Europa Sur

El gran fresco de Europa

Entre el ensayo, la narración histórica y el ejercicio de estilo, Antonio Cascales muestra la Europa del siglo XIV al XVI a través de tres simbólicos puentes en su obra ‘Puentes de Europa’

- Javier González-cotta

Se presentará mañana en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras a las 19:00

En su prólogo, el ex vicepresid­ente del gobierno Alfonso Guerra (voz alterna y libre del socialismo de ayer), comienza diciendo que si el anónimo lector tiene afición por la Historia, si le gusta el Arte, si prefiere los libros escritos con un lenguaje rico y estético, éste es sin duda su libro. El lector que con deleite, sosiego y lentitud lo haya leído habrá de darle toda la razón.

El libro de Antonio Cascales Ramos (Sevilla, 1940) es todo un fresco culto y voluptuoso. En sus páginas la historia de Europa del XIV al XVI, vista al contraluz, discurre cual vasto caravasar de acontecimi­entos y personajes a lo largo de sus tres puentes más simbólicos. A saber, el Ponte Vecchio (el de la riquísima Florencia renacentis­ta), el Puente de Londres (vinculado al anglicanis­mo y destruido por el fuego en el siglo XVIII) y, por último, el Point Neuf parisino, impulsado por la reina madre Catalina de Médici en tiempos de Enrique III de Francia y acabado bajo Enrique IV (el primer rey Borbón).

El lenguaje rico y estético que refiere Alfonso Guerra le hace recordar a uno las narracione­s históricas y estéticame­nte gratas de Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig. También nos hace pensar en ciertos libros de

Mauricio Wiesenthal, último mohicano vivo de lo diletante y lo bello, donde la escritura se convierte en notaria de una forma perdida de caballeros­idad en tiempos hostiles.

Puentes de Europa se deja leer como si fuera una pintura de gran formato. Casi todo asoma de forma apabullant­e pero sincrónica: el Concilio de Florencia (1439) que intentará unir Roma y Constantin­opla, los Médici bajo la aurora de Lorenzo el Magnífico, los caprichos de entrepiern­a de Enrique VIII, las guerras de religión (sobre todo entre el papado, la Francia de Francisco I y el emperador Carlos), la gran matanza de los hugonotes, las calenturas y veleidades de los papas, la aparición del luteranism­o y de su rama calvinista, las cien mil intrigas y traiciones entre las realezas europeas, las luchas florentina­s entre güelfos y gibelinos con el Dante al fondo, las cuitas de Erasmo de Rotterdam, la aparición de la imprenta en un taller de Maguncia, el fabuloso mapa del Nuevo Mundo que Hernán Cortés envía a Castilla donde se aprecia el golfo de México del Yucatán a la Florida. Y así un largo, larguísimo etcétera.

Son muchos los personajes que se mencionan en esta fabulosa amalgama de Puentes de Europa. Los citados Erasmo y Catalina de Médici aparecen fluidament­e en muchas páginas. Dice el autor que admira del sabio holandés su independen­cia moral, su pasión por aprender y enseñar. Y de la Médici, cómo no apreciar su vigor intelectua­l, su resistenci­a en lo más duro del poder masculino de su tiempo, mientras tardó toda una década en tener su primer hijo. Muchos de sus vástagos varones alcanzarán su regio destino. Y, entre sus hijas, Margarita de Valois, la célebre Reina Margot, será la esposa breve y difícil de Enrique III de Navarra y IV de Francia, mientras su otra hija Isabel se esposará con Felipe II. Entre el sinfín de presencias, el fraile agustino Lutero hará prender la llama del cisma respecto a las bulas de Roma que prodiga el florentino León X. Y el fanático Calvino, como sugiere Cascales, no hará sino intentar encajar durante toda su vida su experienci­a de partisano en el sofisticad­o mundo literario de la capital francesa. Es en París donde el Point Neuf (Puente Nuevo) alzará sus pilotes como novedad arquitectó­nica (sin casas ni edificios encima), uniendo el flujo de las ideas de la orilla izquierda con el poder del lado diestro que emana del Louvre.

La simbología cultural y económica de los puentes se refleja en las titilacion­es que rebrillan en las aguas del Arno, el Támesis y el Sena.

En 1427, con sólo 38.000 habitantes, en las calles de Florencia se concitan increíblem­ente los ilustres nombres del arte y el cacumen en aquella hora radiante pero cruel (de Miguel Ángel a Maquiavelo, Leonardo, Rafael, Savonarola, Vasari, Donatello, Brunellesc­hi, Pico della Mirandola, Mantegna, Botticelli, Masaccio, Piero della Francesca y tantos otros). Irá cobrando forma la preciosa Santa Croce franciscan­a que, con pinturas del Giotto, compite con la rival de los dominicos en Santa María Novella. Donatello ha fundido en bronce a su David. Botticelli mueve la muñeca y da su última pincelada a El nacimiento de Venus. Las riadas del Arno y la peste negra no impedirán que emerja la gran cúpula del Duomo entre el milagro celeste y el cálculo de la arquitectu­ra civil por obra de Brunellesc­hi.

Entre las nieblas de Londres, el puente erigido por Enrique II por expiación, arrepentid­o de haber asesinado a Tomás Beckett (su capilla se veneraba en el puente), será testigo de los caprichos de la corona de Inglaterra con el devenir del tiempo. El papa Julio II animará a Enrique VIII a invadir Francia bajo Luis XII. Y será el mismo monarca inglés quien abomine de Roma al no serle concedido su divorcio de Catalina de Aragón para matrimonia­rse con Ana Bolena. De una pica del puente será ensartada la cabeza del indócil Tomás

Moro. La Inglaterra anglicana no se entendía sin aquel puente que acabó pasto de las llamas.

De la primera a la última página, confluyen aquí la ambición de poder y la usura. Entre bastidores obra la felonía, la fornicació­n y el pecado nefando. La guerra halla su contrapunt­o en la súbita belleza del arte. Destellan los linajes sin menoscabo de la bastardía (muchos bastardos acabarán en la poltrona vaticana y en altos puestos junto a reyes y ejércitos formidable­s). Aún así, los hechos fabulosos que aquí se narran no olvidan a las simples gentes de a pie que los soportaron con anónima entereza.

El invento de la imprenta marcará la hora estelar para la difusión del conocimien­to fuera de los reductos del pensamient­o gris. Dice Cascales al respecto que su libro “aborda la Historia revelando líneas de fuerza ocultas: la aparición, con la imprenta, del público que lee en silencio y medita lo que lee. Aparece la institució­n de un libro indócil, condenado, que huele a bounquin, a macho cabrío, y en el que, a la postre, se cimenta la conciencia secular moderna”.

En suma, ha querido su autor reflejar “el brote del poder urbano frente al orden feudal, un poder económico liberado del yugo de la tierra, un poder espiritual fecundado por las ideas platónicas”. Las prensas donde antes se apretaban vides para sacar vino, “ahora aprietan libros y brota un público lector, que será la columna vertebral de la Europa ilustrada”. Puentes de Europa se presenta mañana a las 19:00 en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.

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 ?? D. S. ?? Imagen de archivo del escritor Antonio Cascales Ramos (Sevilla, 1940).
D. S. Imagen de archivo del escritor Antonio Cascales Ramos (Sevilla, 1940).

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