original, 10’.

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